Cotorra
05-abr-2013, 10:08
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Rebeca Atencia cuidando de los chimpancés en la República del Congo. El Instituto Jane Goodall no interfiere en la vida de los chimpancés salvajes, los que aparecen en la foto habitan en el centro de rehabilitación de Tchimpounga. (IJG / FERNANDO TURMO)
■Esta es una llamada de alerta. Nuestros parientes se extinguen. Los simios que redescubriera la célebre primatóloga Jane Goodall están en la cuerda floja.
■Pero hay esperanza. Sus herederas españolas siguen en la lucha.
"Cuando miro a los ojos a un chimpancé veo algo profundo, un alma casi humana". Aquel día Rebeca Atencia miró a los ojos a la muerte. Un súbito crack, y la sangre serpenteó por el claro izquierdo de su rostro. Un macho llamado Chinois le acababa de morder por la espalda en el cráneo. El mal gesto de Rebeca había enervado a este animal con una potencia como para partirla en dos.
Chinois empezó a azuzar a otros machos. "Ah-ah-hu-ah...", aullaron las características vocalizaciones de caza que convertían a Rebeca en la presa. Representaba el fin para esta mujer que quiso aventurarse en la selva para ayudar a estos magníficos y poderosos seres en las tierras violadas del Congo.
Entre los excitados simios que la rodeaban estaba Kutu. "Un macho precioso, fuerte, con espaldas anchas y mirada penetrante". Tiempo atrás, Rebeca le había curado la pierna. Le sanó una herida que era el resultado de un ataque de otro macho, y que lo condenaba a muerte al impedirle desplazarse en busca de comida.
Kutu miró a Rebeca. Y después observó al resto de agitados simios. Parecía como si calibrara una estrategia. Chinois quería sangre. "Ah-ah-ah". De un golpe, Kutu lo alejó de ella. El resto de chimpancés comprendieron el desafío, y el ataque cesó.
"Pareció querer ayudarme, en agradecimiento a las ocasiones en las que yo le había curado sus heridas", explica Rebeca. Esta joven veterinaria gallega acaba de vivir en sus agitadas carnes lo que la célebre primatóloga británica Jane Goodall hubiera descubierto en Tanzania cincuenta años atrás: los chimpancés no solo son capaces de generar herramientas; pueden experimentar las principales emociones básicas del ser humano, y entre ellas, un sentido rudimentario de la justicia y la compasión.
"Aquel chimpancé me salvó la vida, así que en ese momento decidí que si algún día tenía un hijo lo llamaría como a él", explica Rebeca. Y así lo hizo esta madre de dos hermosos mellizos que con 36 años tiene a 155 chimpancés huérfanos a su cargo como directora del principal santuario de primates de África, en Tchimpounga, en la República del Congo, a cargo del Instituto Jane Goodall.
Ella es una de las 'hijas' españolas de Goodall, junto a Carmen Vidal, en la República Democrática del Congo, y Liliana Pacheco, en la frontera de Senegal y Guinea-Conakry. Podemos considerarlas sus herederas, no solo porque siguen sus huellas y la admiran profundamente, sino porque intentan revertir en primera línea de jungla la respuesta a la incómoda pregunta que surge del mismo corazón de las tinieblas: ¿cómo es posible que el primate más evolucionado haya perdido ese sentido de la justicia y de la compasión propia de sus congéneres, en una escalada suicida por expoliar los recursos que nos proporciona este planeta?
"Es por el dinero. Es por esta sociedad materialista que aumentó después de la Segunda Guerra Mundial con la ridícula idea de que podemos tener un crecimiento ilimitado en un planeta con recursos finitos. Compra y tíralo. Compra y tíralo. Este es el problema", responde Jane Goodall, que a sus 79 años sigue recorriendo el mundo lanzando una llamada de alerta ante la previsible extinción de nuestros parientes más próximos, que algunos informes datan entre 2020 y 2030.
