Cotorra
22-jun-2012, 15:32
Ángel Tomás Herrera. Licenciado en Derecho.
Sirva este artículo de opinión para rendir homenaje a nuestros compañeros de fatigas, a nuestros queridos animales de compañía, que también tienen sus derechos, que también sufren, gozan con nuestra presencia y padecen con nuestro maltrato e indiferencia. Quisiera centrarme en los animales domésticos o de compañía, eso sí pienso que el buen trato es predicable para todo animal sea salvaje o no. Además para abordar sus derechos y su situación actual, no estaría mal recordar su relación con nosotros a lo largo de la Historia, muy influida por el progreso económico y tecnológico, las religiones y las costumbres variopintas de tantos pueblos que habitan este planeta azul.
Ya desde el Imperio Antiguo ( 2686 – 2173 a.C. ) los egipcios se hacían representar junto a sus mascotas, generalmente monos, perros o gatos en los muros de sus tumbas, estelas funerarios y sarcófagos. Es más, solían momificarlos e incluso se hacían enterrar con ellos. Como subrayó el historiador griego Heródoto de Halicarnaso, los egipcios sentían tal devoción por sus animales domésticos que tendían a divinizarlos y en el momento de su muerte cuando se trataba de un gato todos los miembros de la casa se afeitaban las cejas en signo de aflicción; si el que moría el perro de la casa, todos se afeitaban el cuerpo, incluida la cabeza. Además el maltrato o el sacar gatos por ejemplo fuera de las fronteras de Egipto se penaba con la muerte. Y no sólo se preocupaban por el más allá de sus compañeros de cuatro patas, sino que también procuraban por su salud y bienestar terrenal, y prueba de ello es el Papiro Kahun ( 1800 a. C.) que pasa por ser el primer tratado de veterinaria documentado de la historia de la humanidad.
El trato que egipcios o persas brindaron a sus animales domésticos influyó decididamente en la filosofía griega platónica y aristotélica. De entre los clásicos debemos destacar a Pitágoras, que pensaba que tanto humanos como animales poseían el mismo tipo de alma inmortal. Desde la filosofía griega hasta la actualidad son muchos los autores que han afirmado o negado el alma animal y por ende sus derechos. Con Justiniano I se diferenció entre el Derecho Civil y el Derecho Natural, que es aquel dado a cada ser vivo y que no es propio al ser humano. Y aunque tímidamente se intentaba un esbozo de derechos animales, en los circos romanos seguían sacrificándose miles de animales, lo que llevó incluso a la extinción de animales como la subespecie norte africana de léon y elefante. Aun así y a pesar de tanta barbarie siempre han existido autores que han gritado por los que no pueden hablar, y ahí tenemos al poeta romano Virgilio que nos recordaba a través de sus intemporales escritos “respetemos el dolor que no tiene palabras, el derecho que no tiene defensa”. La llegada de la Edad Media sumió Europa en el oscurantismo, y animales que en su día fueron dioses y símbolo de fertilidad, como los gatos, terminaron demonizándose y quemándose en las hogueras inquisitoriales por miles. El cristianismo impregnó de moralidad la relación animal – hombre, propiciando un egocentrismo que le restó protagonismo a los animales en favor de sus dueños. Resulta curioso, pero mientras en Occidente se olvidaba la sana relación que llegó a existir con los animales domésticos, en las culturas orientales, mucho más antiguas, enfatizaban más si cabe la vida en todas sus formas. Y ello porque el principio de no violencia y respeto por la vida (Áhimsa) presidía creencias como la brahmanista, germen de religiones como el budismo, hinduismo y jainismo. En todas estas religiones se cree en la transmigración de las almas o reencarnación, entendiendo que la vida humana es una existencia más en la rueda de la vida o karma, que transmuta antes en la de otros seres. Por ello en la India y otros países budistas animales como el elefante, la vaca o el mono son sagrados, y su protección y respeto vienen alimentados por la religión, a diferencia de los países occidentales, donde es la educación la que determina el trato que se dispensa a los animales. Ya decía el maestro Mahatma Gandhi “cuanto más indefensa está una criatura, más derecho tiene a que el hombre la proteja de la crueldad del hombre”.
