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Ver la versión completa : Experiencias en la infancia



Lalia
30-dic-2014, 13:14
Yo recuerdo una vez de pequeña, que comiendo pollo, me encontré una venilla. Empecé literalmente a diseccionar mi pollo y me di cuenta de que me estaba comiendo músculos. Vi los tendones, los huesos... Me imaginé al animal vivo y luego muerto para que yo me lo comiera, y me pareció algo sin sentido. Podía comer otras cosas y no matar a nadie para ello. Me dio un asco terrible seguir comiendo y no recuerdo qué les dije a mis padres, pero recuerdo que me contestaron bastante preocupados que los animales nacían para que nosotros pudiéramos comerlos, que las cosas eran así y no podía ser de otra manera. Y como yo era pequeña, me lo creí, aunque no quise acabarme el pollo. Desde aquel día pasé una temporada en que me daba asco la carne, sobre todo el pollo asado, aunque con el tiempo se me fue pasando.

A veces me pregunto cómo habría sido aquello si mis padres hubieran sido de otra manera. Si tal vez hubieran aceptado que les había salido una hija vegetariana y me hubieran alentado en lo que yo considero sentimientos nobles. Pero en lugar de eso se burlaron de mi ingenuidad. Se burlaron de eso igual que lo hicieron cuando les dije que quería reciclar, que quería darles mis ahorros a los niños pobres o que no compraran en ciertas tiendas porque usaban esclavos en sus fábricas o cuando me enfadaba con mi madre por usar abrigos de pieles.

Me gustaría que me contarais vuestras anécdotas de pequeños, si fuisteis diferentes en algo, y cómo reaccionaba vuestro entorno. Una, que es curiosa :p

Walkiria
30-dic-2014, 14:23
Yo recuerdo ser la única de toda la clase, en el colegio, que se negaba a hacer disecciones a animalillos en clase de ciencias naturales. La única objetora. Me dejaban salir al pasillo mientras los otros niños se partían de la risa. Qué vergüenza pasaba. Pero era superior a mí, no podía abrir animales como si nada, una vez hasta unos insectos vivos.

RosanaMQ
30-dic-2014, 16:18
Yo también hacía disecciones en la carne y pescado que me tenía que comer :eing:

Una anécdota? en el colegio nos pusieron un documental sobre microorganismos y bichos microscópicos que hay en el ambiente: los ácaros, en las pestañas, en las sabanas de la cama si no se ventila, en los animales, en el agua, etc etc... que no son malos y nos enseñaron que ahí estaban... pues estuve un tiempo agobiada con eso, creo que pensaba: "me tengo que comer los músculos y encima piso, trago y vivo con bichillos vivos??" jajaja :D estos niños!

oriola
30-dic-2014, 16:29
Bueno, mi madre nunca jamás entendió porque yo no quería comprar nada en centros comerciales, o buscaba siempre alternativas a cualquier producto que estuviera hecho en países con una masa laboral esclavizada... no fue precisamente en mi infancia, más bien adolescencia. Pero así sigue hoy día. Más de una vez me ha dicho que por comprar en los centros comerciales no pasa nada. Lo cierto, y lo reconozco, es que ni siquiera me he molestado en explicárselo. Estoy convencido de que sería una pérdida de tiempo absoluta.

Pride
30-dic-2014, 17:01
Yo recuerdo ser la única de toda la clase, en el colegio, que se negaba a hacer disecciones a animalillos en clase de ciencias naturales. La única objetora. Me dejaban salir al pasillo mientras los otros niños se partían de la risa. Qué vergüenza pasaba. Pero era superior a mí, no podía abrir animales como si nada, una vez hasta unos insectos vivos.

A mí también me sucedía esto. Teníamos que dejar a unos peces vivos en nicotina, y yo me opuse.

Melodie
30-dic-2014, 17:39
Yo nunca quise comer pollo porque tenemos gallinas desde que puedo recordar y veía como mi madre las mataba, desplumaba, troceaba, congelaba y cocinaba.
También hacían matanza del cerdo y aun que sí lo comía, me pasaba los días posteriores a la matanza con arcadas y muy mal cuerpo. Reconozco que al final terminaba por comerme los chorizos cuando estaban curados por el simple hecho de que me gustaba su sabor, pero siempre tenía en la cabeza ese come-come que me impedía disfrutarlo totalmente.
Con la ternera me pasaba lo mismo, pero nunca tuvimos vacas.
Los conejos los teníamos en casa también y sufrían el mismo destino que los pollos. No sé cómo sabe la carne de conejo.
El resto de las carnes jamás las probé. Me negaba y mi madre no sabía qué hacer conmigo pero al menos no me obligó nunca. Una vez recuerdo haber visto un cabrito colgando de un establecimiento, con su sangre y todo y sentir náuseas. Creo que yo siempre fui vegana y no lo sabía xD
El pescado me lo comía sin remordimientos, oye.
Y la leche... la bebía recién salida de las vacas que tenía mi vecina, una viejita muy maja, por cierto.
Recuerdo que ya no hay leches como aquella, mal que me pese.

