“¿Hay que cambiar el mundo?” le pregunto a Charifa al final de una larga entrevista.
Charifa no responde inmediatamente. Se toma su tiempo para pensar, cosa que hace sin bajar la mirada, aguantando un largo silencio.
“¿El mundo?”, repite con voz inaudible, rumiando la pregunta como si fuera un objeto extraño, quizá una pregunta trampa.
“¡Lo que hay que hacer es cambiar la fresa!”, suelta finalmente con un entusiasmo, una alegría y una convicción que nos hace reír a todos los que la hemos estado escuchando mientras el intérprete iba traduciendo del árabe el relato sobre su larga experiencia como trabajadora de la fresa; y cómo, poco a poco, pasó de ser una niña asustada, una niña que lloraba en soledad la dureza del trabajo, los viajes nocturnos en las furgonetas que las llevaban a las fábricas o a los campos como si fueran ganado, los malos tratos del capataz, el acoso, la esclavitud, como dice ella y tantas otras trabajadoras corroboran, y se convirtió en una militante social. Una mujer de 23 años que no baja la cabeza y dice lo que piensa.
Estamos en Marruecos, en la provincia de Larache.
Mires por donde mires: fresas.