Amenazas de muerte
26 de Julio de 2013 a la(s) 5:16
Imagino un mundo en el que, de pronto, en todos los países del mundo empezara a ocurrir lo mismo: como si una siniestra mafia hubiera tomado control de todo, ciertas personas empiezan a aparecer muertas en la calle. Al comienzo nadie nota nada, pero de a poco se va notando y hasta los medios empiezan a publicar noticias. Después me empiezo a enterar de personas a las que sin previo aviso otra gente les mostró un revólver en la calle y nadie hizo nada. A un conocido un tipo lo miró por la calle y le hizo el gesto de gatillar, por suerte con un revólver imaginario. Nadie lo vio. Un amigo me cuenta que en el colectivo le apoyaron un revólver en la nuca y tampoco nadie hizo nada. Finalmente un día camino por la calle y de pronto escucho que me gritan “¡cómo te pegaría cuatro tiros en la cabeza!”. Miro a mi alrededor y todo el mundo sigue como si nada. Siento que mi vida peligra y trato de hablarlo con gente conocida. Me dicen que no, que no exagere, que seguro que la gente que murió andaba en algo raro. Desisto de hablar del tema, empiezo a buscar un patrón común y me doy cuenta de que todas las víctimas tienen ojos verdes y, m**rda, yo también.
Ahí me despierto de la pesadilla, sobresaltado, pero me doy cuenta de que por suerte ese mundo no existe. Pero luego, ya más tranquilo, me pongo a pensar y me doy cuenta de que, quizás, ese mundo exista. ¿Acaso no educamos a las mujeres para que crean que una violación es lo mismo que la muerte?. Sí, de hecho a las que son violadas les insistimos para que se sientan rotas, destruidas, muertas. Les decimos “te cagaron la vida” y, de hecho, nos ocupamos de que así sea. Lo mismo pasa con los hombres que son violados y que no quieren contarlo por lo mismo: para que no les pongamos en la frente el rótulo de “tu vida terminó acá”.
Inventamos una categoría particular de monstruos antisociales a la que les echamos la culpa: los violadores. Pero en el mundo real no son tan distintos a nosotros, la gente “buena”: vecinos amables que saludan a todo el mundo y violan a una amiga luego de una cita, directores técnicos de fútbol que un día violan un nene y al otro siguen siendo aclamados, padres ejemplares que violan a sus hijas, novios cariñosos que un día deciden no respetar el "no" de su pareja y la fuerzan a tener sexo…
Y luego pasamos por alto esa enorme gama de actos cotidianos, llevados a cabo por gente que tampoco es tan distinta a nosotros y, sin embargo, le muestra la pija en la calle a una mujer, se la apoya durante todo un viaje en bondi, le hace gesto de meterle la lengua en la concha o le grita desde un taxi que le rompería el orto.
Ahí entiendo que todos estos actos no tienen nada de inocente: son amenazas de violación y eso quiere decir amenazas de muerte. Me doy cuenta de que las mujeres las sufren a diario, de que muchas prefieren no verlo para vivir la vida lo más tranquilas posibles y de que otras tratan de decirlo, pero son tildadas de exageradas, histéricas u odiahombres. Me doy cuenta de que los hombres que son violados también tienen miedo de hablar para no ser tildados de débiles o putos.
Así me doy cuenta de que depende de mí elegir entre hacer algo o seguir como si nada, opción que me parece muy cercana a ser cómplice. Y elijo.
Elijo trabajar por un mundo en el que se deje de culpar a las víctimas por la violencia que sufren. Elijo trabajar por un mundo en el que los violadores sean algo rarísimo, tan infrecuente de ver como un caníbal o un pirómano. Elijo trabajar por un mundo en el que no haya una cultura que minimice, justifique y hasta promueva la violencia sexual.
Elijo trabajar por un mundo en el que cada víctima a la que se le haya jurado que le habían cagado la vida renazca de entre la m**rda. Y aunque de la m**rda se renazca sucio, hay que aprender a limpiarse, a sanar las heridas y a seguir adelante. El fénix renace sólo después de quemarse hasta las cenizas. Que la belleza de la resurrección no oculte lo profundo de su dolor previo.
Elijo trabajar por un mundo en el que las personas aprendan a relacionarse con las demás desde el respeto y no desde la violencia. Elijo hacer, no declamo lo que “debería hacerse”. Y para eso elijo mis caminos: construir un discurso alternativo al de la cultura de la violación, crear espacios para que las víctimas empiecen a sanar, otros en los que todos aprendamos a relacionarnos desde el respeto por la libertad y la diversidad y para pensar entre todos una educación desde esos valores para las próximas generaciones. Yo elijo hacer algo. Y lo hago.
Porque sólo la muerte nos saca la oportunidad de sanar las heridas y volver a empezar. Y la violación, pese a lo que digan, no es la muerte.
Leonardo Hernández