Ahora todo lo relacionado con alimentos de origen animal me provoca un rechazo tremendo. Sé que no volveré a probar nada de ellos mientras viva y pueda evitarlo :)

Avocadagreen
02-feb-2015, 11:55
Una anécdota? en el colegio nos pusieron un documental sobre microorganismos y bichos microscópicos que hay en el ambiente: los ácaros, en las pestañas, en las sabanas de la cama si no se ventila, en los animales, en el agua, etc etc... que no son malos y nos enseñaron que ahí estaban... pues estuve un tiempo agobiada con eso, creo que pensaba: "me tengo que comer los músculos y encima piso, trago y vivo con bichillos vivos??" jajaja :D estos niños!

¡Yo también vi ese documental en el cole!! me obsesioné durante un tiempo, me daba un poco de miedo todas esas bacterias jeje


Luego nos dieron un clase sobre contaminación y el agujero de la capa de ozono, que nos impresionó muchísimo a una amiga y a mí, cuando hablábamos con los compañeros de clase o la familia les daba igual y se reían de nosotras por alarmistas. Y yo sufriendo porque pensaba que llegaba el fin del mundo y nadie me hacía caso.
Desde entonces hasta ahora siempre he tenido la necesidad de reciclar, que me hacía estar pendiente de la basura en casa por si alguien la mezclaba. Tenía que recorrerme todo el pueblo en busca de los contenedores de cartón, vidrio, latas y pilas, porque mi padre se negaba a llevar las bolsas en el coche. Cuando se obligó a la gente a separar basura y reciclar, pensé que al menos lo harían por cumplir la ley, pero aún hoy me encuentro con que la mayoría de familiares y amigos no reciclan por no tener más de una bolsa de basura a la vez (debe ser algo super chungo ¬¬) teniendo los contenedores al lado de casa.

Lagertha
02-feb-2015, 13:02
Siempre recordaré cuando, a mis 5 años, pensaba que podía resucitar una lagartija. Vi a unos niños apedreando a una pobre lagartija y cuyo destino fue nefasto... yo de aquella tenía un vicio inmenso al videojuego Monkey Island (en el cual se trata mucho el tema del vudú, aparte de los piratas) y creía realmente que podía hacer vudú para resucitar a la lagartija. Cuando mi madre me vio con el pobre bicho me mandó tirarlo... no me parecía una muerte digna así que decidí enterrarla.
En otra ocasión vi cómo unos niños tiraban un nido (yo tenía 8 años), me interpuse y bueno... recibí una buena paliza pero al menos salvé a un pollito. Se trataba de un pollito de Cigua Palmera, un ave autóctona dominicana (yo vivía allí de aquella) al que cuidé con mucho esmero.
De estas tengo muchas, pero no quiero aburrir al personal jajaja :)

pepemadrid
02-feb-2015, 14:20
¿Recuerdos de infancia?

En los setenta estaba de moda, en los barrios de Madrid, que en las tiendas de chucherías te vendieran pollitos. A duro el pollito.... Los tenían en cajas oblongas de cartón y tú ibas y te comprabas un pollito recién salido del huevo, con sus plumillas amarillas que parecían pelillos. Los compañeros del cole que quedábamos los domingos para ir a misa, al salir, íbamos pitando a la tienda a comprarnos unas pipas o unos kikos y, de paso, un pollito cada uno.

Eso de ir por la calle con nueve años con tu pollito en la mano para que no pasara frío e ir comiendo pipas con la otra era el sueño de muchos niños. Recuerdo cómo te miraban los pobres pollitos con esos ojito redondos y negros, tan desvalidos.... y llegabas a casa, broncón materno por comprar por enésima vez un pollito y, claro, no íbamos a matar al pobre pollito: se quedaba en casa, como uno más de la familia. Y comprábamos pienso compuesto para el pollito, no le íbamos a dar aceitunas o chorizo.... que sabíamos lo que hacíamos. El pollito dormía por las noches a los pies de mi cama, en una confortable caja de cartón de esa de las galletas María, llena de trapos y algodón, cerca del radiador eléctrico de "calor negro". No sé qué coño era eso de "calor negro" pero lo digo porque me acuerdo. Por el día el pollito corría libre por toda la casa -normalmente siguiendo al primero que pasaba a su lado- mientras que iba dejando sus tarjetas de visita por todas las habitaciones para disgusto de mi pobre madre, que era buena como un trozo de pan.

