Libertarian
24-oct-2007, 11:57
"LAS MENTIRAS DEL CAMBIO CLIMÁTICO"
de Jorge Alcalde, director de la revista de divulgación científica 'Quo'
Este libro está lleno de mentiras y su autor es un fascista hijo de Bush. Lo primero es, ya se lo voy anticipando, parte de la probable respuesta que la lectura de estas páginas provocará en algunos grupos, sobre todo en los activistas del llamado ecoalarmismo. Lo segundo no es más que uno de los insultos reales que yo mismo he recibido cada vez que he hecho públicas informaciones contrarias a lo que Bjorn Lomborg llama la "letanía ecologista".
No es para quejarse. Lomborg, el ecologista escéptico, el ex dirigente de Greenpeace que hoy reniega de los postulados ecoalarmistas, fue condenado casi al ostracismo científico tras la publicación de su primer libro, en el que ponía en duda que el deterioro del medioambiente fuese un problema prioritario para la Humanidad. Tuvo que someterse a un juicio por supuesta deshonestidad científica (que, por supuesto, ganó), recibió el desaire de muchos de sus compañeros, fue amenazado, contempló cómo activistas ecologistas reventaban sus conferencias lanzándole tartas a la cara.
Otros escépticos han corrido similar suerte. Martin Durkin, autor del documental El gran timo del calentamiento global, recibe miles de cartas ominosas, incluyendo algunas que le desean la muerte más terrible entre dolores provocados por el cáncer de colon. Docenas de científicos que critican las conclusiones del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC) padecen serias dificultades para encontrar financiación para sus proyectos y son denominados "negacionistas" por los medios y por sus compañeros. Más de una firma autorizada ha tenido que presentar su dimisión como autor del IPCC, asqueada por la deriva política de la institución, a pesar de que ello supone cercenar de pleno sus aspiraciones científicas. Todos aquellos que se han atrevido, simplemente, a sospechar que en la ciencia del cambio climático existen todavía demasiadas incertidumbres ven cómo sus trabajos son inmediatamente puestos en duda y se les acusa de investigar bajo sueldo de las grandes compañías energéticas.
Es necesario advertir que, cuando el IPCC dice que el mundo se calentará 5,8 grados en los próximos cien años, no es más que un probable escenario de las docenas de posibilidades que manejan los científicos. Que, en realidad, el IPCC se niega a realizar predicciones climáticas y nos sirve sólo modelos informáticos de toda índole basados en la cuidadosa selección de los datos de partida y, según han denunciado algunos de sus miembros, profundamente sesgados.
Es imprescindible que se sepa que en los propios informes del IPCC (el texto único en el que se basan el Protocolo de Kyoto y todo el movimiento pancontinental en torno al clima) es imposible encontrar datos que demuestren que el calentamiento global va a producir descensos en la producción de alimentos, aumentos en la frecuencia de las tormentas o huracanes, mayores prevalencias de enfermedades tropicales como la malaria, desplazamientos humanos consistentemente más graves de los que hoy provocan las hambrunas, las sequías y las guerras. Nada de esto está en los informes del IPCC, y sin embargo aparece reseñado en los medios de comunicación y en las agendas de los políticos como un mantra grabado a fuego: el calentamiento global es hoy ya culpable de todo, desde la explosión de enfermedades hasta la caída de puentes.
Paradójicamente, invertir las ingentes cantidades de dinero que el cumplimiento del Protocolo de Kyoto exige sólo servirá para mejorar un poco las cosas en los países más ricos. Cualquier análisis económico demuestra que será mucho más caro reducir las emisiones de CO2 que invertir en que los países del Tercer Mundo sean capaces de adaptarse a los efectos del cambio climático (si es que éste se produce). El efecto de Kyoto sobre el clima, incluso en el caso de que todos los países firmantes lo cumplan a rajatabla, será minúsculo: en el mejor de los casos, se pospondrá el aumento de las temperaturas unos seis años. Según todos los modelos macroeconómicos, la puesta en marcha del Protocolo de Kyoto costará entre 150.000 y 350.000 millones de dólares al año. Ésa es la cantidad de dinero que tendremos que pagar para "comprar" seis años de margen nada más, para conseguir que el aumento de temperaturas del peor de los escenarios del IPCC llegue en 2106 en lugar de en 2100.
Ese dinero, inevitablemente, tendrá que serle hurtado a otros proyectos de ayuda a los países menos favorecidos. Con mucho menor esfuerzo, podríamos intentar que estos países mejoraran sus infraestructuras, su sanidad, su régimen de libertades, sus recursos, y se pertrecharan de mejores herramientas para combatir los efectos del aumento de temperaturas, si se produce. Sin embargo, países como España, que a duras penas puede soñar con llegar a cumplir sus compromisos de ceder el 0,7% de su PIB a ayuda efectiva al Tercer Mundo, se embarcan en la firma de un costosísimo (y para muchos inútil) Protocolo de Kyoto (que, dicho sea de paso, tampoco va a cumplir).
