La película narra el primer contacto de los colonos ingleses que llegaron a América dispuestos a establecerse en Virginia y los nativos que allí habitaban (los indios powhatan). En lugar de centrarse en el típico tópico de ingleses decadentes que destruyen el idílico modo de vida local, en contacto y armonía con la naturaleza, la película tiene el (único) acierto de tomar una posición equidistante: los indios son bárbaros primitivos y crueles y los primeros colonos son la escoria de la sociedad inglesa, corruptos, violentos y avariciosos (en contraste con las sucesivas oleadas, presentadas como gente civilizada y por lo general bondadosa). Entre éstos está el capitán John Smith (Colin Farrell), que es enviado como embajador a los nativos para intentar conseguir víveres.
Hay quien dice que las películas de Malick son replanteamientos radicales de conceptos básicos del arte cinematográfico como el sonido, la imagen, los personajes o la narrativa, lo que no es menos cierto que decir que son lentas y farragosas sucesiones de imágenes inconexas, acompañadas de voces en off que narran la cansina historia. Tal es la polaridad que despierta su cine, odiado y amado por igual. Pocas veces un artista con sólo cuatro obras, repartidas a lo largo de treinta años de actividad, genera tanto revuelo en el mundillo. Hay quien lo aclama como el mejor director americano vivo, y por lo general la crítica valora con halagos sin fin su labor renovadora y revolucionaria. Mientras tanto, en el mundo real, el público general se contenta con elegir otra sala, y sus todas sus películas terminan convertidas en fracasos comerciales (nunca pequeños, pues “La delgada línea roja” costó más de cincuenta millones de dólares).
El trabajo visual de la película es muy notable, y prueba de la vocación de paisajista del director es la elección de película de 65mm, frente a los 35mm habituales, de calidad superior (pero mucho más cara, lo que explica parcialmente los treinta millones de presupuesto). Sin embargo, a la hora de retratar a sus personajes, Malick intenta quizá ser demasiado diferente a los demás, y abundan los planos muy cercanos de los actores, pero en lugar de enfocar sus caras mientras hablan, prefiere centrarse en partes de su anatomía mucho más expresivas (especialmente en el caso de Colin Farrell) como los codos. Esto junto con la escasez de escenas dialogadas y la abundancia de planos de los protagonistas revolcándose en la hierba rodadas muy de cerca y con la omnipresente música de fondo, le dan a la película (sobre todo a su primera parte) un aire de anuncio de ropa que hace que uno no deje de preguntarse si Ralph Lauren ya vivía por aquella época.
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