Awen
23-jul-2007, 15:43
Podeis encontrarla aqui http://www.muyinteresante.es/index.php?option=com_content&task=view&id=381&Itemid=35
De todas formas, la pego. Es bastante interesante.
Biólogo, especialista en evolución y autor del libro “Contra Natura”
“La naturaleza es cruel, violenta y manipuladora hasta límites increíbles”
Investigador y profesor de biología evolutiva en la Universidad barcelonesa Pompeu Fabra, Arcadi Navarro publica Contra Natura, obra finalista del Premio Europeo de Divulgación Científica Estudio General. Revisa en su ensayo las ideas y prejuicios sobre el universo viviente, desmonta la imagen de una madre naturaleza sabia y protectora, y presenta un mundo de seres de dudosa bondad que sólo cooperan por egoísmo.
Hay ciertas ideas aceptadas que pocas veces suelen cuestionarse, ¿pero y si usted descubriera que su madre no es esa persona bondadosa que le protege de todo mal, que su mascota mata por placer a otros animales, que su compañero de trabajo no le ayuda por altruismo sino para triunfar? Estas son las incómodas verdades que expone Arcadi Navarro en su libro Contra Natura (Bromera, UPV).
Hace quince años, este miembro de la Institució Catalana de Recerca i Estudis Avançats (ICREA) se dio cuenta de que las opiniones y apriorismos ideológicos de nuestra sociedad sobre el mundo natural distan mucho de ser realistas. Percibimos la naturaleza como una madre que procura a sus hijos un entorno estable, pacífico y limpio, donde todos los seres vivos del planeta pueden prosperar con libertad. Y todo esto, según Arcadi Navarro, no son más que falsedades.
–Algunas hormigas se quedan quietas sobre una brizna de hierba y, si el viento las tira, vuelven a subir hasta que un pájaro las engulle. Y hay ratas que se lanzan sobre sus depredadores y mueren. ¿Tendencias suicidas?
–Sí, producidas por parásitos que las infectan y luego necesitan pasar al sistema digestivo de otros animales para reproducirse, por lo que manejan el cerebro de sus víctimas para convertirlas en presas fáciles. La naturaleza es cruel, violenta y manipuladora hasta límites increíbles.
–¿Pero no era una madre protectora, sabia y armoniosa? Su afirmación contradice la mayoría de las creencias de nuestro ideario básico sobre la naturaleza.
–Es triste, pero cierto. A mí también me gustaría vivir en un mundo armonioso con una naturaleza sabia. Pero no es así, lo que tampoco la convierte en un ogro malo o una bruja con verrugas. Las cosas son como son, más complicadas de lo que pensamos. Si queremos entender el mundo para integrarnos bien en él tenemos que desmontar nuestros mitos y demostrar cómo funciona. En el fondo, la ciencia es la historia de la humanidad contra sus prejuicios. Y la lucha sigue, porque la única herramienta para progresar es la combinación de razón y evidencia.
–Y es por eso por lo que usted, harto de mitos y leyendas sobre la naturaleza, ha decidido escribir Contra Natura, donde nos pasa revista a algunos de nuestros prejuicios más arraigados.
–¡Es el fruto de quince años de irritación sostenida! Circula una serie de tópicos políticamente correctos que hacen que suene horrible negar a la naturaleza como una madre protectora y bondadosa. Incluso científicos consagrados de otros ámbitos defienden esta visión que, simplemente, no se sostiene por ningún lado. Mantener creencias falsas hace que la gente no esté bien preparada para interactuar con la realidad y entenderla. Generan impotencia personal y colectiva. Por otro lado, el hecho de que estas ideas estén tan arraigadas en la cultura dominante es un tapón para la investigación.
–Entonces, los humanos vivimos engañados en un mundo edulcorado que nosotros mismos hemos inventado.
–Las explicaciones religiosas del mundo y los mitos, en general, se han abordado durante mucho tiempo desde un punto de vista histórico y antropológico. Pero desde hace poco ya se empiezan a contemplar como lo que son, fenómenos biológicos particulares de una especie, el ser humano, que se pueden estudiar, como se hace con otros rasgos, desde un punto de vista neurológico y evolutivo. Los humanos necesitamos explicar el mundo. Nuestra especie, al fin y al cabo, ha triunfado gracias a que somos máquinas de entender, encontrar correlaciones y averiguar relaciones causa-efecto. Estos mecanismos acaban saliéndose de madre y hacen que atribuyamos a la naturaleza cierta intencionalidad, ganas de hacer daño o hacer el bien. Hemos adoptado la idea de la naturaleza como un refugio al que tenemos que volver, en oposición a las prácticas humanas que consideramos más horribles.
–¿Qué mentiras nos contamos sobre la naturaleza?
–Por ejemplo, que se recicla y se comporta de manera sostenible. O que el ser humano es el único animal que mata por placer. Rotundamente no. En muchas especies de primates, como los gorilas, cuando llega un nuevo macho dominante al grupo lo primero que hace es cometer un infanticidio sistemático que haría palidecer a Herodes.
–En su libro acusa a la naturaleza de ser una “ludópata malgastadora”. ¿Por qué?
