Cotorra
20-sep-2011, 13:27
Desde hace décadas tratamos a los gigantes de la naturaleza como un pobre recurso de quita y pon. Arrancamos árboles varias veces centenarios de sus lugares originales para llevarlos a otros lugares donde molesten menos o, algo aún más perverso, donde logremos con ellos una supuesta “puesta en valor”: nuestro enriquecimiento. Empezamos con los olivos milenarios, a los que hemos convertido en tristes esculturas de rotonda y campo de golf, pero el mal, o el modelo, se ha generalizado por todo el mundo.
Primero nos atrevimos con el patrimonio artístico y se generalizó el trasladar “piedra a piedra” ermitas románicas a Nueva York o templos egipcios a Madrid, todos con la excusa de su salvación. Ahora salvamos los árboles centenarios aduciendo la misma y obsoleta razón.
Llegamos así a situaciones tan sorprendentes como la del famoso roble “Old Glory“. Esta “vieja gloria” es un roble americano de los valles (Quercus lobata) que ha tenido el discutible privilegio de aparecer en el Libro Guinness de los Record como el árbol más grande jamás trasplantado en el planeta. Con una edad de entre 180 y 220 años, 5 metros de perímetro del tronco, 17,67 metros de altura, 31,6 metros de copa y un peso aproximado de 415,5 toneladas, “Old Glory” fue trasladado medio kilómetro el 20 de enero de 2004 a un nuevo parque de Los Ángeles, California. La complejísima intervención tuvo un coste superior al millón de dólares y puso fin a una larga batalla ecologista por protegerlo de un proyecto urbanístico que hacía pasar una carretera sobre él.
Cuando arrancaban al gigante del lugar donde había crecido los últimos dos siglos los niños le cantaban entristecidos: “Esta tierra, es tu tierra”. Ahora el árbol goza de aparente buena salud en su nuevo hogar, aunque es imposible saber cuánto le ha reducido su supervivencia tan traumática intervención. Y demuestra hasta qué punto hemos equivocado nuestra mayor sensibilidad ambiental.
¿Es el trasplante un mal menor o un error garrafal? Cada vez que paso frente al Templo de Debod, en las inmediaciones de la madrileña Plaza de España, más me ratifico en la sinrazón de estas costosas intervenciones. El patrimonio, natural o artístico, no es una mercancía de compra, venta, regalo y cambio. Su auténtico valor no está tan sólo en él mismo, sino en su entorno, su paisaje, su cultura. Arrancándolo de sus sitios naturales quizá salvaremos el símbolo, pero habremos matado su esencia.
http://blogs.20minutos.es/cronicaverde/2011/09/19/el-drama-de-la-naturaleza-de-quita-y-pon/
Primero nos atrevimos con el patrimonio artístico y se generalizó el trasladar “piedra a piedra” ermitas románicas a Nueva York o templos egipcios a Madrid, todos con la excusa de su salvación. Ahora salvamos los árboles centenarios aduciendo la misma y obsoleta razón.
Llegamos así a situaciones tan sorprendentes como la del famoso roble “Old Glory“. Esta “vieja gloria” es un roble americano de los valles (Quercus lobata) que ha tenido el discutible privilegio de aparecer en el Libro Guinness de los Record como el árbol más grande jamás trasplantado en el planeta. Con una edad de entre 180 y 220 años, 5 metros de perímetro del tronco, 17,67 metros de altura, 31,6 metros de copa y un peso aproximado de 415,5 toneladas, “Old Glory” fue trasladado medio kilómetro el 20 de enero de 2004 a un nuevo parque de Los Ángeles, California. La complejísima intervención tuvo un coste superior al millón de dólares y puso fin a una larga batalla ecologista por protegerlo de un proyecto urbanístico que hacía pasar una carretera sobre él.
Cuando arrancaban al gigante del lugar donde había crecido los últimos dos siglos los niños le cantaban entristecidos: “Esta tierra, es tu tierra”. Ahora el árbol goza de aparente buena salud en su nuevo hogar, aunque es imposible saber cuánto le ha reducido su supervivencia tan traumática intervención. Y demuestra hasta qué punto hemos equivocado nuestra mayor sensibilidad ambiental.
¿Es el trasplante un mal menor o un error garrafal? Cada vez que paso frente al Templo de Debod, en las inmediaciones de la madrileña Plaza de España, más me ratifico en la sinrazón de estas costosas intervenciones. El patrimonio, natural o artístico, no es una mercancía de compra, venta, regalo y cambio. Su auténtico valor no está tan sólo en él mismo, sino en su entorno, su paisaje, su cultura. Arrancándolo de sus sitios naturales quizá salvaremos el símbolo, pero habremos matado su esencia.
http://blogs.20minutos.es/cronicaverde/2011/09/19/el-drama-de-la-naturaleza-de-quita-y-pon/