Esta visión proteccionista oriental distaba mucho de la que fomentó el cristianismo naciente y así continuo durante muchos siglos. Con la revolución industrial la cuestión no fue a mejor y prueba de ello son las tesis mecanicistas de Descartés, por las que los animales eran considerados casi autómatas, sin alma ni sentimientos. No sería hasta 1839 con teorías como la de Arthur Schopenhauer cuando se empezó a reconocer los derechos inherentes a los animales y la no distinción entre animal humano y animal no humano en cuanto a derechos. Las teorías proteccionistas actuales recogen mucho del acerbo de aquellos primeros filósofos y de la cultura oriental, sólo basta seguir los postulados de filósofos actuales como Jeremy Bentham, Peter Singer o nuestro Fernando Savater. La protección de los animales, por naturaleza indefensos ante la acción u omisión humana, han inspirado las normativas de los Estados más avanzados. Se me viene a la memoria la Grundgesetz – Constitución alemana, que incluye el derecho de protección animal como una de las tareas principales del Estado. Es una pena que España no cuente con este derecho en su Carta Magna, evitaría muchas de las fechorías y salvajadas que a diario sufren los animales. Y aunque España tiene diferentes legislaciones proteccionistas en cada una de las Comunidades Autónomas al ser materia transferida, la disparidad de criterios es la tónica. Sería más que necesario que España endureciera las penas por abandono, muerte o maltrato animal y se adhiriera a acuerdos internacionales como el Convenio Europeo de Protección de Animales Domésticos. La adhesión a estos convenios europeos e internacionales servirían de criterio unificador en las normativas autonómicas y supondrían un avance contra el abuso, la tortura, la muerte o el abandono de animales, máxime teniendo en cuenta que nuestro país está a la cabeza de países europeos en maltratos y abandonos.
Y todo se hace por capricho, porque ya no caza, porque está enfermo, herido, viejo, porque provoca alergias al niño, por travieso, porque me cambio de casa o me voy de vacaciones… En este primer semestre ha aumentado un 14% el abandono de nuestras mascotas respecto al año anterior. Y en la lista no sólo hallamos perros y gatos, desde hace varios años cada vez se abandonan más caballos, asnos y otros cuadrúpedos. Todo ello ha provocado una masificación en las protectoras y refugios, acuciadas por la falta de recursos y la crisis. Una crisis que también ha fomentado el abandono masivo, de tal forma que como constata la Fundación Affinity anualmente se abandonan en nuestro país a más de 150.000 perros y más de 24.000 gatos. Un porcentaje importante de estos abandonos, que no respeta edades, provienen de los regalos navideños, de ahí que leyes proteccionistas como la catalana prohíban la exhibición de animales en escaparates para su venta, para evitar precisamente la compra compulsiva. Por eso entiendo que además de una cuestión económica, el problema es ante todo social y cultural; como decía Gandhi “un país se puede juzgar por la forma en que se trata a sus animales”. Y nuestro país tiene mucho que andar aún, porque se trata mal y con crueldad a los animales, y no sólo se maltrata a los animales que nos alimentan o nos divierten como es el caso de los toros, sino que nuestra “mala leche” llega también a nuestros animales más cercanos, y si no que se lo digan al galgo, que la misma mano que le acaricia es la que termina colocándole la soga al cuello. En cuantas ocasiones hemos visto en televisión o prensa las machadas que a diario hacen unos cuantos cobardes, y muchos incluso “cuelgan” las fotos o el video de su canallada en las redes sociales. Desde luego cada día estoy más de acuerdo con Schopenhauer “quien es cruel con los animales, no puede ser buena persona”.
