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17-sep-2010, 00:49
TONY SÁNCHEZ-ARIÑO, 74 AÑOS, VALENCIANO
El último cazador blanco
POR JAVIER PÉREZ DE ALBÉNIZ
22/08/2004
http://img713.imageshack.us/img713/3439/caz.png
Sánchez-Ariño ha entregado 53 años de su vida a la caza de elefantes. Hoy, el control del comercio de marfil y la extinción de estos animales no hace factible la dedicación profesional al negocio. Por eso, este apasionado de la caza, que los ve como “una atracción irresistible” y que ha acabado con más de 1.200 ejemplares, ha tenido que amoldarse a la legislación. Ahora es guía y organiza cacerías para los cientos de turistas que cada año se aficionan a la cinegética.
La corbata perfectamente anudada, los zapatos relucientes, la camisa de cuadros y los pantalones grises cuidadosamente planchados, el pelo ligeramente mojado, la sonrisa monacal colgada de un rostro minuciosamente rasurado... Sólo la mirada, la penetrante y fría mirada de un depredador, puede hacernos sospechar que Antonio Sánchez-Ariño no es un jubilado que viene de comprar el pan o se dirige a su partida de mus. Los ojos de este hombre tienen la capacidad de penetración de un rifle de gran calibre.
Antes de sostener un pulso con su mirada, nadie diría que este valenciano grandullón de 74 años es una leyenda africana: el último de los grandes cazadores de elefantes. El heredero legítimo de personajes que, como John Hunter, Pondoro Taylor o Karamojo Bell, forman parte de la historia del continente olvidado. Es el tipo de hombre que Ernest Hemingway intentó ser todos y cada uno de los días de su vida. Un cazador que ha matado a 1.282 elefantes, 2.044 búfalos, 332 leones, 144 leopardos, 132 rinocerontes... Un white hunter que se ha cobrado 43 elefantes con colmillos de más de 100 libras (45 kilos) de peso, que en un excepcional récord de velocidad acabó con la vida de 20 elefantes en 75 minutos, que ha perseguido a estos paquidermos por 23 países africanos...
Es inevitable preguntarse qué le han hecho los elefantes al señor Sánchez-Ariño. “Nada. Son mi vida, un imán, una atracción irresistible”, responde aventurando un tímido gesto de resignación. “He matado muchos, pero he protegido a muchísimos más cooperando en la creación de reservas, luchando contra el furtivismo, aconsejando la prohibición de su caza en determinadas zonas, dándoles una protección especial... Incluso he trabajado para el Gobierno del Congo realizando censos para ver el número de ejemplares y qué medidas se deberían adoptar para protegerles. Pero no olvidemos que en lugares como Botsuana, de donde he regresado de una cacería hace sólo unos días, hay 130.000 elefantes, muchos más de los 40.000 que según los especialistas puede aceptar la vegetación del lugar. ¿Qué sucede? Pues que no se ve un árbol en pie, que arrasan los cultivos, que están terminando con el equilibrio natural. Un auténtico drama. Por tanto, que nadie llore pensando en que estamos matando a Dumbo y todas esas tonterías. Y esto no quiere decir que no esté en contra del tráfico del marfil: es un comercio que debe seguir prohibido”.
Conviene recordar que cazar elefantes en determinados países africanos es completamente legal, tanto como lo puede ser matar un ciervo o un jabalí en España. Y es que ciertamente los elefantes pueden llegar a ser una plaga: en un congreso sobre esta especie celebrado recientemente en la Universidad de Utrecht (Holanda) se ha llegado a la conclusión de que en determinados lugares las poblaciones están creciendo hasta un 10% anual, alcanzando cifras insostenibles, capaces de provocar graves catástrofes ecológicas. Las manadas de elefantes arrasan a su paso la vegetación, y también los cultivos de poblaciones muy necesitadas. La caza selectiva de ejemplares es imprescindible para controlar las manadas y el equilibrio natural de los lugares donde viven. Hoy se pueden cazar legalmente elefantes en Camerún, Namibia, Botsuana, Mozambique, Sudáfrica, Zimbabue y Tanzania, previo pago de una cantidad, denominada Tasa de Abate, que va de los 1.500 euros de Camerún a los 10.000 de Namibia. En algunos países el precio depende del peso de los colmillos.
