(b) Por otra parte, Francione ha destacado como analista de las distintas estrategias llevadas a cabo por el movimiento por los derechos animales para conseguir sus objetivos. Más aun, prácticamente podemos decir que es el primero en haber planteado esta cuestión con rigor. Por estos dos motivos, el trabajo de Francione es un punto de referencia fundamental. Recomiendo vivamente su lectura a todos aquellos y aquellas interesadas en la defensa de los animales no humanos. Diría que Francione ha dado en el clavo en muchos de sus análisis. Hay, no obstante, algunos puntos en los que difiero de su posición.
Estos los agruparía en los siguientes dos bloques.
* 1º) Francione lleva a cabo un análisis que subyace a su trato de la cuestión, y que es el que le lleva a utilizar la terminología de los derechos. Ha sostenido que el motivo básico por el que los animales no humanos son utilizados como recursos es porque son nuestras propiedades. Así, el reconocimiento de derechos implicaría en primer lugar el fin del estatuto legal de propiedades de los animales no humanos.
Considero, sin embargo, que lo que sucede no es que los animales no humanos sean explotados porque sean nuestras propiedades, sino que, a la inversa, se les atribuye el estatuto de propiedades a partir del hecho de que son explotados. Esta distinción no es ninguna trivialidad, como podría parecer. Pienso que debemos tomar como punto de partida el hecho de que se discrimina moralmente a los animales no humanos, en el sentido de que no se da importancia a sus intereses o se les da menos que a los de los humanos. Es esto lo que lleva a que sean utilizados como recursos. Y este es el motivo por el que la ley reconoce que son nuestra propiedad: para así regular el modo en el que tal uso se lleva a cabo.
Esto es importante, pues implica que donde se encuentra la raíz del asunto no es en el estatuto legal de los animales no humanos, sino en las actitudes especistas que la inmensa mayoría de los seres humanos tienen hacia ellos.
De acuerdo con esto, cabe inferir que el quid de la cuestión no radique en el reconocimiento de derechos a los animales no humanos, sino en el cese de su discriminación especista. Téngase en cuenta que, en una sociedad que no permite el uso como recursos de seres humanos, abandonar el especismo implica necesariamente rechazar el uso de animales no humanos.
Quienes defienden el uso de animales no humanos (y no el de humanos) y dicen ser antiespecistas simplemente no son antiespecistas. Ahora bien, se puede dejar de usar animales no humanos sin dejar de ser especista. (Por otra parte, añadiría que la búsqueda de derechos legales es algo particular al momento histórico en el que nos encontramos, en el que en los sistemas legales la protección de los individuos se codifica en derechos).
Por todo ello, yo preferiría hablar, más que de movimiento por los derechos animales, de movimiento antiespecista, aun y cuando, por supuesto, este busque hoy en día el reconocimiento de derechos legales para los animales. Pero es preciso insistir en que ambos términos no definen lo mismo: repito que hay quienes no se oponen al especismo y, no obstante, propugnan el reconocimiento de derechos a los animales no humanos que impidan su uso como recursos.
* 2º) Por otra parte, en lo que toca a las estrategias a seguir para una defensa adecuada de los animales no humanos, Francione ha criticado la consistente en buscar la regulación del modo en que se usa a estos. Francione ha indicado que las campañas de este tipo pueden dar a la opinión pública la opinión de que lo objetable del uso de animales no humanos es el modo en el que estos son tratados, en lugar de su uso en sí. Francione ha llamado a esta estrategia “nuevo bienestarismo”.
Este término a mí me parece que es un tanto equívoco, pues lleva a confusión entre la búsqueda de determinados fines y una estrategia particular que podemos adoptar para conseguir tales fines.
Recapitulemos. El bienestarismo busca minimizar el daño sufrido por los animales no humanos al ser usado. Para ello echa mano de una estrategia, consistente en la búsqueda de regulaciones. A su vez, hay quien quiere abolir el uso de animales y piensa que consiguiendo regulaciones puede hacerlo. Esta posición es claramente diferente de la anterior. Hay que dar un nombre, pues, a la estrategia como tal. No hay unos objetivos finales que distingan como tal al “nuevo-bienestarismo”. Hay unos objetivos finales (resultantes de una posición moral o principios especistas combinados con cierta preocupación por los animales no humanos) que definen al bienestarismo, y hay unos objetivos finales que definen al movimiento que busca el fin del uso de animales (téngase en cuenta que dentro de este caben tanto antiespecistas como aquellos especistas que rechacen el uso de animales). Y hay una estrategia que busca regular el modo en el que se usa a los animales no humanos.