Sabemos que los chimpancés y otros primates pueden sentir alegría, placer, dolor, sufrimiento, amistad, ira, felicidad, desesperación... Son capaces de establecer alianzas y estrategias de guerra. Son altruistas y también vengativos. Dispuestos a utilizar la violencia para alcanzar sus objetivos y a defender hasta la muerte a los suyos cuando los atacan los furtivos con sus armas de precisión. Por cada chimpancé cazado vivo mueren una media de 10 individuos que intentan defender a su grupo. El último informe de GRASP (entidad dependiente de la ONU), de este mismo año, calcula que se trafica ilegalmente con 3.000 ejemplares al año para que ricos con ansias de estatus, zoos, circos e industrias turísticas o de investigación los utilicen.
Podemos sumar los ceros para saber cuántos murieron para disfrutar de esos 3.000 esclavos que chillaron de dolor al ser arrancados de sus madres a machetazos, marcados por traumas de por vida, condenados a padecer estereotipias (repetición continua y alucinada de un gesto de dolor). De los miles capturados, solo sobreviven unos pocos.
"Si algo he aprendido de ellos es la importancia de ser una buena madre", explica Goodall, que ha estado en España para promover su campaña Movilízate por la selva, en la que apela a la responsabilidad para que reciclemos los móviles y así disminuyamos la demanda del coltán y la casiterita, minerales que tanto dolor provocan entre primates humanos y simios. "En las sociedades de chimpancés hay buenas madres y malas madres. Y si tienes una buena madre, serás más exitoso. Las hembras son capaces de procurar mejores cosas para sus crías, y el macho tendrá posibilidades de alcanzar mayor rango", añade esta científica, que ha pasado su vida junto a tres generaciones distintas de estos seres, con los que compartimos el 98% del ADN.
Goodall, sin duda, aprendió la lección en el parque de Gombe (Tanzania) e intenta ser una buena madre para los chimpancés y fortalecer así nuestros lazos familiares. No es baladí que su madre la acompañara a en su primer viaje a la selva en 1960 y que compartieran juntas la esquiva compañía de los primates y varias crisis de malaria. Hoy convertida en una anciana de un pelo tan plateado como los lomos de un gorila de montaña, Jane transmite esa auctoritas de la espiritualidad primitiva, la que no distingue de religión o especie, la que solo se aprende en el corazón selvático de nuestro origen, anterior al dinero y al credo del expolio económico.
Con 26 años, fue la primera en explorar este panteón de la humanidad llamado chimpancé, núcleo primario antes de que la rama evolutiva nos separase hace seis millones de años. Y el panteón, la cuna salvaje de nuestra especie, se extingue. ¿Puede llegar a quedar estéril el útero original africano sin que nos demos cuenta? "Si algo me ha dado África es esperanza. Sinceramente, creo que no es una causa perdida, aún podemos salvar a los grandes simios. Es una carrera contrarreloj, pero es posible, y una de las palabras clave es educación", esgrime Rebeca.
Los datos y previsiones de los que disponemos acerca de los grandes simios y el resto de primates, así como de sus hábitats, son aterradores. Una miasma de dolor se expande por el globo para enriquecer los bolsillos del principal primate violento. El tiempo corre a velocidad de vértigo. En las simulaciones para los próximos años de diversos estudios conservacionistas, como los de la UNESCO, el color negro-muerte y el rojo-cáncer (que indica la destrucción completa de los hábitats) se extienden caprichosamente en 2032 sobre los mapas del continente virgen africano y el sudeste asiático, como una muestra simbólica de la putrefacción de esta metástasis que se llevará por delante a gorilas, bonobos, orangutanes, colobos, galagos, loris....
La selva desaparece para que los primates humanos, por ejemplo, en España, nos sentemos en sillas que realzan el señorío de nuestro salón, maderas manchadas con la sangre primaria del Trópico, de la que este país es el tercer importador mundial, sin que muchos se preocupen de cuánta muerte han causado esas hermosas sillas provenientes de la destrucción de un hábitat irrepetible. "Se me pone un nudo en la garganta cada vez que veo esos enormes camiones transportando los troncos recién cortados en la selva camino del puerto. Un barco los conducirá hasta los puertos de la Península para saciar la demanda española. Es realmente irónico que yo sea la única española que esté trabajando en Congo para salvar sus chimpancés y que mi país esté vaciando al mismo tiempo sus selvas", dice Rebeca.