Antaño, los cazadores de elefantes no buscaban restablecer el orden ecológico o añadir un paquidermo a su colección de especies cinegéticas. Se movían atraídos por el marfil, el oro blanco que colgaba de los descomunales cráneos de viejos machos. Sánchez-Ariño siguió la llamada Senda del Marfil. “Actualmente podemos decir que ese África legendaria de los grandes safaris, las interminables manadas de elefantes y los cazadores profesionales blancos no regresará jamás”, dice durante unos días de reposo en Valencia, entre safari y safari. Al hablar del pasado le brillan los ojos. Para algunos fueron días de gloria, en los que aún quedaban lugares por explorar, fortunas por conquistar y grandes fieras a las que disparar. Para otros fueron tiempos de esclavitud, de rapiña y de exterminio. Un periodo histórico situado a finales del siglo XIX y mediados del XX que marcó el momento más importante para la caza y la aventura en África.
El pasado mes de julio, Sánchez-Ariño cumplió 53 años como cazador profesional. En el momento en que se publique este reportaje se encontrará en Tanzania, siguiendo las huellas de algún gran elefante. Es el último cazador blanco en activo. El único español que ha pertenecido a la histórica Asociación de Cazadores Profesionales de África Oriental, socio fundador y vitalicio de la Asociación de Cazadores Profesionales Africanos (APHA). Jamás ha cazado de forma furtiva, jamás ha sufrido un accidente de caza, jamás ha confiado su suerte a pequeñas escopetas... En el campo de batalla le acompañan un 416 Rigby, un 500 Jeffery Mauser, un 505 Gibbs o un Express 475, cañones en forma de rifle capaces de tumbar a un animal con el tamaño de un camión y la fuerza de un tanque. Estas armas, algunas con más de 80 años de vida, son piezas artesanales que se mantienen en perfecto estado de revista. El cazador profesional viaja sólo con una de ellas, cargada con munición capaz de derribar un coloso de cuatro toneladas de peso.
“Pero cuidado, porque yo no mato elefantes; yo los cazo”, dice. “Son dos cosas muy diferentes. Hay que dar al animal su oportunidad... Los profesionales de la caza en África siempre hemos querido ser gentleman hunters, auténticos deportistas. Pero eso se ha perdido para siempre...”. Sánchez-Ariño nació para cazar elefantes. Hijo de un famoso cirujano valenciano, sintió desde muy niño la llamada de África. Y lo hizo por pura intuición, puesto que no tuvo ni familiares ni amigos cazadores o viajeros. “Nadie de mi familia ha tenido jamás un arma en las manos”, asegura, aunque reconoce que ha llevado a sus tres hijos de safari. “Pero no se han interesado nada. Lo mío debe de ser un atavismo. Mis padres me contaban que con dos o tres años yo sólo hablaba de salvajes con lanzas y leones, y que jugaba con una escopeta de tapón de corcho matando moscas en los cristales de las ventanas. Pero para mí no eran moscas, eran elefantes...”.
Siguiendo la tradición paterna estudió Medicina, pero sin interesarle lo más mínimo. Su cabeza estaba en África, lugar al que viajó por primera vez en 1952. En la entonces llamada Guinea Española cobró sus dos primeras piezas: un par de gorilas que saqueaban las plantaciones y atemorizaban a los nativos. El primer elefante cayó poco después, justo en la frontera con Camerún. Era el comienzo de una de las carreras cinegéticas más importantes de todos los tiempos.
“¡Sólo vive de veras quien jamás se detiene!”. La frase, colgada entre cuernos de kudu y pieles de leopardo en una de las paredes de su despacho-biblioteca, define a la perfección un modo de vida basado en la acción. “Ortega y Gasset, en su prólogo al libro Veinte años de caza mayor, del Conde de Yebes, decía que para que la caza fuese caza debía conservar dos factores imprescindibles: la dificultad y la inseguridad. Actualmente se ha perdido ese espíritu, y la caza no es caza, es una farsa, es plástico cinegético”. Palabra de un hombre que se ha enfrentado a los cinco grandes (elefante, león, búfalo, leopardo y rinoceronte) y vive para contarlo.
En su libro más reciente, Cazadores de elefantes. Hombres de leyenda (Editorial Nyala), Sánchez-Ariño recuerda cómo un cazador británico llamado William A. Pickering no pudo detener el ataque de un elefante con su 577 Nitro. “El animal lo derribó, le puso una pata encima y, enroscándole la cabeza con la trompa, tiró hacia arriba, arrancándole la cabeza de cuajo, como si descorchara una botella. Luego la tiró entre la maleza –donde su equipo de nativos la encontró más tarde intacta–, dedicándose a pisotear el cuerpo de Pickering hasta que éste se convirtió en una pulpa irreconocible, formando un amasijo horrible de restos humanos mezclados con tierra, hojas y hierba”.