Por ello, pienso que podría ser más adecuado utilizar una terminología diferente, y hablar de la estrategia regulacionista. Por otra parte, hay que tener en cuenta que esta no es la única estrategia que utiliza el bienestarismo. El bienestarismo también utiliza otras vías de acción, como la educación al público para que este no se comporte cruelmente con los animales no humanos. Así, el regulacionismo es una vía de acción que utiliza fundamentalmente el bienestarismo, aunque también se ha usado desde otras posiciones. Una alternativa que defiende Francione ante el regulacionismo es el llamado abolicionismo. Lo que este vendría a defender sería la prohibición paulatina de las diferentes prácticas en las que se utiliza a los animales no humanos.
El abolicionismo es, pues, una estrategia. Podemos también llamar abolicionismo a una posición moral u objetivos últimos, que definiría la búsqueda de la abolición del uso de animales no humanos. Pero entonces este término ya no puede ser identificado con una estrategia concreta, quienes creen que el mejor modo de conseguir tal abolición es mediante regulaciones buscan realmente tal abolición.
Por ello es mejor diferenciar el abolicionismo como estrategia, para evitar confusiones con esta otra acepción, distinta, del término. Hay quien prefiere utilizar el término movimiento para denominar aquello que se hace con un mismo objetivo final, otros sostendrán que no, que lo que define a un movimiento como tal es también la adopción de una determinada estrategia. Quienes hablan del movimiento abolicionista normalmente refieren esto último, puesto que se buscan diferenciar de quienes adoptan una estrategia regulacionista para conseguir los mismos fines que ellos buscan. En la práctica, este ha sido el caso de Francione que ha acabado distinguiendo no ya dos sino tres movimientos distintos: el bienestarista, el que llama nuevo-bienestarista y el abolicionismo.
El primero se distinguiría de los dos últimos en los fines que busca, los dos últimos no, sino en las estrategias que siguen.
Ocurre que las campañas abolicionistas no se ven totalmente libres de posibles consecuencias indeseables. Ello se debe a que pueden dar la impresión de que lo que se ha de rechazar son ciertos usos de los animales y no otros (por ejemplo, si se entiende que sólo las corridas de toros, y no el consumo de animales como comida, son cuestionables).
El regulacionismo parece sin duda más problemático que el abolicionismo de cara a generar confusiones, pero este último no se ve tampoco libre de objeciones al respecto. Por supuesto, habrá una parte del público que entenderá sin malentendidos de esta índole las campañas abolicionistas y las regulacionistas, pero también habrá otra que no lo hará.
Me gustaría añadir, al margen de esto, que considero que el problema fundamental de ambas estrategias, regulacionismo y abolicionismo, más que el de que pueda dar al público una opinión distorsionada de lo que buscan los activistas antiespecistas, radica en que conllevan un gasto de recursos absolutamente desmesurado que consigue unos resultados francamente reducidos en comparación con otras vías de acción. La introducción de una regulación o una prohibición lleva por lo normal bastante tiempo, y requiere del empleo de muchísimo esfuerzo y dinero. Y sería engañarnos a nosotros mismos no reconocer que su alcance es limitado, especialmente en el caso de las regulaciones: las mejoras que consiguen ayudan sin duda a algunos animales.
Pero, francamente, están lejos de ser significativas si vemos la situación en conjunto (puesto que o introducen regulaciones sobre aspectos no esenciales de la explotación de algunos animales no humanos o prohiben prácticas muy marginales, dado que no se puede lograr hoy en día una prohibición significativa –como, por ejemplo, de la abolición del consumo de animales o de la vivisección–). El empleo de tales recursos para difundir el vegetarianismo y el cuestionamiento del especismo implicarían unos resultados mucho más notables. Si los esfuerzos dedicados a las campañas regulacionistas se empleasen con este otro fin, veríamos una disminución en la demanda del consumo de animales que ahorraría a muchos de estos una vida de sufrimientos y la muerte.