El problema es que el pollito empezaba a crecer al poco tiempo y dejaba de ser pollito para volverse pollo. Y un pollo ya no es un pollito, ni física ni mentalmente. No es que sepa mucho sobre la mentalidad de los pollos, pero doy fe que el carácter del animal variaba cuando pasaba a la adolescencia: para mi pena, ya no me seguía: debía de haber perdido su confianza hacia mí. Dejaba su bonito color dorado para volverse, normalmente, blanco. Y miraba raro.... a veces hasta soltaba un picotazo si le acercabas la mano. En el plano físico, el pollo apenas ya cabía en la caja de galletas y lo peor es lo que iba soltando por toda la casa ya sin el menor complejo.

Era el momento, pues, de deshacerse del pollo. Estaba claro que no lo íbamos a matar, porque nadie mata a un viejo amigo por una tontería y mucho menos se lo come. Eso era antes, en la época del hambre. En los setenta los niños y los padres éramos ya algo más civilizados y la mejor solución, tanto para el pollo como para nuestros progenitores, no era otra que mudar al animal de hogar, cambiándo su residencia de la cocina de mi pequeña casa de un barrio de Madrid al amplio corral de mis abuelos en el pueblo.

Total, que metíamos al pollo en la caja de galletas y aprovechando para hacerle una visita a los abuelos cogíamos el seiscientos y en tres horas estábamos en el pueblo, dando besos a los abuelos, corriendo a ver a los amigos con la bici y quedando el pollo, bajo promesa de mis abuelos de no comérselo y cuidarlo hasta su hora final, en su hogar definitivo: el soleado corral manchego. No sé cuántos picotazos de bienvenida recibiría por parte de sus congéneres poco habituados a la presencia de pollos de la ciudad, pero a la siguiente vez que íbamos, el pollo ya estaba absolutamente adaptado a su nueva vida social.

Conste que algunos amigos míos que tenían pollitos pero no abuelos, o abuelos sin corral, me dejaban a su mascota para llevársela también a los míos. Y no fueron pocos, por cierto. Supongo que mis abuelos faltarían a la palabra dada y que los pollos, tarde o temprano, acabarían formando parte principal de algún guiso. Yo, por si las moscas, jamás probé el pollo en su casa.


Qué cosas.

vellocinodeoro
02-feb-2015, 17:05
Yo tengo exactamente la misma vivencia que pepemadrid.

Walkiria
02-feb-2015, 17:46
Y yo. Yo creo que la moda de los pollitos fue un horror. Bueno, en mi caso fueron patitos, pero para el caso fue igual.

nessie
02-feb-2015, 18:14
Yo también tuve pollitos, pero cuando crecían no corrían la misma suerte que los de pepemadrid.

pepemadrid
02-feb-2015, 19:47
Y yo. Yo creo que la moda de los pollitos fue un horror. Bueno, en mi caso fueron patitos, pero para el caso fue igual.

Eso es que eras de un barrio "con posibles" ;)

Lagertha
02-feb-2015, 23:28
¿Os referís a los pollitos que estaban coloreados con spray rosa, verde, azul...? yo recuerdo haber tenido dos (esto en Oviedo, uno de un primo y el otro mío); los limpiamos como pudimos y acabaron creciendo pero uno desarrolló una enfermedad a raíz de lo que sea que les habían echado con el spray. Quedó cojo y tuerto, pero ambos duraron y murieron de viejos en una finca que tenían mis tíos. Estaba prohibido comerlos, además era fácil identificarlos (por si nos intentaban engañar nuestros mayores).
Qué pena de criaturas, es un horror lo que les hacen...

pepemadrid
03-feb-2015, 14:15
¿Os referís a los pollitos que estaban coloreados con spray rosa, verde, azul...? yo recuerdo haber tenido dos (esto en Oviedo, uno de un primo y el otro mío); los limpiamos como pudimos y acabaron creciendo pero uno desarrolló una enfermedad a raíz de lo que sea que les habían echado con el spray. Quedó cojo y tuerto, pero ambos duraron y murieron de viejos en una finca que tenían mis tíos. Estaba prohibido comerlos, además era fácil identificarlos (por si nos intentaban engañar nuestros mayores).
Qué pena de criaturas, es un horror lo que les hacen...

