A los 78 años, esta mujer, que ha pasado toda una vida estudiando a los chimpancés , recorre el mundo para concienciar sobre los derechos de los animales y la importancia de preservar el planeta. En el 2003 recibió el premio Príncipe de Asturias
Jane Goodall reproduce el momento en que, por primera y única vez en su estancia en el parque nacional de Gombe, en Tanzania, una cría de chimpancé se acercó a ella y le tocó la nariz con su dedo
Sin preparación al inicio –luego iría a la Universidad de Cambridge y sería una de los únicos ocho alumnos de su historia que se doctorarían sin haber cursado estudios preuniversitarios–, esta mujer, de apariencia frágil y mirada transparente, se ha convertido en una eminencia acerca del comportamiento de los chimpancés salvajes. En 1957 viajó por primera vez a África y poco después aceptaría la propuesta del arqueólogo y paleontólogo Louis Leakey, su mentor, para instalarse en Tanzania (entonces Tanganica) y estudiar el comportamiento de una colonia de chimpancés del parque nacional de Gombe. Era una de las tres mujeres que en su momento se conocerían como “los ángeles de Leakey”, en referencia a la famosa serie de televisión, dedicadas a estudiar los grandes simios (las otras dos eran Birute Galdikas, que trabajó con orangutanes en Borneo, y la malograda Dian Fossey, asesinada en Ruanda en 1985, que estudiaba los gorilas en las montañas Virunga de ese país).
Observándolos a lo largo de muchos años, Jane Goodall pudo establecer hasta qué punto los chimpancés tenían similitudes con los humanos. Algunos de sus hallazgos la llenaron de satisfacción; otros, como la violencia y la crueldad que demostraron en ocasiones, la decepcionaron. Entre sus descubrimientos más importantes figura haber establecido que eran capaces de utilizar herramientas, ya que para extraer las termitas de sus nidos empleaban ramas de árbol a las que arrancaban las hojas para hacerlas más eficaces. Otras de sus investigaciones concluyeron que la alimentación de los simios no era sólo herbívora como se suponía y que podían devorar incluso a sus semejantes.
Designada mensajera por la paz de las Naciones Unidas, a los 78 años sigue viajando por todo el mundo dando charlas y conferencias. Recientemente presidió en la facultat de Ciencias de la Universitat Autònoma de Barcelona el encuentro mundial de los Institutos Goodall, un organismo fundado por ella en 1977 que se ocupa de la defensa de los simios y su hábitat. En una conferencia pronunciada en CosmoCaixa dentro del programa de ciencia, investigación y medio ambiente de la Obra Social de La Caixa, habló sobre su historia y acerca de su lucha para lograr una mayor concienciación sobre la destrucción del planeta y el maltrato y abuso de los animales.
Lo que diferencia a los chimpancés de los humanos ¿es que no pueden hablar?
Efectivamente. El cerebro del hombre y del chimpancé tienen estructuras idénticas, y si establecieran algún tipo de lenguaje, se desarrollaría también su intelecto. El lenguaje permite discutir, compartir informaciones, pensar en cosas que no son del presente y hacer planes de futuro. A él debemos el explosivo desarrollo de la inteligencia humana.
¿Podrían llegar a gobernar el mundo?
Ojalá evolucionaran desarrollando más el lado derecho del cerebro que el izquierdo, que es nuestro problema. Los humanos hemos perdido la sabiduría. Antes se tomaban decisiones planteándose qué iban a suponer para las generaciones futuras, y ahora lo que nos interesa es saber cómo nos afectará a nosotros y a nuestra familia.
Así demostramos no ser tan inteligentes como pensamos.
Es como si el cerebro se hubiera divorciado del corazón, de lo que puede resultar un individuo muy peligroso. Si somos los animales más inteligentes del planeta, ¿cómo es que lo estamos destruyendo? Pues porque existe esa desconexión entre nuestra inteligencia y nuestra capacidad de amar y ser compasivos.