(continúa... :asco:)
El último cazador blanco
POR JAVIER PÉREZ DE ALBÉNIZ
22/08/2004
http://img713.imageshack.us/img713/3439/caz.png
Sánchez-Ariño ha entregado 53 años de su vida a la caza de elefantes. Hoy, el control del comercio de marfil y la extinción de estos animales no hace factible la dedicación profesional al negocio. Por eso, este apasionado de la caza, que los ve como “una atracción irresistible” y que ha acabado con más de 1.200 ejemplares, ha tenido que amoldarse a la legislación. Ahora es guía y organiza cacerías para los cientos de turistas que cada año se aficionan a la cinegética.
La corbata perfectamente anudada, los zapatos relucientes, la camisa de cuadros y los pantalones grises cuidadosamente planchados, el pelo ligeramente mojado, la sonrisa monacal colgada de un rostro minuciosamente rasurado... Sólo la mirada, la penetrante y fría mirada de un depredador, puede hacernos sospechar que Antonio Sánchez-Ariño no es un jubilado que viene de comprar el pan o se dirige a su partida de mus. Los ojos de este hombre tienen la capacidad de penetración de un rifle de gran calibre.
Antes de sostener un pulso con su mirada, nadie diría que este valenciano grandullón de 74 años es una leyenda africana: el último de los grandes cazadores de elefantes. El heredero legítimo de personajes que, como John Hunter, Pondoro Taylor o Karamojo Bell, forman parte de la historia del continente olvidado. Es el tipo de hombre que Ernest Hemingway intentó ser todos y cada uno de los días de su vida. Un cazador que ha matado a 1.282 elefantes, 2.044 búfalos, 332 leones, 144 leopardos, 132 rinocerontes... Un white hunter que se ha cobrado 43 elefantes con colmillos de más de 100 libras (45 kilos) de peso, que en un excepcional récord de velocidad acabó con la vida de 20 elefantes en 75 minutos, que ha perseguido a estos paquidermos por 23 países africanos...
Es inevitable preguntarse qué le han hecho los elefantes al señor Sánchez-Ariño. “Nada. Son mi vida, un imán, una atracción irresistible”, responde aventurando un tímido gesto de resignación. “He matado muchos, pero he protegido a muchísimos más cooperando en la creación de reservas, luchando contra el furtivismo, aconsejando la prohibición de su caza en determinadas zonas, dándoles una protección especial... Incluso he trabajado para el Gobierno del Congo realizando censos para ver el número de ejemplares y qué medidas se deberían adoptar para protegerles. Pero no olvidemos que en lugares como Botsuana, de donde he regresado de una cacería hace sólo unos días, hay 130.000 elefantes, muchos más de los 40.000 que según los especialistas puede aceptar la vegetación del lugar. ¿Qué sucede? Pues que no se ve un árbol en pie, que arrasan los cultivos, que están terminando con el equilibrio natural. Un auténtico drama. Por tanto, que nadie llore pensando en que estamos matando a Dumbo y todas esas tonterías. Y esto no quiere decir que no esté en contra del tráfico del marfil: es un comercio que debe seguir prohibido”.
Conviene recordar que cazar elefantes en determinados países africanos es completamente legal, tanto como lo puede ser matar un ciervo o un jabalí en España. Y es que ciertamente los elefantes pueden llegar a ser una plaga: en un congreso sobre esta especie celebrado recientemente en la Universidad de Utrecht (Holanda) se ha llegado a la conclusión de que en determinados lugares las poblaciones están creciendo hasta un 10% anual, alcanzando cifras insostenibles, capaces de provocar graves catástrofes ecológicas. Las manadas de elefantes arrasan a su paso la vegetación, y también los cultivos de poblaciones muy necesitadas. La caza selectiva de ejemplares es imprescindible para controlar las manadas y el equilibrio natural de los lugares donde viven. Hoy se pueden cazar legalmente elefantes en Camerún, Namibia, Botsuana, Mozambique, Sudáfrica, Zimbabue y Tanzania, previo pago de una cantidad, denominada Tasa de Abate, que va de los 1.500 euros de Camerún a los 10.000 de Namibia. En algunos países el precio depende del peso de los colmillos.