Sirva este artículo de opinión para rendir homenaje a nuestros compañeros de fatigas, a nuestros queridos animales de compañía, que también tienen sus derechos, que también sufren, gozan con nuestra presencia y padecen con nuestro maltrato e indiferencia. Quisiera centrarme en los animales domésticos o de compañía, eso sí pienso que el buen trato es predicable para todo animal sea salvaje o no. Además para abordar sus derechos y su situación actual, no estaría mal recordar su relación con nosotros a lo largo de la Historia, muy influida por el progreso económico y tecnológico, las religiones y las costumbres variopintas de tantos pueblos que habitan este planeta azul.
Ya desde el Imperio Antiguo ( 2686 – 2173 a.C. ) los egipcios se hacían representar junto a sus mascotas, generalmente monos, perros o gatos en los muros de sus tumbas, estelas funerarios y sarcófagos. Es más, solían momificarlos e incluso se hacían enterrar con ellos. Como subrayó el historiador griego Heródoto de Halicarnaso, los egipcios sentían tal devoción por sus animales domésticos que tendían a divinizarlos y en el momento de su muerte cuando se trataba de un gato todos los miembros de la casa se afeitaban las cejas en signo de aflicción; si el que moría el perro de la casa, todos se afeitaban el cuerpo, incluida la cabeza. Además el maltrato o el sacar gatos por ejemplo fuera de las fronteras de Egipto se penaba con la muerte. Y no sólo se preocupaban por el más allá de sus compañeros de cuatro patas, sino que también procuraban por su salud y bienestar terrenal, y prueba de ello es el Papiro Kahun ( 1800 a. C.) que pasa por ser el primer tratado de veterinaria documentado de la historia de la humanidad.
El trato que egipcios o persas brindaron a sus animales domésticos influyó decididamente en la filosofía griega platónica y aristotélica. De entre los clásicos debemos destacar a Pitágoras, que pensaba que tanto humanos como animales poseían el mismo tipo de alma inmortal. Desde la filosofía griega hasta la actualidad son muchos los autores que han afirmado o negado el alma animal y por ende sus derechos. Con Justiniano I se diferenció entre el Derecho Civil y el Derecho Natural, que es aquel dado a cada ser vivo y que no es propio al ser humano. Y aunque tímidamente se intentaba un esbozo de derechos animales, en los circos romanos seguían sacrificándose miles de animales, lo que llevó incluso a la extinción de animales como la subespecie norte africana de léon y elefante. Aun así y a pesar de tanta barbarie siempre han existido autores que han gritado por los que no pueden hablar, y ahí tenemos al poeta romano Virgilio que nos recordaba a través de sus intemporales escritos “respetemos el dolor que no tiene palabras, el derecho que no tiene defensa”. La llegada de la Edad Media sumió Europa en el oscurantismo, y animales que en su día fueron dioses y símbolo de fertilidad, como los gatos, terminaron demonizándose y quemándose en las hogueras inquisitoriales por miles. El cristianismo impregnó de moralidad la relación animal – hombre, propiciando un egocentrismo que le restó protagonismo a los animales en favor de sus dueños. Resulta curioso, pero mientras en Occidente se olvidaba la sana relación que llegó a existir con los animales domésticos, en las culturas orientales, mucho más antiguas, enfatizaban más si cabe la vida en todas sus formas. Y ello porque el principio de no violencia y respeto por la vida (Áhimsa) presidía creencias como la brahmanista, germen de religiones como el budismo, hinduismo y jainismo. En todas estas religiones se cree en la transmigración de las almas o reencarnación, entendiendo que la vida humana es una existencia más en la rueda de la vida o karma, que transmuta antes en la de otros seres. Por ello en la India y otros países budistas animales como el elefante, la vaca o el mono son sagrados, y su protección y respeto vienen alimentados por la religión, a diferencia de los países occidentales, donde es la educación la que determina el trato que se dispensa a los animales. Ya decía el maestro Mahatma Gandhi “cuanto más indefensa está una criatura, más derecho tiene a que el hombre la proteja de la crueldad del hombre”.