No. Yo, por lo menos, me refería a los primeros que vendieron (que yo sepa), en Madrid, entre el setenta y el setenta y cinco. Lo de los pollos de colores fue una horterada de muy al principio de los ochenta. Me horrorizaba ver a los pobres animales pintados de colores (también sería porque ya era algo más mayorcito)

Dejando a un lado el tema de los pobres pollitos, recuerdo también ir al Rastro y ver alguna calles llenas de todo tipo de pequeños animales enjaulados. Canarios, jilgueros, tortugas (tortugas españolas no de Miami), perrillos.... pues me acuerdo de verlos (mi padre nunca compró ningún animal) e ir comiendo un cucurucho de altramuces o de chufas, según fuera el día.... Anda que vendían cosas raras (no animales) en el Rastro, no cómo ahora, que parece un todo a cien....

Lusboy
11-mar-2015, 15:05
¿Recuerdos de infancia?

En los setenta estaba de moda, en los barrios de Madrid, que en las tiendas de chucherías te vendieran pollitos. A duro el pollito.... Los tenían en cajas oblongas de cartón y tú ibas y te comprabas un pollito recién salido del huevo, con sus plumillas amarillas que parecían pelillos. Los compañeros del cole que quedábamos los domingos para ir a misa, al salir, íbamos pitando a la tienda a comprarnos unas pipas o unos kikos y, de paso, un pollito cada uno.

Eso de ir por la calle con nueve años con tu pollito en la mano para que no pasara frío e ir comiendo pipas con la otra era el sueño de muchos niños. Recuerdo cómo te miraban los pobres pollitos con esos ojito redondos y negros, tan desvalidos.... y llegabas a casa, broncón materno por comprar por enésima vez un pollito y, claro, no íbamos a matar al pobre pollito: se quedaba en casa, como uno más de la familia. Y comprábamos pienso compuesto para el pollito, no le íbamos a dar aceitunas o chorizo.... que sabíamos lo que hacíamos. El pollito dormía por las noches a los pies de mi cama, en una confortable caja de cartón de esa de las galletas María, llena de trapos y algodón, cerca del radiador eléctrico de "calor negro". No sé qué coño era eso de "calor negro" pero lo digo porque me acuerdo. Por el día el pollito corría libre por toda la casa -normalmente siguiendo al primero que pasaba a su lado- mientras que iba dejando sus tarjetas de visita por todas las habitaciones para disgusto de mi pobre madre, que era buena como un trozo de pan.

El problema es que el pollito empezaba a crecer al poco tiempo y dejaba de ser pollito para volverse pollo. Y un pollo ya no es un pollito, ni física ni mentalmente. No es que sepa mucho sobre la mentalidad de los pollos, pero doy fe que el carácter del animal variaba cuando pasaba a la adolescencia: para mi pena, ya no me seguía: debía de haber perdido su confianza hacia mí. Dejaba su bonito color dorado para volverse, normalmente, blanco. Y miraba raro.... a veces hasta soltaba un picotazo si le acercabas la mano. En el plano físico, el pollo apenas ya cabía en la caja de galletas y lo peor es lo que iba soltando por toda la casa ya sin el menor complejo.

Era el momento, pues, de deshacerse del pollo. Estaba claro que no lo íbamos a matar, porque nadie mata a un viejo amigo por una tontería y mucho menos se lo come. Eso era antes, en la época del hambre. En los setenta los niños y los padres éramos ya algo más civilizados y la mejor solución, tanto para el pollo como para nuestros progenitores, no era otra que mudar al animal de hogar, cambiándo su residencia de la cocina de mi pequeña casa de un barrio de Madrid al amplio corral de mis abuelos en el pueblo.

Total, que metíamos al pollo en la caja de galletas y aprovechando para hacerle una visita a los abuelos cogíamos el seiscientos y en tres horas estábamos en el pueblo, dando besos a los abuelos, corriendo a ver a los amigos con la bici y quedando el pollo, bajo promesa de mis abuelos de no comérselo y cuidarlo hasta su hora final, en su hogar definitivo: el soleado corral manchego. No sé cuántos picotazos de bienvenida recibiría por parte de sus congéneres poco habituados a la presencia de pollos de la ciudad, pero a la siguiente vez que íbamos, el pollo ya estaba absolutamente adaptado a su nueva vida social.

Conste que algunos amigos míos que tenían pollitos pero no abuelos, o abuelos sin corral, me dejaban a su mascota para llevársela también a los míos. Y no fueron pocos, por cierto. Supongo que mis abuelos faltarían a la palabra dada y que los pollos, tarde o temprano, acabarían formando parte principal de algún guiso. Yo, por si las moscas, jamás probé el pollo en su casa.


