arrels
06-nov-2007, 20:56
Árbol de Diana
Duermo, duermo, duermo, duermo, soy un árbol, un vegetal, y pienso, pienso, pienso, pienso, y la savia bulle en mi interior y extraigo lágrimas del suelo, y, a través de pasadizos vegetales las elevo a la copa. Las elevo a la copa. La parte de mi cuerpo sumida en la tierra me concede una firme sensación de equilibrio. Raíces, pies de madera y fibras que aman la tierra. Soy un árbol, el eje del mundo. Estructura suficiente y completa.
Grité cuando la sangre se convirtió en savia, cuando las hojas comenzaron a invadir mis brazos, cuando mis pies plantaron raíces, cuando mis dedos empezaron a germinar en la tierra, cuando mis cabellos, hechos hojas, se enredaron en la frondosa arquitectura del ramaje.
Grité cuando mis brazos se tornaron en ramas, mis piernas en tronco, mis cabellos en hojas, grité mientras mi cuerpo se iba volviendo ocre y verde, gris limón como mis ojos, grité mientras pensaba que poco puede una ninfa contra el deseo de un dios.
Ya no puedo correr, porque me he negado a ser la puta de un dios. Porque me he negado al absurdo comercio de mi cuerpo, me he convertido en un laurel. Y ahora soy mi propia dueña, árbol de majestad que crece digno en medio de la tierra. Edén de abundancia y descanso, laboratorio de savia y agua, largas venas de madera, cordón umbilical de raíces y tierra.
Prisionera de mis raíces, me acarician los vientos y el sol y la lluvia y las alas de las aves, y me arrulla la música que nunca vence, que nunca mengua, que nunca calla, siento que me mece el viento como si me acunara, el ritmo de la música que ondea hacia la eternidad como los arroyos transparentes del país de las ninfas; los pájaros retozan en las ramas, me hacen cosquillas en las nervaduras y el sol brilla sobre mis hojas en los ramajes de verdor rumoroso, en mi espléndida capa verde, y duermo, duermo, duermo, duermo, soy un árbol, y pienso, pienso, pienso, pienso y la savia bulle en mi interior...
Soy un árbol, el eje del mundo, la esencia de la vida. Proporciono hogar , leña, sombra, casa para las aves. Vivo en continua regeneración. Nazco , muero y renazco cada año, en ascensión permanente hacia el cielo, soy sabio. Me comunico con los tres niveles del cosmos: mis raíces hurgan en el subsuelo, mi tronco mora en la tierra, mi copa se eleva al cielo. Reúno la totalidad de los elementos: el agua fluye en mi interior, la tierra se integra en mis raíces, el aire alimenta mis hojas, el fuego surge de mi fricción.
No soy laurel, soy serbal. Soy un árbol, un ente perfecto, el eje del mundo, estructura suficiente y completa.
Estructura suficiente y completa.
(Según Lucía Etxebarría en su novela De todo lo visible y lo invisible. No confundir con el Árbol de Diana de Alejandra Pizarnik)
Duermo, duermo, duermo, duermo, soy un árbol, un vegetal, y pienso, pienso, pienso, pienso, y la savia bulle en mi interior y extraigo lágrimas del suelo, y, a través de pasadizos vegetales las elevo a la copa. Las elevo a la copa. La parte de mi cuerpo sumida en la tierra me concede una firme sensación de equilibrio. Raíces, pies de madera y fibras que aman la tierra. Soy un árbol, el eje del mundo. Estructura suficiente y completa.
Grité cuando la sangre se convirtió en savia, cuando las hojas comenzaron a invadir mis brazos, cuando mis pies plantaron raíces, cuando mis dedos empezaron a germinar en la tierra, cuando mis cabellos, hechos hojas, se enredaron en la frondosa arquitectura del ramaje.
Grité cuando mis brazos se tornaron en ramas, mis piernas en tronco, mis cabellos en hojas, grité mientras mi cuerpo se iba volviendo ocre y verde, gris limón como mis ojos, grité mientras pensaba que poco puede una ninfa contra el deseo de un dios.
Ya no puedo correr, porque me he negado a ser la puta de un dios. Porque me he negado al absurdo comercio de mi cuerpo, me he convertido en un laurel. Y ahora soy mi propia dueña, árbol de majestad que crece digno en medio de la tierra. Edén de abundancia y descanso, laboratorio de savia y agua, largas venas de madera, cordón umbilical de raíces y tierra.
Prisionera de mis raíces, me acarician los vientos y el sol y la lluvia y las alas de las aves, y me arrulla la música que nunca vence, que nunca mengua, que nunca calla, siento que me mece el viento como si me acunara, el ritmo de la música que ondea hacia la eternidad como los arroyos transparentes del país de las ninfas; los pájaros retozan en las ramas, me hacen cosquillas en las nervaduras y el sol brilla sobre mis hojas en los ramajes de verdor rumoroso, en mi espléndida capa verde, y duermo, duermo, duermo, duermo, soy un árbol, y pienso, pienso, pienso, pienso y la savia bulle en mi interior...
Soy un árbol, el eje del mundo, la esencia de la vida. Proporciono hogar , leña, sombra, casa para las aves. Vivo en continua regeneración. Nazco , muero y renazco cada año, en ascensión permanente hacia el cielo, soy sabio. Me comunico con los tres niveles del cosmos: mis raíces hurgan en el subsuelo, mi tronco mora en la tierra, mi copa se eleva al cielo. Reúno la totalidad de los elementos: el agua fluye en mi interior, la tierra se integra en mis raíces, el aire alimenta mis hojas, el fuego surge de mi fricción.
No soy laurel, soy serbal. Soy un árbol, un ente perfecto, el eje del mundo, estructura suficiente y completa.
Estructura suficiente y completa.
(Según Lucía Etxebarría en su novela De todo lo visible y lo invisible. No confundir con el Árbol de Diana de Alejandra Pizarnik)