Iniciado por
Spinoza88
Para ti Marsupial, te lo dedico:
"Creo que no miento si digo que el unionismo ha sido incapaz de producir un solo argumento positivo que conduzca a los catalanes a arrojar sus esperanzas independentistas al más negro de los pozos del averno y abrazar con fervor Mariano a la madre patria española y ya de paso a su anciana suegra la Castilla imperial, por estricto orden de llegada. Argumentos negativos los ha habido a cascoporro. En realidad toda una gozosa orgía de funestos vaticinios en lúbrica coyunda, pero sin Sasha Grey de por medio: nos echarán de la Unión Europea, nos gobernarán los nazis, los tanques volverán a entrar por la Avenida Diagonal, la corrupción se nos comerá por los pies, los empresarios se largarán de Cataluña con sus empresas a cuestas, nos obligarán a cambiarnos los apellidos, nos quedaremos sin pensiones, retrocederemos 50 años, nos convertiremos en Kosovo y seis o siete generaciones de catalanes se verán obligadas a hurgar en los cubos de la basura de sus vecinos valencianos y aragoneses mientras intentan que estos no les sacudan un perdigonazo de sal cual vulgares ratas nauseabundas con barretina. Eso a botepronto y sin escarbar demasiado. La tradicional finezza intelectual de las elites políticas de este país, ya saben. Si la campaña electoral durara una semana más acabarían saliendo a colación el derecho de pernada, las hordas de zombis y las lluvias de sangre y fuego del apocalipsis. Hasta gente brillante como Tsevan Rabtan y Félix de Azúa ha tenido que recurrir en estas mismas páginas a la farsa y a la caricatura, es decir a la ficción a puerta gayola, para expresar su rechazo a una hipotética futura Cataluña independiente. Como si la realidad no atesorara argumentos suficientes. ¿No les parece sospechoso?
A mí me sorprende tanta preocupación por lo que hagan o dejen de hacer los catalanes. Si todo lo expuesto es cierto… oigan, que un diablo maléfico de 1.000 vergas como barras de cuarto nos sodomice a los habitantes del noreste español durante el resto de la eternidad. Que nos jodan bien jodidos, vaya. A ver si no vamos a tener los catalanes la libertad de retozar en nuestra propia insensatez cual gorrino en charca de barro. Aquí el que no retoza es porque no quiere. Como dijo Albert Rivera entrevistado por Xavier Bosch en TV3 el pasado 16 de noviembre, “si Cataluña fuera independiente me iría de aquí porque no quiero pertenecer a un país que levanta fronteras en vez de puentes” (cito de memoria). Ahí tienen ustedes, y lo digo sin un ápice de ironía, la primera y única reacción racional en dos meses al órdago independentista catalán. Sin estridencias ni grititos de beata en trance: si no me gusta la charca, me largo.
¡A ver si voy a tener que hacerle yo el trabajo al unionismo! Venga, ahí va: un más que aceptable argumento positivo a favor de la unidad de España sería el de considerarla (a España) como una externalidad de red. Es decir como una estructura política y social cuya utilidad no se debe a la superioridad intrínseca sobre sus competidoras sino al hecho de que ya está siendo utilizada por una masa crítica de usuarios. Es el caso del sistema de vídeo VHS. La calidad del sistema VHS era objetivamente inferior a la del sistema BETA, pero el VHS logró consolidarse como el sistema estándar entre los usuarios por la simple razón de que había más personas que utilizaban VHS que personas que utilizaban BETA. Una externalidad de red no es más que puro conformismo social irracional, ese que nos lleva a correr en la misma dirección en la que corre la masa aún sin saber de qué amenaza escapa esta en concreto. Externalidades de red son las modas, los superventas, la Wikipedia o Google. Según este argumento, España sería una externalidad de red. Quizá una Cataluña independiente acabe siendo más próspera, eficaz o viable que la España actual, pero España ya está siendo usada por millones de usuarios. Mal que bien, parece funcionar. ¿Para qué cambiar?
El problema de este argumento es que España no funciona. Más concretamente, lo que no funciona y no ha funcionado jamás no es España, sino sus instituciones y sus élites políticas. Y es por ahí por donde falla el argumento de la externalidad de red.
Lo que no se acaba de comprender en los mentideros políticos madrileños es la verdadera naturaleza de la rebelión catalana. Y no se comprende porque es imposible aprehender aquello que no forma parte de tu cosmovisión, de tu esquema intelectual de la realidad. Ver a Pedro J. Ramírez, Carmen Chacón y El País coincidiendo en este tema tiene algo de señal del fin de los tiempos, de estampita kitsch con león y cordero yaciendo juntos en los prados del paraíso.
Pero el independentismo catalán, que por cierto no ha sido diseñado por Artur Mas en un laboratorio secreto oculto en los sótanos del Palau de la Generalitat sino que viene de un poco más lejos, no es un capricho esencialista o cultural. Eso es la fachada de la masía, la cobertura de azúcar glas del buñuelo cuatribarrado. El independentismo catalán es la manifestación más visible y llamativa de una rebelión de clase. De clase media, concretamente. Esa clase media que en España sólo ha surgido históricamente de forma natural en Cataluña y, con matices, en el resto del arco mediterráneo. El debate sobre la independencia de Cataluña no enfrenta a un hipotético nacionalismo esencialista catalán con el constitucionalismo español. Enfrenta a la clase media española con la aristocracia cortesana madrileña, que es algo muy diferente. Enfrenta dos culturas perfectamente delimitadas: la de los productores de rentas y la de los captadores de rentas.
Porque no habrán sido ustedes tan inocentes como para creerse el cuento de la solidaridad entre españoles, ¿cierto? Aquí la única solidaridad que se reclama es la de la periferia con la casta extractiva centralista.
Hace unos meses se publicó en Jot Down un artículo de Adrián Ruíz-Mediavilla llamado Madrid, los Juegos y el problema de los intangibles. En los comentarios de los lectores se desató el habitual debate sobre Madrid, Barcelona y los bocatas de calamares. Es una polémica absurda. Los debates sobre abstractos jamás acaban en una victoria por KO y se acaba confundiendo la ciudad con sus habitantes. Lo que sí sé es dónde preferiría vivir yo, que a fin de cuentas es lo que me importa como individuo y no como integrante de una colectividad de ciudadanos en busca de verdades metafísicas absolutas.