LA SALIDA DEL CUERPO ASTRAL EN EL MOMENTO DE LA MUERTE
del libro "Las Vidas Sucesivas" de Albert de Rochas
Relato de Jackson-Davis
Mis facultades de vidente me han permitido estudiar el fenómeno psíquico y fisiológico de la muerte en la cabecera del lecho de una moribunda.
Era una señora de unos sesenta años, a quien yo había dado frecuentemente consejos médicos. Cuando llegó la hora de la muerte estaba yo, felizmente, en perfecto estado de salud, que me permitía ejercer libremente mis facultades de vidente. Me situé de manera que no fuera visto ni molestado en mis observaciones psíquicas, y me puse a estudiar los misteriosos procedimientos de la muerte.
Vi que la organización física no podía ya bastar a las necesidades del principio intelectual, pero varios órganos internos parecieron resistir a la partida del alma. El sistema vascular luchaba por retener el principio vital. El sistema nervioso, con toda su fuerza, contra el aniquilamiento de los sentidos físicos, y el sistema cerebral trataba de retener el principio intelectual. El cuerpo y el alma se resistían a su separación absoluta. Estos conflictos interiores parecían primero producir sensaciones penosas y confusas. Así pues, me sentí feliz cuando me di cuenta de que esas manifestaciones físicas indicaban, no dolor ni malestar, sino simplemente la separación del alma y el organismo.
Poco después la cabeza se vio rodeada de una atmósfera brillante. Luego, de repente, vi al cerebro y al cerebelo extinguir sus partes interiores y detener sus funciones galvánicas. Quedaron saturados de principios vitales de electricidad y de magnetismo, que penetraron en las partes secundarias del cuerpo. Dicho de otro modo: el cerebro se hizo súbitamente diez veces más preponderante de lo que era en estado normal. Este fenómeno- precede invariablemente a la disolución física.
Enseguida observé el procedimiento por el cual el alma o el espíritu se separa del cuerpo. El cerebro atrae hacia él los elementos de electricidad, de magnetismo, de movimiento, de vida, de sensibilidad, repartidos por todo el organismo.
La cabeza aparecía como iluminada y observé al mismo tiempo que las extremidades se ponían frías y oscuras. El cerebro tomaba un brillo especial.
Alrededor de esta atmósfera fluídica que rodeaba la cabeza, vi formarse otra cabeza que se dibujaba más y más claramente. Era tan brillante que apenas podía mirarla, pero a medida que esta cabeza fluídica se condensaba, desaparecía la atmósfera brillante. Deduje de ello que esos principios fluídicos que habían sido atraídos de todas las regiones del cuerpo hacia el cerebro, y entonces eliminados bajo la forma de una atmósfera particular, estaban antes sólidamente unidos, según el principio superior de afinidad del universo que siempre se deja sentir en cada partícula de materia. Con sorpresa y admiración seguí las fases del fenómeno.
De igual manera que la cabeza fluídica se desprendía del cerebro, vi formarse sucesivamente el cuello, los hombros, el torso, y, en fin, el conjunto del cuerpo fluídico. Para mí fue evidente que las partes intelectuales del ser humano están dotadas de una afinidad electiva que les permite reunirse en el momento de la muerte. Las deformidades y defectos del cuerpo físico habían casi enteramente desaparecido del cuerpo fluídico.
Mientras que se desarrollaba este fenómeno espiritualista ante mis facultades especiales, por otro lado, para los ojos materiales de las personas presentes en la habitación, el cuerpo de la moribunda parecía sufrir síntomas de molestia y dolor, pero eran ficticios, porque sólo provenían de la salida de las fuerzas vitales e intelectuales que se retiraban de todo el cuerpo para concentrarse en el cerebro y después en el organismo nuevo.
