Yo voy a contar mi caso:
Cuando nació mi hijo mayor, que ahora tiene 20 años, en casa había un perro de unos 3 años (no recuerdo bien si tenía 2 o 3 por entonces), un foxterrier que era el consentido. Durante el embarazo me asesoré de como actuar cuando naciera mi hijo y pasé de la gente petarda que me auguraba que iba a largar el perro en cuanto llegara a casa el bebé.
El día que llegué del hospital con mi hijo, Ron, mi perro, se acercó intrigadísimo y yo le dejé que lo oliera y se enterase bien de que había llegado un nuevo miembro a la "manada". Despúes que le perro olió lo que quiso (siempre con la precaución lógica que de no le hiciesa daño con las patas o el hocico, que para eso estaba yo vigilando), lo que hice fue no permitir que el perro y el bebé estuvieran solos en la misma habitación nunca, pero cuando yo estaba no le ponía impedimento al perro para acercarse al bebé o darle un lametón (mi perro estaba convenientemente desparasitado).
Nunca tuve problemas de gruñidos o rechazo, el perro aceptó al bebé de muy buen grado. Cuando mi hijo tenía algo más añito, y ya los dejaba jugar solos, escuché un día al perro gruñir, gruñía, paraba, gruñía, paraba y entre medias escuchaba las carcajadas de mi bebé. Fui corriendo a ver que pasaba y me encuentro a mi hijo sentado en el suelo y al perro sentado a su lado. Mi hijo metía su dedito en la nariz del perro, el perro, sin inmutarse, hacía grrrr y mi hijo se mondaba de risa. Gruñía, sí, pero ni un amago de mordisco (y tampoco se iba, así que no lo pasaba tan mal), y es que, era un perro muy gruñón, pero que jamás intentó morder a nadie de la casa, incluso si cuando gruñía le metías la mano en la boca.. Aún así le dije al niño que no había que molestar al Ron y me lo llevé. No regañé al perro porque no estaba haciendo nada malo y creo que así evité que le tomase inquina al niño.
Como he dicho, nunca hubo problemas ni con mi primer hijo ni con la niña que nació 3 años después. Mi perro murió muchos años después.
El mayor problema de convivencia entre perros y bebés, surge de la incomprensión de los padres y familiares de la psicología del perro. No quieren que huela al bebé ni que se le acerque y entonces el perro lo rechaza como a un intruso. Eso me dijeron los veterinarios a los que consulté y los libros que leí por entonces.