Esta visión proteccionista oriental distaba mucho de la que fomentó el cristianismo naciente y así continuo durante muchos siglos. Con la revolución industrial la cuestión no fue a mejor y prueba de ello son las tesis mecanicistas de Descartés, por las que los animales eran considerados casi autómatas, sin alma ni sentimientos. No sería hasta 1839 con teorías como la de Arthur Schopenhauer cuando se empezó a reconocer los derechos inherentes a los animales y la no distinción entre animal humano y animal no humano en cuanto a derechos. Las teorías proteccionistas actuales recogen mucho del acerbo de aquellos primeros filósofos y de la cultura oriental, sólo basta seguir los postulados de filósofos actuales como Jeremy Bentham, Peter Singer o nuestro Fernando Savater. La protección de los animales, por naturaleza indefensos ante la acción u omisión humana, han inspirado las normativas de los Estados más avanzados. Se me viene a la memoria la Grundgesetz – Constitución alemana, que incluye el derecho de protección animal como una de las tareas principales del Estado. Es una pena que España no cuente con este derecho en su Carta Magna, evitaría muchas de las fechorías y salvajadas que a diario sufren los animales. Y aunque España tiene diferentes legislaciones proteccionistas en cada una de las Comunidades Autónomas al ser materia transferida, la disparidad de criterios es la tónica. Sería más que necesario que España endureciera las penas por abandono, muerte o maltrato animal y se adhiriera a acuerdos internacionales como el Convenio Europeo de Protección de Animales Domésticos. La adhesión a estos convenios europeos e internacionales servirían de criterio unificador en las normativas autonómicas y supondrían un avance contra el abuso, la tortura, la muerte o el abandono de animales, máxime teniendo en cuenta que nuestro país está a la cabeza de países europeos en maltratos y abandonos.
Y todo se hace por capricho, porque ya no caza, porque está enfermo, herido, viejo, porque provoca alergias al niño, por travieso, porque me cambio de casa o me voy de vacaciones… En este primer semestre ha aumentado un 14% el abandono de nuestras mascotas respecto al año anterior. Y en la lista no sólo hallamos perros y gatos, desde hace varios años cada vez se abandonan más caballos, asnos y otros cuadrúpedos. Todo ello ha provocado una masificación en las protectoras y refugios, acuciadas por la falta de recursos y la crisis. Una crisis que también ha fomentado el abandono masivo, de tal forma que como constata la Fundación Affinity anualmente se abandonan en nuestro país a más de 150.000 perros y más de 24.000 gatos. Un porcentaje importante de estos abandonos, que no respeta edades, provienen de los regalos navideños, de ahí que leyes proteccionistas como la catalana prohíban la exhibición de animales en escaparates para su venta, para evitar precisamente la compra compulsiva. Por eso entiendo que además de una cuestión económica, el problema es ante todo social y cultural; como decía Gandhi “un país se puede juzgar por la forma en que se trata a sus animales”. Y nuestro país tiene mucho que andar aún, porque se trata mal y con crueldad a los animales, y no sólo se maltrata a los animales que nos alimentan o nos divierten como es el caso de los toros, sino que nuestra “mala leche” llega también a nuestros animales más cercanos, y si no que se lo digan al galgo, que la misma mano que le acaricia es la que termina colocándole la soga al cuello. En cuantas ocasiones hemos visto en televisión o prensa las machadas que a diario hacen unos cuantos cobardes, y muchos incluso “cuelgan” las fotos o el video de su canallada en las redes sociales. Desde luego cada día estoy más de acuerdo con Schopenhauer “quien es cruel con los animales, no puede ser buena persona”.