El espíritu (o inteligencia desencarnada) se elevó en ángulo recto por encima de la cabeza del cuerpo abandonado. Pero antes de la separación final del lazo que había reunido tan largo tiempo las partes materiales e intelectuales, vi una corriente de electricidad vital que se formaba sobre la cabeza de la moribunda y la parte baja del nuevo cuerpo fluídico. Esto me dio la convicción de que la muerte sólo era un renacimiento del alma o del espíritu, elevándose de un estado inferior a otro estado superior, y que el nacimiento de un niño en este mundo o de un espíritu en el otro, eran hechos idénticos. Nada falta allí, ni aun el cordón umbilical, que estaba representado por un cordón de electricidad vital. Este cordón subsistió durante algún tiempo uniendo los dos organismos. Descubrí entonces aquello de que no me había dado cuenta en mis investigaciones psíquicas, y es que una pequeña parte del fluido vital volvía al cuerpo material en cuanto -el cordón o unión eléctrica estaba roto. Este elemento fluídico o eléctrico, difundiéndose por todo el organismo, impedía la disolución inmediata del cuerpo.
No es prudente enterrar el cuerpo antes de que haya comenzado la descomposición. Frecuentemente todavía no se ha roto el cordón umbilical de que he hablado. Esto sucede cuando algunas personas que parecen muertas vuelven a la vida al cabo de uno o dos días y refieren sus sensaciones. Ese estado ha sido llamado letargia, catalepsia, etc., pero cuando el espíritu se ve detenido en él momento en que deja el cuerpo, el cerebro pocas veces recuerda lo que ha pasado. Ese estado de inconsciencia puede parecerse al aniquilamiento para un observador superficial, y esta interrupción momentánea de la memoria sirve a menudo de argumento contra la inmortalidad del alma.
En cuanto el alma de la persona a quien observaba se vio libre de los lazos terrestres del cuerpo, comprobé que su nuevo organismo fluídico era apropiado para su nuevo estado, pero que el conjunto se asemejaba a su apariencia terrestre.
Me fue imposible saber lo que pasaba en aquella inteligencia rediviva, pero observé bien su calma y asombro por el profundo dolor de los que lloraban junto a su cuerpo. Ella pareció darse cuenta de la ignorancia de aquéllos sobre lo que realmente había ocurrido.
Las lágrimas y las excesivas lamentaciones de los parientes no provienen sino del punto de vista en que se coloca la mayoría de la Humanidad, es decir, de la creencia materialista de que todo acaba con la muerte del cuerpo. Puedo afirmar, por mis diversas experiencias, que si una persona muere de muerte natural, el alma no experimenta ninguna sensación penosa.
El período de transformación que acabo de describir dura aproximadamente dos horas, pero no es exactamente igual para todos los seres humanos. Si pudierais ver con los ojos físicos, percibiríais junto al cuerpo rígido una forma fluídica que tiene la misma apariencia que el ser humano que acaba de morir, pero esta forma es más bella y está como animada de una vida más elevada.
Observación del Dr. Cyriax
La manera como han descrito la muerte centenares de videntes prueba que el alma o el espíritu sale de su envoltura mortal por el cráneo. Dichos videntes han observado que en seguida que esta salida se ha verificado se eleva por encima de la cabeza una nube vaporosa que, tomando la forma humana, se condensa poco a poco y se parece cada vez más a la persona muerta. Cuando este cuerpo fluídico está formado queda, sin embargo, unido durante algún tiempo al despojo mortal por un cordón fluídico que parte de la región intermedia entre el corazón y el cerebro.
La muerte no es nada por sí misma, pero hay dificultades para morir, como las hay para nacer. Algunas personas tienen la sensación de su muerte; otras, muy poco. Para la mayor parte, la muerte es parecida a un sueño producido por un narcótico. Esto es lo que explica por qué, despertándose en otro mundo, no sabe dónde están. Al morir, el ser humano no se hace mejor ni peor: es simplemente una evolución superior que obedece a leyes primordiales.