Las Brujas
Entre los s. XV y XVII tomó especial fuerza en Europa la denominada caza de brujas. La locura colectiva desencadenada causó la muerte de miles de víctimas inocentes, sobre todo en las zonas rurales, donde la ignorancia alimentaba todo tipo de supersticiones.
Esta caza de brujas que convulsionó a la Europa occidental pudo no revelar la existencia de demonios sobrenaturales, pero sí engendró una nueva especie de monstruos humanos: los cazadores de brujas, hombres de rectitud patológica dedicados a descubrir a las supuestas servidoras del diablo.
La obsesión con los demonios empezó a alcanzar un crescendo cuando, en su bula Summis Desiderantes de 1484, el papa Inocencio VIII declaró:
”Ha llegado a nuestros oídos que miembros de ambos sexos no evitan la relación con ángeles malos, íncubos y súcubos, y que, mediante sus brujerías, conjuros y hechizos sofocan, extinguen y echan a perder los alumbramientos de las mujeres.”
Posteriormente se organizaría de modo instruido la caza de brujas en toda Europa.
Las brujas eran acusadas de ser responsables de la peste negra, las epidemias, plagas, las sequias, o cualquier otra desventura; de tener poder, además, de causar desgracias a personas concretas a través de filtros o pócimas, invocaciones, provocando con su poder mágico la muerte; se consideraba que se podían transformar en animales, realizar vuelos noturnos, hacerse invisibles, acceder a cualquier lugar por lejano y seguro que fuera. Para realizar sus atrocidades se reunían, generalmente por la noche, en aquelarres, reuniones orgiásticas en las que se daba rienda suelta a todo tipo de abominaciones y que tenían como invitado de honor al propio demonio, representado por un macho cabrío, con el que se suponía las brujas sostenían cópula carnal.
El número de personas condenadas la hoguera bajo este cargo en el s. XVII, sólo en Alemania, ha sido caculado en 100.000 personas. Para el mismo periodo, en Inglaterra fueron alrededor de 50.000.
La brujería bajo la Inquisición
En España las primeras medidas represivas contra la brujería datan al menos de los s. XIV o XV, pero no tuvo la misma virulencia que en otras partes de Europa.
A nivel del Santo Oficio, en la práctica, la mayor parte de los testimonios de la existencia de tal delito, fue rechazada por considerárseles engaños. Es decir, que contrariamente a lo que se cree, el complejo proceso judicial establecido de la Inquisición en España, paradójicamente salvó a muchas personas de ser quemadas como brujas en una época donde en Europa prevalecía el desorden buscando acusados de un crimen imposible.
Malleus Maleficarum "El Martillo de las Brujas" (1486)
El papa Inocencio VIII nombró a dos Inquisidores dominicos, Heinrich Kraemer y Johann Sprenger, para que escribieran un estudio completo utilizando toda la artillería académica de finales del siglo XV.
Ambos dominicos, con citas exhaustivas de las Escrituras y de eruditos antiguos y modernos, produjeron el libro Malleus Maleficarum, "Martillo de Brujas" en 1486, descrito con razón como uno de los documentos más aterradores de la historia humana, considerado el libro más funesto de la historia de la literatura, y que pasó a ser la biblia de los cazadores de brujas.
Malleus Maleficarum
Fue manual utilizado por la Inquisición Medieval y de los jueces de lo criminal, y texto, por así decirlo, explicativo de las diferentes clases de brujas, con las características correspondientes a sus respectivas influencias. Una enciclopedia sobre las brujas.
Para los autores del libro no había engaño demasiado tortuoso ni tormento excesivo con tal de obtener confesiones. Tampoco cabían el escepticismo ni la moderación, pues, como rezaba el lema del libro, «No creer en brujas es la mayor de las herejías»
(continúa)