aaaxxx
22-sep-2010, 22:58
Hace algo más de un año que vivimos aquí, pero Beltza ya estaba antes que nosotros. Tardamos meses en darnos cuenta, de hecho el día que cayó en la jaula trampa para ser esterilizada fué la primera vez que nos vimos. Era una gata extremadamente salvaje y su hogar, una gruta en la tapia de mi casa. Sólo salía de noche, y era negra. Para cuando vinimos a vivir aquí había unos 5 gatos negros: imposible distinguir cual era cual. Con el tiempo fué cogiendo confianza, aunque siempre de lejos. No se lleva bien con ningún gato, y si nosotros nos acercamos a menos de 2 metros, nos enseña los dientes. Sus gritos al ver otro gato en su territorio son de escándalo, parece que la estén degollando. Jamás está tranquila o relajada, camina a gachas y si está durmiendo y siente el vuelo de una mosca, se pone en guardia. De hecho cuando oye que nos despertamos por la mañana corre a su refugio como alma que lleva al diablo.
Un tiempo más tarde de conocer a Beltza, observamos que un gato negro, grande y horrible entraba a nuestro jardín cada noche. Se comía el trocito de lata que cada día poníamos a Beltza. Un buen día le "cazamos" y lo llevamos a esterilizar. Era un semental de cuidado, tal era su tufo a machote que las veterinarias tuvieron que llenar de ambientadores la consulta (como en la peli de Seven casi). Aunque se podía ver la bondad en sus ojos, la calle marca. Y aparte de media cola perdida, cicatrices en cara y orejas, era una bestia terrible. Volvimos a dejarlo en el jardín... Y le llamamos Rocco, de Rocco Sifreddi. Un amigo dijo: este ha follado con todas las gatas del barrio, tiene que llamarse así. Jaja. A pesar del susto que le supuso la caza y demás, Rocco no dejaba de visitarnos por las noches. Y con el tiempo fuimos fijándonos en él a lo lejos, pues jamás deja que nadie se acerque menos de 20 metros. E hicimos un descubimiento maravilloso: Beltza, la gata más insociable del mundo y él, eran novios. A pesar de estar esterilizados y de odiar a todo el mundo, ellos se adoraban. Rocco pasa los días Dios sabe donde. Pero cuando llega cierta hora, empezamos a oir: MOUW, MOUW... Un maullido grave, penetrante. Al rato Beltza sale corriendo, sin agazaparse ya, con la cola en alto, feliz por la llegada de su amado. Vimos que Rocco no robaba el trozo de latita de Beltza. Beltza se lo cedía amablemente cada noche. Cuando Rocco se retrasa, ella emite otro tipo de grititos. Cortos, agudos: MIU! MIU! Y entonces aparece Rocco, con su característico maullido. Se saludan, se acarician (bueno, ella le acaricia y él se deja hacer) y se van de paseo. Durante el verano, puedes verlos por el barrio, cazando mantis o saltamontes, siempre juntos. Cuando se acerca el frío, se quedan en el patio, escondidos en la gruta de Beltza o sentados en alguna silla. No hacen nada, tampoco juegan. Simplemente están juntos, todas y cada una de las noches. Ahora mismo están tendidos en la hierba de mi jardín. Y al verlos he pensado que no podía dejar de contaros esta maravillosa historia de dos gatos que, sin tener necesidad ni interés alguno por en medio, jamás faltan a su cita diaria.
Cuando uno ve estas cosas, ante todo se siente afortunado de estar vivo para poder ser espectador privilegiado de esta maravillosa historia de amor. Y también se convence de que por mucho que digan algunos, los animales tienen sentimientos y preferencias más allá de su instinto. Y sin necesidad de recibir nada a cambio.
Un tiempo más tarde de conocer a Beltza, observamos que un gato negro, grande y horrible entraba a nuestro jardín cada noche. Se comía el trocito de lata que cada día poníamos a Beltza. Un buen día le "cazamos" y lo llevamos a esterilizar. Era un semental de cuidado, tal era su tufo a machote que las veterinarias tuvieron que llenar de ambientadores la consulta (como en la peli de Seven casi). Aunque se podía ver la bondad en sus ojos, la calle marca. Y aparte de media cola perdida, cicatrices en cara y orejas, era una bestia terrible. Volvimos a dejarlo en el jardín... Y le llamamos Rocco, de Rocco Sifreddi. Un amigo dijo: este ha follado con todas las gatas del barrio, tiene que llamarse así. Jaja. A pesar del susto que le supuso la caza y demás, Rocco no dejaba de visitarnos por las noches. Y con el tiempo fuimos fijándonos en él a lo lejos, pues jamás deja que nadie se acerque menos de 20 metros. E hicimos un descubimiento maravilloso: Beltza, la gata más insociable del mundo y él, eran novios. A pesar de estar esterilizados y de odiar a todo el mundo, ellos se adoraban. Rocco pasa los días Dios sabe donde. Pero cuando llega cierta hora, empezamos a oir: MOUW, MOUW... Un maullido grave, penetrante. Al rato Beltza sale corriendo, sin agazaparse ya, con la cola en alto, feliz por la llegada de su amado. Vimos que Rocco no robaba el trozo de latita de Beltza. Beltza se lo cedía amablemente cada noche. Cuando Rocco se retrasa, ella emite otro tipo de grititos. Cortos, agudos: MIU! MIU! Y entonces aparece Rocco, con su característico maullido. Se saludan, se acarician (bueno, ella le acaricia y él se deja hacer) y se van de paseo. Durante el verano, puedes verlos por el barrio, cazando mantis o saltamontes, siempre juntos. Cuando se acerca el frío, se quedan en el patio, escondidos en la gruta de Beltza o sentados en alguna silla. No hacen nada, tampoco juegan. Simplemente están juntos, todas y cada una de las noches. Ahora mismo están tendidos en la hierba de mi jardín. Y al verlos he pensado que no podía dejar de contaros esta maravillosa historia de dos gatos que, sin tener necesidad ni interés alguno por en medio, jamás faltan a su cita diaria.
Cuando uno ve estas cosas, ante todo se siente afortunado de estar vivo para poder ser espectador privilegiado de esta maravillosa historia de amor. Y también se convence de que por mucho que digan algunos, los animales tienen sentimientos y preferencias más allá de su instinto. Y sin necesidad de recibir nada a cambio.