Algunos datos advierten que el dinero que tendría que invertir sólo Estados Unidos para converger con los recortes de CO2 impuestos en Kyoto sería suficiente para dotar de agua salubre a todos los ciudadanos del planeta. ¿Cómo es posible, sin embargo, que el calentamiento global haya calado de tal modo en las conciencias de los políticos y los ciudadanos del mundo rico hasta convertirlo en la "mayor amenaza para Humanidad", en palabras de Al Gore?
En este libro el lector no va a encontrar muchas respuestas. No es un libro de tesis científicas ni una propuesta de explicación de los fenómenos de la naturaleza. Es el resultado de centenares de contactos con el trabajo de docenas de expertos de todo el mundo que muestran en mayor o en menor grado su escepticismo ante los postulados del IPCC. Los hay que directamente niegan la existencia de un cambio climático. Los hay que aseguran que el cambio climático es real pero que es imposible demostrar que el culpable sea el hombre, a través de su emisión de gases de efecto invernadero. Los hay incluso que creen que efectivamente el clima está cambiando y el responsable es el ser humano, pero advierten que la acción política y científica se ha vuelto ciertamente histérica y se preocupan por el grado de sectarismo y gregarismo que envuelve al tema, que impide la correcta toma de decisiones.
Sólo hay algo que les une: son escépticos y, por lo tanto, las están pasando canutas.
Estas páginas forman parte de todo un caudal de opinión "ecológicamente incorrecta" que, a pesar de estar sólidamente respaldada por la ciencia, no encuentra apenas espacio en los medios de comunicación. (...) Si no queremos que una dictadura ecológica asfixie nuestras libertades y cercene las posibilidades que tienen los países menos desarrollados de progresar, debemos prestar más atención a los científicos y analizar muy cuidadosamente lo que divulgan ecologistas y medios de comunicación sobre el cambio climático.
En una de sus últimas obras, Les mots, Jean-Paul Sartre hace repaso de sus primeros diez años de vida y recoge sus recuerdos sobre los miembros de su familia. De su abuela dice: "Ella no creía en nada. Sólo su escepticismo le impedía ser atea"... Pues eso.
de Jorge Alcalde, director de la revista de divulgación científica 'Quo'
Este libro está lleno de mentiras y su autor es un fascista hijo de Bush. Lo primero es, ya se lo voy anticipando, parte de la probable respuesta que la lectura de estas páginas provocará en algunos grupos, sobre todo en los activistas del llamado ecoalarmismo. Lo segundo no es más que uno de los insultos reales que yo mismo he recibido cada vez que he hecho públicas informaciones contrarias a lo que Bjorn Lomborg llama la "letanía ecologista".
No es para quejarse. Lomborg, el ecologista escéptico, el ex dirigente de Greenpeace que hoy reniega de los postulados ecoalarmistas, fue condenado casi al ostracismo científico tras la publicación de su primer libro, en el que ponía en duda que el deterioro del medioambiente fuese un problema prioritario para la Humanidad. Tuvo que someterse a un juicio por supuesta deshonestidad científica (que, por supuesto, ganó), recibió el desaire de muchos de sus compañeros, fue amenazado, contempló cómo activistas ecologistas reventaban sus conferencias lanzándole tartas a la cara.
Otros escépticos han corrido similar suerte. Martin Durkin, autor del documental El gran timo del calentamiento global, recibe miles de cartas ominosas, incluyendo algunas que le desean la muerte más terrible entre dolores provocados por el cáncer de colon. Docenas de científicos que critican las conclusiones del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC) padecen serias dificultades para encontrar financiación para sus proyectos y son denominados "negacionistas" por los medios y por sus compañeros. Más de una firma autorizada ha tenido que presentar su dimisión como autor del IPCC, asqueada por la deriva política de la institución, a pesar de que ello supone cercenar de pleno sus aspiraciones científicas. Todos aquellos que se han atrevido, simplemente, a sospechar que en la ciencia del cambio climático existen todavía demasiadas incertidumbres ven cómo sus trabajos son inmediatamente puestos en duda y se les acusa de investigar bajo sueldo de las grandes compañías energéticas.
Es necesario advertir que, cuando el IPCC dice que el mundo se calentará 5,8 grados en los próximos cien años, no es más que un probable escenario de las docenas de posibilidades que manejan los científicos. Que, en realidad, el IPCC se niega a realizar predicciones climáticas y nos sirve sólo modelos informáticos de toda índole basados en la cuidadosa selección de los datos de partida y, según han denunciado algunos de sus miembros, profundamente sesgados.
