EL MITO DE LA OFERTA La adopción internacional no fue siempre una industria impulsada por la demanda. Hace medio siglo era, sobre todo, una acción humanitaria para niños que habían perdido a sus padres en algún conflicto. En 1955, se extendió la noticia de que Bertha y Henry Holt, una pareja de Oregón (EE UU), había adoptado a ocho huérfanos de guerra coreanos. Desde entonces, la adopción internacional se ha hecho cada vez más popular en Australia, Canadá, Europa y Estados Unidos. Los estadounidenses acogieron a más de 20.000 niños extranjeros en 2006, frente a los 8.987 de 1995. Hoy, Canadá, Francia, Italia, España y EE UU realizan cuatro de cada cinco adopciones internacionales. Los cambios demográficos occidentales explican la mayor parte del boom. Gracias a la anticoncepción, el aborto y el retraso en la edad de matrimonio, los nacimientos no deseados han bajado en la mayor parte de los países desarrollados. Algunas mujeres que han pospuesto su primer embarazo descubren que la edad se les echa encima; otras tienen problemas de fertilidad desde el principio. Algunas personas adoptan por motivos religiosos; dicen que han sido llamadas para cuidar de los necesitados. En Estados Unidos, otro motivo adicional es la percepción de que la adopción internacional es, de algún modo, más segura –más fiable y con más probabilidades de éxito– que muchas de las que se realizan dentro del país, donde hay un enorme miedo a que la madre biológica cambie de opinión a última hora. Un océano de por medio y la creencia de que los niños sin recursos abundan en los países pobres eliminan ese pavor. Pero las adopciones internacionales, en realidad, no son menos arriesgadas; simplemente están menos reguladas. Del mismo modo que las empresas deslocalizan industrias a países con leyes laborales débiles y bajos salarios, las adopciones se han externalizado a Estados con poca legislación en la materia. Los padres biológicos pobres y analfabetos del mundo en desarrollo gozan de menos protección que los estadounidenses, sobre todo en países donde el tráfico de personas y la corrupción campan a sus anchas. Y, con demasiada frecuencia, este dato se pasa por alto en el otro lado, el de quienes quieren adoptar. En realidad, hay muy pocos bebés sanos para adoptar: los huérfanos raras veces son bebés sanos y los bebés sanos casi nunca se quedan huérfanos. “No es cierto que haya grandes cantidades de críos sin hogar acogidos en instituciones o que necesiten de la adopción transnacional”, afirma Alexandra Yuster, asesora sobre protección infantil en Unicef. Esta afirmación contradice la película que se les ha vendido durante mucho tiempo a los occidentales, a quienes las imágenes de miseria en los países en desarrollo y el interminable flujo de niñas chinas les han convencido de que millones de huérfanos necesitan desesperadamente un hogar. Unicef es, en parte, responsable de esta errónea visión. Las estadísticas de críos internados en instituciones suelen emplearse para justificar la adopción internacional. En 2006, Unicef contabilizó casi 132 millones de huérfanos en el África subsahariana, Asia, América Latina y el Caribe. Pero la definición de huérfano del organismo de Naciones Unidas incluye a los menores que han perdido sólo a uno de sus progenitores, ya sea por abandono o por fallecimiento. Apenas el 10% del total, es decir, 13 millones de ellos, se han quedado sin los dos, y la mayoría de estos últimos viven con sus familias extensas. También son mayores. Según la propia Unicef, el 95% de los huérfanos tiene más de cinco años. En otras palabras, los “millones de huérfanos” declarados por la organización no son bebés sanos condenados a la miseria en una institución si los occidentales no los rescatan. En general, se trata de chiquillos de más edad con familia cercana que necesitaría ayuda financiera. La excepción es China, cuya política de un único hijo ha dejado una gran cantidad de niñas disponibles para adopción. Pero esta elevada afluencia de hijas no es infinita. Ya hay más extranjeros buscando retoños en el gigante asiático que huérfanas que Pekín desee enviar fuera del país. En 2005, 14.500 menores chinos fueron adoptados por extranjeros; las agencias sostienen que aún hay muchos más clientes esperando. Y llevárselas a casa es cada día más difícil. En 2007, el organismo chino competente redujo de golpe la cuota de niñas que podían enviarse al exterior, posiblemente debido al desequilibrio cada vez mayor entre la población masculina y la femenina, la reducción de la pobreza y los escándalos de tráfico de menores. Los candidatos a adoptar en China son evaluados con dureza en cuanto a su edad, antecedentes matrimoniales, tamaño de la familia, ingresos, salud