Antaño, los cazadores de elefantes no buscaban restablecer el orden ecológico o añadir un paquidermo a su colección de especies cinegéticas. Se movían atraídos por el marfil, el oro blanco que colgaba de los descomunales cráneos de viejos machos. Sánchez-Ariño siguió la llamada Senda del Marfil. “Actualmente podemos decir que ese África legendaria de los grandes safaris, las interminables manadas de elefantes y los cazadores profesionales blancos no regresará jamás”, dice durante unos días de reposo en Valencia, entre safari y safari. Al hablar del pasado le brillan los ojos. Para algunos fueron días de gloria, en los que aún quedaban lugares por explorar, fortunas por conquistar y grandes fieras a las que disparar. Para otros fueron tiempos de esclavitud, de rapiña y de exterminio. Un periodo histórico situado a finales del siglo XIX y mediados del XX que marcó el momento más importante para la caza y la aventura en África.
El pasado mes de julio, Sánchez-Ariño cumplió 53 años como cazador profesional. En el momento en que se publique este reportaje se encontrará en Tanzania, siguiendo las huellas de algún gran elefante. Es el último cazador blanco en activo. El único español que ha pertenecido a la histórica Asociación de Cazadores Profesionales de África Oriental, socio fundador y vitalicio de la Asociación de Cazadores Profesionales Africanos (APHA). Jamás ha cazado de forma furtiva, jamás ha sufrido un accidente de caza, jamás ha confiado su suerte a pequeñas escopetas... En el campo de batalla le acompañan un 416 Rigby, un 500 Jeffery Mauser, un 505 Gibbs o un Express 475, cañones en forma de rifle capaces de tumbar a un animal con el tamaño de un camión y la fuerza de un tanque. Estas armas, algunas con más de 80 años de vida, son piezas artesanales que se mantienen en perfecto estado de revista. El cazador profesional viaja sólo con una de ellas, cargada con munición capaz de derribar un coloso de cuatro toneladas de peso.
“Pero cuidado, porque yo no mato elefantes; yo los cazo”, dice. “Son dos cosas muy diferentes. Hay que dar al animal su oportunidad... Los profesionales de la caza en África siempre hemos querido ser gentleman hunters, auténticos deportistas. Pero eso se ha perdido para siempre...”. Sánchez-Ariño nació para cazar elefantes. Hijo de un famoso cirujano valenciano, sintió desde muy niño la llamada de África. Y lo hizo por pura intuición, puesto que no tuvo ni familiares ni amigos cazadores o viajeros. “Nadie de mi familia ha tenido jamás un arma en las manos”, asegura, aunque reconoce que ha llevado a sus tres hijos de safari. “Pero no se han interesado nada. Lo mío debe de ser un atavismo. Mis padres me contaban que con dos o tres años yo sólo hablaba de salvajes con lanzas y leones, y que jugaba con una escopeta de tapón de corcho matando moscas en los cristales de las ventanas. Pero para mí no eran moscas, eran elefantes...”.
Siguiendo la tradición paterna estudió Medicina, pero sin interesarle lo más mínimo. Su cabeza estaba en África, lugar al que viajó por primera vez en 1952. En la entonces llamada Guinea Española cobró sus dos primeras piezas: un par de gorilas que saqueaban las plantaciones y atemorizaban a los nativos. El primer elefante cayó poco después, justo en la frontera con Camerún. Era el comienzo de una de las carreras cinegéticas más importantes de todos los tiempos.
“¡Sólo vive de veras quien jamás se detiene!”. La frase, colgada entre cuernos de kudu y pieles de leopardo en una de las paredes de su despacho-biblioteca, define a la perfección un modo de vida basado en la acción. “Ortega y Gasset, en su prólogo al libro Veinte años de caza mayor, del Conde de Yebes, decía que para que la caza fuese caza debía conservar dos factores imprescindibles: la dificultad y la inseguridad. Actualmente se ha perdido ese espíritu, y la caza no es caza, es una farsa, es plástico cinegético”. Palabra de un hombre que se ha enfrentado a los cinco grandes (elefante, león, búfalo, leopardo y rinoceronte) y vive para contarlo.
En su libro más reciente, Cazadores de elefantes. Hombres de leyenda (Editorial Nyala), Sánchez-Ariño recuerda cómo un cazador británico llamado William A. Pickering no pudo detener el ataque de un elefante con su 577 Nitro. “El animal lo derribó, le puso una pata encima y, enroscándole la cabeza con la trompa, tiró hacia arriba, arrancándole la cabeza de cuajo, como si descorchara una botella. Luego la tiró entre la maleza –donde su equipo de nativos la encontró más tarde intacta–, dedicándose a pisotear el cuerpo de Pickering hasta que éste se convirtió en una pulpa irreconocible, formando un amasijo horrible de restos humanos mezclados con tierra, hojas y hierba”.
(continúa... :asco:)