Así es, hace unas semanas me colé en una plaza de toros con cierto desasosiego y entusiasmo a la vez porque por esa vez se iba a abrir el coso para otro acontecimiento exento de crueldad aunque no de sufrimiento. Eso sí, consentido.
Sirvió el ruedo como paso para realizar los relevos de una carrera por equipos.
Me faltó llevar alguna pancartilla para dejarla allí colgada, pero me encontré allí con la sorpresa.