Hace unas semanas un amigo se preguntaba cuantos de los catalanes que hoy llenan el facebook de esteladas y se llevan a los niños a cadenas humanas votarían que "no" en el referéndum dentro de un año a cambio de quinientos euros del gobierno de España. Coincidimos en pensar que a saber, que demasiados, no porque los catalanes seamos más avaros que nuestros vecinos, si no más bien porque en el fondo somos igual de cafres. Precisamente por el problema del fin.
La gente que manda en Catalunya se ha encargado de transmitir el menaje de que los catalanes somos vilmente expoliados por el resto del estado, como si aquí trabajáramos para que los habitantes de Extremadura puedan pasarse la semana tumbados al sol bebiendo cerveza y comiendo aceitunas. Ese planteamiento no lleva a ninguna parte, otro tema es de qué modo gestiona nuestros impuestos quien quiera que lo haga, pero la realidad es que a los catalanes nos expolian, en primer término, otros catalanes, personas que generalmente han heredado esa tarea de sus padres y abuelos. El president Mas tiene sus números de teléfono, por si alguien quiere preguntarles cómo lo hacen.
A mí me parece que si no asumimos eso no hace mucha falta mover un dedo.