Rebeca Atencia cuidando de los chimpancés en la República del Congo. El Instituto Jane Goodall no interfiere en la vida de los chimpancés salvajes, los que aparecen en la foto habitan en el centro de rehabilitación de Tchimpounga. (IJG / FERNANDO TURMO)
■Esta es una llamada de alerta. Nuestros parientes se extinguen. Los simios que redescubriera la célebre primatóloga Jane Goodall están en la cuerda floja.
■Pero hay esperanza. Sus herederas españolas siguen en la lucha.
"Cuando miro a los ojos a un chimpancé veo algo profundo, un alma casi humana". Aquel día Rebeca Atencia miró a los ojos a la muerte. Un súbito crack, y la sangre serpenteó por el claro izquierdo de su rostro. Un macho llamado Chinois le acababa de morder por la espalda en el cráneo. El mal gesto de Rebeca había enervado a este animal con una potencia como para partirla en dos.
Chinois empezó a azuzar a otros machos. "Ah-ah-hu-ah...", aullaron las características vocalizaciones de caza que convertían a Rebeca en la presa. Representaba el fin para esta mujer que quiso aventurarse en la selva para ayudar a estos magníficos y poderosos seres en las tierras violadas del Congo.
Entre los excitados simios que la rodeaban estaba Kutu. "Un macho precioso, fuerte, con espaldas anchas y mirada penetrante". Tiempo atrás, Rebeca le había curado la pierna. Le sanó una herida que era el resultado de un ataque de otro macho, y que lo condenaba a muerte al impedirle desplazarse en busca de comida.
Kutu miró a Rebeca. Y después observó al resto de agitados simios. Parecía como si calibrara una estrategia. Chinois quería sangre. "Ah-ah-ah". De un golpe, Kutu lo alejó de ella. El resto de chimpancés comprendieron el desafío, y el ataque cesó.
"Pareció querer ayudarme, en agradecimiento a las ocasiones en las que yo le había curado sus heridas", explica Rebeca. Esta joven veterinaria gallega acaba de vivir en sus agitadas carnes lo que la célebre primatóloga británica Jane Goodall hubiera descubierto en Tanzania cincuenta años atrás: los chimpancés no solo son capaces de generar herramientas; pueden experimentar las principales emociones básicas del ser humano, y entre ellas, un sentido rudimentario de la justicia y la compasión.
"Aquel chimpancé me salvó la vida, así que en ese momento decidí que si algún día tenía un hijo lo llamaría como a él", explica Rebeca. Y así lo hizo esta madre de dos hermosos mellizos que con 36 años tiene a 155 chimpancés huérfanos a su cargo como directora del principal santuario de primates de África, en Tchimpounga, en la República del Congo, a cargo del Instituto Jane Goodall.
Ella es una de las 'hijas' españolas de Goodall, junto a Carmen Vidal, en la República Democrática del Congo, y Liliana Pacheco, en la frontera de Senegal y Guinea-Conakry. Podemos considerarlas sus herederas, no solo porque siguen sus huellas y la admiran profundamente, sino porque intentan revertir en primera línea de jungla la respuesta a la incómoda pregunta que surge del mismo corazón de las tinieblas: ¿cómo es posible que el primate más evolucionado haya perdido ese sentido de la justicia y de la compasión propia de sus congéneres, en una escalada suicida por expoliar los recursos que nos proporciona este planeta?
"Es por el dinero. Es por esta sociedad materialista que aumentó después de la Segunda Guerra Mundial con la ridícula idea de que podemos tener un crecimiento ilimitado en un planeta con recursos finitos. Compra y tíralo. Compra y tíralo. Este es el problema", responde Jane Goodall, que a sus 79 años sigue recorriendo el mundo lanzando una llamada de alerta ante la previsible extinción de nuestros parientes más próximos, que algunos informes datan entre 2020 y 2030.