Cuando llegó a Tanzania, ¿cómo imaginaba que iba a ser su vida allí?
Soñaba con ir a África desde niña. A los 20 años había conseguido ahorrar algo de dinero para pasar un año en Kenia en casa de una amiga. Al poco de estar allí conocí a Louis Leakey, que me sugirió que me dedicara a estudiar a los chimpancés.
Y usted, sin más, aceptó la propuesta.
Poder cumplir mi deseo era tan emocionante que no albergaba ningún temor. Me gustaban todos los animales, pero especialmente los chimpancés por su fascinante parecido con nosotros. Costó un año recaudar el dinero necesario para el proyecto en Gombe. No tenía ni idea de lo que iba a ocurrir con mi vida ni con el estudio, pero estaba encantada.
Hay que ser muy valiente para dejar Londres por un entorno salvaje…
La valiente fue mi madre, que se vio obligada a acompañarme, porque en aquellos años a una chica de mi edad no le permitían vivir sola en un lugar tan salvaje. Para ella fue muy difícil adaptarse a aquel entorno, dormíamos en una tienda de campaña expuestas a mordeduras de serpientes y a todo tipos de insectos. Mi madre estaba aterrorizada, pero nunca se quejó.
¿Y usted nunca sentía miedo?
Muchas veces, cuando merodeaba algún leopardo en busca de caza. Y hubo momentos en que me sentí amenazada por los chimpancés, pero lo superé fingiendo que no me interesaban y no mirándoles nunca de frente.
¿Qué es lo más impresionante que ha vivido junto a esos animales?
No sabría qué decirle, ha habido tantas situaciones impresionantes. Aunque tal vez lo más alucinante de todo fuera que Louis Leakey me eligiera para su proyecto de estudiar a los chimpancés.
¿Por qué cree que lo hizo si usted misma reconoce que no tenía preparación científica?
Supongo que captó mi sensibilidad hacia los animales, que he tenido desde antes de empezar a hablar, pero creo que también se dio cuenta de que no me interesaban ni la ropa ni mi aspecto físico, que prefería vivir en un entorno natural y salvaje que en mi Londres natal.
El hecho de no tener una preparación académica ¿le concedió más libertad para investigar a su manera?
Por supuesto. Louis Leakey me explicaría muchos años después que había optado por alguien como yo, sin estudios y con la mente abierta, para evitar los condicionantes que solían tener científicos más experimentados.
¿Y también fue deliberada la elección de una mujer?
Eso me dijo. Estaba convencido de que teníamos más paciencia para esperar a que nuestro trabajo diera resultados. Además, en aquellos tiempos pocas mujeres aspiraban a tener una carrera de éxito, y como no se esperaba demasiado de nosotras, estábamos menos presionadas por el entorno.
Pero tendría algo que aportar.
Sabía mucho acerca de la personalidad y la mente de los animales, porque de pequeña tuve un buen maestro: mi perro Rusty. Así que cuando fui a Gombe ya sabía que cada animal tenía una personalidad propia y sentimientos. Pero no podía hablar de ellos desde un punto de vista científico; todo lo que sabía me lo había enseñado un perro.
¿Los otros científicos la tomaban en serio?
Quizás no mucho, pero a mí no me preocupaba en absoluto, porque no tenía ninguna pretensión de convertirme en científica, lo único que me interesaba era conocer mejor a los chimpancés y trasladar mis descubrimientos a Leakey. Y fue él quien me obligó a matricularme en la Universidad de Cambridge para doctorarme.
¿Que aprendió de los chimpancés?
Que no existe una línea divisoria entre nosotros y el resto del reino animal, porque somos idénticos en infinidad de aspectos; me enseñaron muchas cosas acerca de la maternidad y de lo distinto que es para una cría de chimpancé tener una buena o una mala madre. Mis investigaciones resultaron muy útiles a los psicólogos y los psiquiatras infantiles.