e incluso peso. Esto significa que si usted es soltero o soltera, gay, tiene sobrepeso, se pasa de edad, no tiene una situación económica muy boyante, toma antidepresivos o ya tiene cuatro hijos, Pekín le descalificará. Incluso los que superan la primera fase de la selección pueden esperar tres o cuatro años hasta terminar todos los trámites. Esto ha llevado a muchos padres a buscar naciones donde se pongan menos trabas, como si todos los países fueran China, pero con normativas menos estrictas. Uno de ellos es Guatemala, que en 2006 y 2007 fue el segundo exportador de niños a Estados Unidos. Entre 1997 y 2006, el número de guatemaltecos adoptados por estadounidenses se multiplicó más que por cuatro, hasta superar los 4.500 al año. Aunque parezca increíble, en 2006, uno de cada 110 bebés nacidos en ese país fueron adoptados por estadounidenses. En 2007, nueve de cada diez adoptados tenían menos de un año; casi la mitad no había cumplido los seis meses. “Guatemala es un caso perfecto para estudiar cómo las adopciones internacionales se han convertido en un negocio regido por la demanda”, afirma Kelley McCreery Bunkers, ex consultora de Unicef. El proceso de adopciones guatemalteco “fue una industria desarrollada para satisfacer a las familias sin hijos de los países desarrollados”. Debido a que la inmensa mayoría de los menores ingresados en instituciones en Guatemala no están sanos, casi ninguno ha conseguido un hogar extranjero. En otoño de 2007, una encuesta realizada por el Gobierno de Guatemala, Unicef y la agencia para el bienestar y la adopción Servicios Infantiles Internacionales Holt contabilizó 5.600 menores en orfanatos nacionales. De ellos, más de 4.600 tenían cuatro años o más. Menos de 400 eran menores de 12 meses. Y, sin embargo, en 2006 se enviaron cada mes más de 270 bebés guatemaltecos de menos de un año a Estados Unidos. No procedían de las instituciones de acogida: el año pasado, el 89% de esos niños exportados fueron abandonos: bebés cedidos directamente a un abogado que aprobó la adopción internacional –a cambio de unos nada desdeñables honorarios– sin la intervención de un juez o agencia de servicios sociales. Entonces, ¿de dónde salen algunos de los niños adoptados? Veamos el caso de Ana Escobar, una joven guatemalteca que, en marzo de 2007, denunció a la policía que unos hombres armados la habían encerrado en un armario de la tienda de zapatos de su familia y le habían robado a su hija. Después de buscarla durante 14 meses, Escobar encontró a su pequeña en un centro de acogida, justo unas semanas antes de que la niña fuera entregada a una pareja de Indiana (EE UU). Las pruebas de ADN demostraron que era la hija de Escobar. Un caso similar se produjo en 2006, cuando Raquel Par, otra guatemalteca, denunció que había sido drogada mientras esperaba un autobús en la capital del país, y que cuando despertó, su bebé de cuatro meses había desaparecido. Tres meses después, Par supo que la cría había sido adoptada por una pareja estadounidense. El 1 de enero pasado, Guatemala cerró sus puertas a las solicitudes estadounidenses para que el Gobierno pueda reconstruir el descontrolado proceso de adopciones. Reino Unido, Canadá, Francia, Alemania, Países Bajos y España dejaron de aceptar niños del país centroamericano varios años antes, porque les preocupaba el posible tráfico de menores. Pero aún están tramitándose más de 2.280 peticiones con destino a Estados Unidos, si bien con salvaguardas. De hecho, ya se han encontrado bebés robados entre los pequeños destinados a las familias del Norte. Las autoridades guatemaltecas esperan que aparezcan más. Guatemala se considera el país con el historial más corrupto en este ámbito. Pero las mismas tendencias preocupantes están surgiendo, en menor escala, en una docena de Estados, incluidos Albania, Camboya, Etiopía, Liberia, Perú y Vietnam. Este patrón sugiere que la oferta de bebés aparece con el objeto de satisfacer la demanda y desaparece cuando el dinero occidental ya no está a mano. Por ejemplo, en diciembre de 2001, el servicio de inmigración estadounidense dejó de tramitar los visados de adopción reclamados desde Camboya, aduciendo pruebas de que los niños se estaban obteniendo ilegalmente, a menudo contra los deseos de los padres. Entonces, fueron adoptados más de 700 menores camboyanos. De los 400 que acabaron en hogares estadounidenses, más de la mitad tenían menos de 12 meses. Pero en 2005, un estudio sobre la población huérfana camboyana encargado por la Agencia Estadounidense para el Desarrollo Internacional (USAID) detectó sólo 132 menores de doce meses en el país, una cifra inferior al número de bebés que hacía pocos años los occidentales acogían cada trimestre.