Qué cosas.

Lo has redactado de una forma muy amena. Da gusto leerlo.

Yo recuerdo que, de pequeño, como iba a catequesis y estaba influido por esas ideas, a mi padre le pregunté varias veces 'papá, ¿dios nos castiga por comer animales?'. Él siempre me decía que no.
Yo ahora... no creo en Dios.

Solalux
11-mar-2015, 15:44
¿Recuerdos de infancia?

En los setenta estaba de moda, en los barrios de Madrid, que en las tiendas de chucherías te vendieran pollitos. A duro el pollito.... Los tenían en cajas oblongas de cartón y tú ibas y te comprabas un pollito recién salido del huevo, con sus plumillas amarillas que parecían pelillos. Los compañeros del cole que quedábamos los domingos para ir a misa, al salir, íbamos pitando a la tienda a comprarnos unas pipas o unos kikos y, de paso, un pollito cada uno.

Eso de ir por la calle con nueve años con tu pollito en la mano para que no pasara frío e ir comiendo pipas con la otra era el sueño de muchos niños. Recuerdo cómo te miraban los pobres pollitos con esos ojito redondos y negros, tan desvalidos.... y llegabas a casa, broncón materno por comprar por enésima vez un pollito y, claro, no íbamos a matar al pobre pollito: se quedaba en casa, como uno más de la familia. Y comprábamos pienso compuesto para el pollito, no le íbamos a dar aceitunas o chorizo.... que sabíamos lo que hacíamos. El pollito dormía por las noches a los pies de mi cama, en una confortable caja de cartón de esa de las galletas María, llena de trapos y algodón, cerca del radiador eléctrico de "calor negro". No sé qué coño era eso de "calor negro" pero lo digo porque me acuerdo. Por el día el pollito corría libre por toda la casa -normalmente siguiendo al primero que pasaba a su lado- mientras que iba dejando sus tarjetas de visita por todas las habitaciones para disgusto de mi pobre madre, que era buena como un trozo de pan.

El problema es que el pollito empezaba a crecer al poco tiempo y dejaba de ser pollito para volverse pollo. Y un pollo ya no es un pollito, ni física ni mentalmente. No es que sepa mucho sobre la mentalidad de los pollos, pero doy fe que el carácter del animal variaba cuando pasaba a la adolescencia: para mi pena, ya no me seguía: debía de haber perdido su confianza hacia mí. Dejaba su bonito color dorado para volverse, normalmente, blanco. Y miraba raro.... a veces hasta soltaba un picotazo si le acercabas la mano. En el plano físico, el pollo apenas ya cabía en la caja de galletas y lo peor es lo que iba soltando por toda la casa ya sin el menor complejo.

Era el momento, pues, de deshacerse del pollo. Estaba claro que no lo íbamos a matar, porque nadie mata a un viejo amigo por una tontería y mucho menos se lo come. Eso era antes, en la época del hambre. En los setenta los niños y los padres éramos ya algo más civilizados y la mejor solución, tanto para el pollo como para nuestros progenitores, no era otra que mudar al animal de hogar, cambiándo su residencia de la cocina de mi pequeña casa de un barrio de Madrid al amplio corral de mis abuelos en el pueblo.

Total, que metíamos al pollo en la caja de galletas y aprovechando para hacerle una visita a los abuelos cogíamos el seiscientos y en tres horas estábamos en el pueblo, dando besos a los abuelos, corriendo a ver a los amigos con la bici y quedando el pollo, bajo promesa de mis abuelos de no comérselo y cuidarlo hasta su hora final, en su hogar definitivo: el soleado corral manchego. No sé cuántos picotazos de bienvenida recibiría por parte de sus congéneres poco habituados a la presencia de pollos de la ciudad, pero a la siguiente vez que íbamos, el pollo ya estaba absolutamente adaptado a su nueva vida social.

Conste que algunos amigos míos que tenían pollitos pero no abuelos, o abuelos sin corral, me dejaban a su mascota para llevársela también a los míos. Y no fueron pocos, por cierto. Supongo que mis abuelos faltarían a la palabra dada y que los pollos, tarde o temprano, acabarían formando parte principal de algún guiso. Yo, por si las moscas, jamás probé el pollo en su casa.


Qué cosas.

Qué historia más bonita.
Yo también recuerdo a esos pobres pollitos. A veces los vendían de colores, y eso nos parecía especialmente mal porque nos contaban que el colorante o tinte que les echaban era tóxico.