Sabemos que los chimpancés y otros primates pueden sentir alegría, placer, dolor, sufrimiento, amistad, ira, felicidad, desesperación... Son capaces de establecer alianzas y estrategias de guerra. Son altruistas y también vengativos. Dispuestos a utilizar la violencia para alcanzar sus objetivos y a defender hasta la muerte a los suyos cuando los atacan los furtivos con sus armas de precisión. Por cada chimpancé cazado vivo mueren una media de 10 individuos que intentan defender a su grupo. El último informe de GRASP (entidad dependiente de la ONU), de este mismo año, calcula que se trafica ilegalmente con 3.000 ejemplares al año para que ricos con ansias de estatus, zoos, circos e industrias turísticas o de investigación los utilicen.
Podemos sumar los ceros para saber cuántos murieron para disfrutar de esos 3.000 esclavos que chillaron de dolor al ser arrancados de sus madres a machetazos, marcados por traumas de por vida, condenados a padecer estereotipias (repetición continua y alucinada de un gesto de dolor). De los miles capturados, solo sobreviven unos pocos.
"Si algo he aprendido de ellos es la importancia de ser una buena madre", explica Goodall, que ha estado en España para promover su campaña Movilízate por la selva, en la que apela a la responsabilidad para que reciclemos los móviles y así disminuyamos la demanda del coltán y la casiterita, minerales que tanto dolor provocan entre primates humanos y simios. "En las sociedades de chimpancés hay buenas madres y malas madres. Y si tienes una buena madre, serás más exitoso. Las hembras son capaces de procurar mejores cosas para sus crías, y el macho tendrá posibilidades de alcanzar mayor rango", añade esta científica, que ha pasado su vida junto a tres generaciones distintas de estos seres, con los que compartimos el 98% del ADN.
Goodall, sin duda, aprendió la lección en el parque de Gombe (Tanzania) e intenta ser una buena madre para los chimpancés y fortalecer así nuestros lazos familiares. No es baladí que su madre la acompañara a en su primer viaje a la selva en 1960 y que compartieran juntas la esquiva compañía de los primates y varias crisis de malaria. Hoy convertida en una anciana de un pelo tan plateado como los lomos de un gorila de montaña, Jane transmite esa auctoritas de la espiritualidad primitiva, la que no distingue de religión o especie, la que solo se aprende en el corazón selvático de nuestro origen, anterior al dinero y al credo del expolio económico.
Con 26 años, fue la primera en explorar este panteón de la humanidad llamado chimpancé, núcleo primario antes de que la rama evolutiva nos separase hace seis millones de años. Y el panteón, la cuna salvaje de nuestra especie, se extingue. ¿Puede llegar a quedar estéril el útero original africano sin que nos demos cuenta? "Si algo me ha dado África es esperanza. Sinceramente, creo que no es una causa perdida, aún podemos salvar a los grandes simios. Es una carrera contrarreloj, pero es posible, y una de las palabras clave es educación", esgrime Rebeca.
Los datos y previsiones de los que disponemos acerca de los grandes simios y el resto de primates, así como de sus hábitats, son aterradores. Una miasma de dolor se expande por el globo para enriquecer los bolsillos del principal primate violento. El tiempo corre a velocidad de vértigo. En las simulaciones para los próximos años de diversos estudios conservacionistas, como los de la UNESCO, el color negro-muerte y el rojo-cáncer (que indica la destrucción completa de los hábitats) se extienden caprichosamente en 2032 sobre los mapas del continente virgen africano y el sudeste asiático, como una muestra simbólica de la putrefacción de esta metástasis que se llevará por delante a gorilas, bonobos, orangutanes, colobos, galagos, loris....
La selva desaparece para que los primates humanos, por ejemplo, en España, nos sentemos en sillas que realzan el señorío de nuestro salón, maderas manchadas con la sangre primaria del Trópico, de la que este país es el tercer importador mundial, sin que muchos se preocupen de cuánta muerte han causado esas hermosas sillas provenientes de la destrucción de un hábitat irrepetible. "Se me pone un nudo en la garganta cada vez que veo esos enormes camiones transportando los troncos recién cortados en la selva camino del puerto. Un barco los conducirá hasta los puertos de la Península para saciar la demanda española. Es realmente irónico que yo sea la única española que esté trabajando en Congo para salvar sus chimpancés y que mi país esté vaciando al mismo tiempo sus selvas", dice Rebeca.