Lo siento, pero el discurso de que la infancia es la utopía que ganarán los cristianos, de que los adultos son amargados y aburridos y el acervo mitológico que se impone a los niños es un mundo mágico donde todos son felices y no hay problemas me resulta completamente falso.
Por lo que me consta y según el cognitivismo, los niños tienden a emplear el pensamiento mágico durante su más tierna infancia. Es un estadio normal del desarrollo psicológico.
Sobre si está o no bien decirle a los niños que el niño Jesús (aquí en Venezuela es el niño Jesús, y hoy estoy nacionalista
) les trae regalos, no pienso opinar. Podríamos suponer por un lado que es faltarle el respeto a los niños y, por otro, que es una tradición hacer eso y no tiene mayor trascendencia. Supongo que lo primero tiene mayor peso, pero no pienso posicionarme. Toda la celebración hace eso: familia unida, que se entrega dádivas y está junta y come. Y ya está. Eso, por supuesto, se puede hacer sin montar un árbol de plástico con luces de colores y un montón de adornos navideños, que ocupa espacio y recursos y a mí me saca de quicio.
Que todas las empresas excepto las librerías hagan ofertas, que los hermanos sólo se ven en navidad porque se odian desde tal evento, que las proporciones de carne ingeridas aumenten en progresión geométrica, que la gente no sepa divertirse sin ladillar con artificios pirotécnicos, etc., son detalles ajenos a la celebración aunque se den paralelamente a ella. ¿El problema es con la celebración o con los eventos colaterales a la misma? ¿Se odia a la sandía o a las semillas?