En “Confesiones de una devoradora de carne”, novedad en Francia, la jurista argentina aboga por los derechos de los animales y afila el debate sobre la ética del vegetarianismo.
Qué transforma la vida? ¿Qué hace que, de pronto, una carnívora implacable, sucumba a la alimentación verde? De esto trata el libro Confessions d’une mangeuse de viande (Confesiones de una devoradora de carne) de la jurista franco argentina Marcela Iacub. Recibida de abogada en Buenos Aires, partió luego a París donde vive desde hace más de veinte años. Provocadora y libertaria, supo edificar con cuidado la figura de sus obsesiones y se ha convertido en una reconocida intelectual en Francia. Estudiosa del Derecho, especialista de la historia de las costumbres sociales, reflexiona sobre la prostitución – pide su legalización –; la violación – propone extraer el término sexual del sistema jurídico –; las leyes bioéticas – está a favor de las madres portadoras –; o sobre la libertad sexual – “me gustaría hacer del sexo una libertad como la libertad de comercio”, clama. Cada uno de estos temas los analiza a través de los dos pilares que sostienen su universo ético: el libre albedrío y el consentimiento. Un laisser faire que reivindica como condición esencial de la libertad individual. Pero a diferencia de muchas de sus obras anteriores, eruditas y complejas, su último libro es un panfleto, un grito, una toma de conciencia culpable sobre el desvergonzado consumo de carne al que se abocó con fervor toda su vida. De manera súbita, un pedazo de carne se volvió una secuencia de las imágenes revulsivas que lo habían hecho posible. Un banquete producto del crimen de un animal que consiente matar a otros de distinta especie sólo para comerlos. Desde París, donde vive con su perra, responde a Ñ .
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