Bien: supongo que fui un ingrato o que no debí dejarme llevar por la curiosidad de saber qué demonios se sentía eso de tener pareja. Nunca en mi vida me ha ocurrido que alguien se sienta sexualmente atraído por mí ni mucho menos pensé que me toparía con el típico romance adolescente que encontraría agotadas sus fuerzas en unos pocos meses. En cualquier caso, no lo lamento. A mis dieciséis años era un mocoso prepotente obnubilado por lo que aprendía de ciertos temas que apasionadamente leía en la biblioteca. Entre eso y otras excentricidades del comportamiento, no era de extrañar que no fuera bien recibido por los grupos de homosexuales. No voy a incurrir en el típico error de mostrarme como un chico madurísimo y que los demás no estaban a la altura y esas cosas, pero a mí no me agradaba la idea de escuchar conversaciones sobre asistir travestido a una discoteca, del último single que sacó el artista de Pop del momento, de lo bonito que es el perro de raza pura, etc. Además de que de tanto convivir con ellos yo mismo terminé asimilando algunos de esos rasgos que tanto me exasperaban: ¡Si hasta llegué a decir, un día en que conversé con dos chicos, que no quería mantener relaciones sexuales con un par de policías que me detuvieron porque eran obesos y feos! Creo que me arrepentiré de haber dicho algo así toda mi vida. Pero vamos al grano: un chico de entre todos ellos se sintió atraído por mí. Y yo no podía decir que sintiera lo mismo por él, pero en el fondo tenía mucha mucha curiosidad por tener un amorío adolescente. Siempre supe que no duraríamos para siempre y eso. En fin. Para visitarlo tenía que hacer un viaje en Metro de cuarenta minutos. Tenía una buena posición económica. También tenía un total de diez perros adoptados que recibían a cualquier invitado con estentóreos ladridos. A mí me gustan los perros, pero no el ruido, tendrán que disculparme. El chico en cuestión se dedicaba a cantar: su música era también, Pop. Y me hablaba de eso y sólo de eso. También habían besuqueos y toqueteos y esas cosas. Según él yo soy muy raro: frío y seco como si no quisiera a nadie, con un humor oscuro y macabro que espantaba a la gente y con un conjunto de rasgos conductuales que hacían que la gente me mirara con mala cara. Como no estaba dispuesto a sostener esas conversaciones (mi madre dice que tengo el problema de que espero que los demás se adapten a mí, cuando yo soy el que tiene que adaptarse a ellos, supongo que tiene razón), y no quería hacer un viaje de cuarenta minutos (y eso que sólo lo visitaba una vez a la semana) y para colmo tampoco satisfacía mis deseos sexuales (también soy muy marrano y muy sexoso y muy lascivo, o lo soy a veces), pues opté por desaparecerme por un mes sin decirle nada.
Y un día me lo topo por mensajes en el Caralibro preguntándome que qué sucedía y para no ofenderlo me inventé la primera lista de excusas incoherentes que se me ocurrió. Y ahí lo dejé. Siempre he pensado que él y su amigo me odiaban y me deseaban muerto, pero al parecer me guardan mucha más simpatía de la que me imaginaba. Al parecer el chico también creía que me fui con otro que me gustó más. Y bien por él si cree eso. Y también publicó una lista de mensajes expresando deseos suicidas en su Facebook que a mí no me conmovieron ni un pelo. También soy cruel, lo siento.
Y por eso acordé conmigo mismo que no estoy hecho para mantener relaciones afectivo-sexuales con otros.