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margaly
17-ago-2007, 09:47
(Buen articulo)

ÁLVARO RODRÍGUEZ MARTÍNEZ

Ecologistas


En mis tiempos de estudiante, había un cura en los Maristas que nos prevenía contra el movimiento ecologista emergente. Según él, eran cuatro porretas amparados por Felipe González y otros líderes mundiales de su calaña. Pero aun fumados, eran peligrosos, porque se parecían a los tomates: empezaban verdes y terminaban rojos. El que esto escribe ya simpatizaba con aquellos valientes que denunciaban la extinción de los linces, se daban de leches con los balleneros y denunciaban la porquería reinante en nuestro entorno. Pero aquellos discursos del padre Ángel terminaron por afianzar mi adhesión; gracias a la psicología inversa, los ecologistas se convirtieron en mis héroes.
Y así he seguido todos estos años, declarándome verde cada vez que asisto a una nueva tropelía ambiental, o a una nueva barbarie dirigida contra el reino animal. Pero últimamente noto que mi fe flaquea. Y no porque los ecologistas hayan cumplido ya la profética transición del tomate, que mira tú, sino porque detecto ciertas incoherencias en su discurso, ciertas contradicciones no sé si marxistas o hegelianas que le restan verosimilitud al mensaje. No cabe duda de que esta gente sigue siendo necesaria, imprescindible diría yo. Con la de mierda (en sentido literal) que nos ha caído encima, no sé en qué mundo viviríamos ahora de no ser por sus desvelos y por su contumacia. Pero hay algo que no cuadra. Salvo los amish y algunos hippies de los fetén, todavía no he conocido a nadie que desprecie las comodidades del hogar moderno: televisiones, ordenadores, vitrocerámicas, frigoríficos, microondas, aires acondicionados… La lista es kilométrica. Todo eso necesita electricidad, y la electricidad hay que producirla. Y para producirla, forzosamente, hay que hacer heridas en la madre naturaleza. A ser posible las que menos duelan, las que antes se curen, pero alguna. Y ahí es donde patinan los ecologistas de vida cómoda, los que no han renunciado a todo para irse a vivir al idílico campo del siglo XIX. Todas las fuentes de energía les incomodan: las centrales térmicas emiten CO2; las centrales hidroeléctricas requieren embalses; los molinos eólicos afean el paisaje; los paneles solares cuestan un huevo… Y las centrales nucleares ya ni te cuento. Yo entonces me pregunto cómo, y de dónde, vamos a sacar para mantener nuestros vicios.

Pasados ya los ardores contestatarios de la juventud, me inclino decididamente por la energía nuclear. A ser posible lejos de mi casa, claro, que también tengo yo derecho a las contradicciones. Hay países más civilizados que el nuestro, como Francia y Finlandia, que ya se han lanzado a la construcción de nuevos reactores. Aquí todavía no. Los socialistas, en un guiño lanzado al electorado rojiverde, pasan olímpicamente del átomo. Pero Kioto está ahí, y los años pasan, y de momento todo son parches. Algún día habrá que atajar el problema de raíz: o construimos nuevas centrales nucleares, o los sábados nos quedamos sin fútbol en la tele. Y sin la cerveza fresquita. ¿Qué elegirán entonces mis -a pesar de todo- amigos ecologistas?

http://www.elmundo-lacronica.com/cronicadeleon/articulo_03a_opinion.asp?idart=3539453&idcat=4029