Es imprescindible que se sepa que en los propios informes del IPCC (el texto único en el que se basan el Protocolo de Kyoto y todo el movimiento pancontinental en torno al clima) es imposible encontrar datos que demuestren que el calentamiento global va a producir descensos en la producción de alimentos, aumentos en la frecuencia de las tormentas o huracanes, mayores prevalencias de enfermedades tropicales como la malaria, desplazamientos humanos consistentemente más graves de los que hoy provocan las hambrunas, las sequías y las guerras. Nada de esto está en los informes del IPCC, y sin embargo aparece reseñado en los medios de comunicación y en las agendas de los políticos como un mantra grabado a fuego: el calentamiento global es hoy ya culpable de todo, desde la explosión de enfermedades hasta la caída de puentes.
Paradójicamente, invertir las ingentes cantidades de dinero que el cumplimiento del Protocolo de Kyoto exige sólo servirá para mejorar un poco las cosas en los países más ricos. Cualquier análisis económico demuestra que será mucho más caro reducir las emisiones de CO2 que invertir en que los países del Tercer Mundo sean capaces de adaptarse a los efectos del cambio climático (si es que éste se produce). El efecto de Kyoto sobre el clima, incluso en el caso de que todos los países firmantes lo cumplan a rajatabla, será minúsculo: en el mejor de los casos, se pospondrá el aumento de las temperaturas unos seis años. Según todos los modelos macroeconómicos, la puesta en marcha del Protocolo de Kyoto costará entre 150.000 y 350.000 millones de dólares al año. Ésa es la cantidad de dinero que tendremos que pagar para "comprar" seis años de margen nada más, para conseguir que el aumento de temperaturas del peor de los escenarios del IPCC llegue en 2106 en lugar de en 2100.
Ese dinero, inevitablemente, tendrá que serle hurtado a otros proyectos de ayuda a los países menos favorecidos. Con mucho menor esfuerzo, podríamos intentar que estos países mejoraran sus infraestructuras, su sanidad, su régimen de libertades, sus recursos, y se pertrecharan de mejores herramientas para combatir los efectos del aumento de temperaturas, si se produce. Sin embargo, países como España, que a duras penas puede soñar con llegar a cumplir sus compromisos de ceder el 0,7% de su PIB a ayuda efectiva al Tercer Mundo, se embarcan en la firma de un costosísimo (y para muchos inútil) Protocolo de Kyoto (que, dicho sea de paso, tampoco va a cumplir).
Algunos datos advierten que el dinero que tendría que invertir sólo Estados Unidos para converger con los recortes de CO2 impuestos en Kyoto sería suficiente para dotar de agua salubre a todos los ciudadanos del planeta. ¿Cómo es posible, sin embargo, que el calentamiento global haya calado de tal modo en las conciencias de los políticos y los ciudadanos del mundo rico hasta convertirlo en la "mayor amenaza para Humanidad", en palabras de Al Gore?
En este libro el lector no va a encontrar muchas respuestas. No es un libro de tesis científicas ni una propuesta de explicación de los fenómenos de la naturaleza. Es el resultado de centenares de contactos con el trabajo de docenas de expertos de todo el mundo que muestran en mayor o en menor grado su escepticismo ante los postulados del IPCC. Los hay que directamente niegan la existencia de un cambio climático. Los hay que aseguran que el cambio climático es real pero que es imposible demostrar que el culpable sea el hombre, a través de su emisión de gases de efecto invernadero. Los hay incluso que creen que efectivamente el clima está cambiando y el responsable es el ser humano, pero advierten que la acción política y científica se ha vuelto ciertamente histérica y se preocupan por el grado de sectarismo y gregarismo que envuelve al tema, que impide la correcta toma de decisiones.
Sólo hay algo que les une: son escépticos y, por lo tanto, las están pasando canutas.
Estas páginas forman parte de todo un caudal de opinión "ecológicamente incorrecta" que, a pesar de estar sólidamente respaldada por la ciencia, no encuentra apenas espacio en los medios de comunicación. (...) Si no queremos que una dictadura ecológica asfixie nuestras libertades y cercene las posibilidades que tienen los países menos desarrollados de progresar, debemos prestar más atención a los científicos y analizar muy cuidadosamente lo que divulgan ecologistas y medios de comunicación sobre el cambio climático.
En una de sus últimas obras, Les mots, Jean-Paul Sartre hace repaso de sus primeros diez años de vida y recoge sus recuerdos sobre los miembros de su familia. De su abuela dice: "Ella no creía en nada. Sólo su escepticismo le impedía ser atea"... Pues eso.