–A pesar de que hay entidades biológicas especializadas en el ahorro, también hay un despilfarro increíble. Es fascinante comparar cómo camina un coyote y cómo lo hace un perro bien alimentado que sale a pasear con su amo. La mascota no tiene por qué reparar en gastos, salta, va y viene. En cambio, el coyote camina en línea recta, pone las patas una delante de otra con precisión para minimizar el consumo de energía. También se dan casos de un gasto suntuario totalmente innecesario para hacer reclamos sexuales, como en los pavos reales. El macho tiene una cola inmensa que sólo le sirve para atraer a las hembras y le puede suponer un problema al huir de un depredador. En muchos aspectos, la naturaleza se comporta como un partido político en campaña electoral. En el Amazonas, por ejemplo, los árboles compiten en altura por el sol. Han empleado cantidades enormes de energía para ser altísimos y, no obstante, todos tienen la misma cantidad de luz que tendrían si fueran más bajos. Lo mismo ocurre cuando los partidos cuentan a sus electores que intentarán hacer un gasto electoral moderado, pero lo cierto es que invierten todo lo que pueden para acabar teniendo exactamente el mismo nivel de atención que hubieran tenido con menos despilfarro. En este sentido, la naturaleza es incluso más derrochadora que los humanos.
–¿Instinto de supervivencia?
–Este instinto toma formas muy diferentes, desde la competición salvaje hasta el altruismo más sacrificado. Como en la guerra, en la naturaleza puedes tener enemigos y aliados. La cooperación se da como una estrategia para triunfar que produce recompensas, aunque tiene un coste: hay que hacer sacrificios. Todos somos el producto de la colaboración entre muchas células que se han puesto de acuerdo con un objetivo común –construir una persona– y han delegado la reproducción, que es la necesidad primaria de todo ser vivo, en unas cuantas células privilegiadas. Cooperan unos genes con otros, unas células con otras, unas especies con otras y unos individuos con otros.
–¿No se producen rebeliones?
–¡Claro! Continuamente. Y se crean estructuras especializadas en la vigilancia de los que no cooperan. Hay células que se rebelan, se dividen y producen cáncer. En las colmenas de abejas, algunas obreras intentan poner huevos al margen de la reina. Por eso hay patrullas que recorren el panal, como si fueran miembros de una policía política, y detectan y se comen los huevos de las rebeldes. La reina también tiene un papel opresor: segrega feromonas que impiden que los ovarios de las obreras funcionen, aunque en una colonia de 30.000 abejas puede haber tres o cuatro transgresoras. En nuestra sociedad también hay individuos que se especializan en castigar a los no cooperadores, como los policías y los jueces. Y en este sentido, los genes tienen mucho que ver, más de lo que pensábamos.
–O sea, que la genética influye y determina nuestro comportamiento.
–La historia evolutiva de cada especie aparece plasmada en su patrimonio genético, que determina que ciertas conductas sean en cierto sentido heredadas. Hay organismos que realizan tareas para cuyo aprendizaje el ser humano necesitaría cursos y cursos. Por ejemplo, los castores levantan complejas presas de forma casi refleja. En cambio, para nosotros resulta más adaptativo transmitir culturalmente muchas de las cosas que algunos animales heredan de sus padres. Nuestra biología nos abre a la cultura y nos aleja del determinismo. Nuestro éxito como especie está en la plasticidad, en los mecanismos que nos permiten recibir conocimientos y transmitirlos culturalmente. La genética nos da la capacidad del lenguaje, pero para desarrollarlo debemos aprender a hablar de niños. Y el conflicto es el motor que nos hace dar un paso más.
–Eso no es políticamente muy correcto.
–Pero es así. El conflicto es la principal fuerza creadora de la diversidad del mundo vivo. Sin él no habría competencia por maximizar la reproducción en cada generación y no existiría tanta diversidad de especies. La evolución no se produce por la fuerza ciega de las mutaciones en los organismos, sino porque algunas son beneficiosas, conducen a una mayor reproducción y por eso se asimilan. Otras, en cambio, son problemáticas, generan poca adaptación y, por lo tanto, son eliminadas. De hecho, los grandes avances científicos se han producido en contextos de conflictos bélicos, como el auge de la aviación en la I Guerra Mundial o la revolución atómica durante la II Guerra Mundial. El conflicto es constante, permanente e inherente a la vida, aunque permanezca escondido. Es la fuerza que desde hace 3.500 millones de años configura la vida en la Tierra, la causa última de la colosal diversidad y de la sobrecogedora belleza del mundo vivo que habitamos.
De todas formas, la pego. Es bastante interesante.
Biólogo, especialista en evolución y autor del libro “Contra Natura”
“La naturaleza es cruel, violenta y manipuladora hasta límites increíbles”
Investigador y profesor de biología evolutiva en la Universidad barcelonesa Pompeu Fabra, Arcadi Navarro publica Contra Natura, obra finalista del Premio Europeo de Divulgación Científica Estudio General. Revisa en su ensayo las ideas y prejuicios sobre el universo viviente, desmonta la imagen de una madre naturaleza sabia y protectora, y presenta un mundo de seres de dudosa bondad que sólo cooperan por egoísmo.
Hay ciertas ideas aceptadas que pocas veces suelen cuestionarse, ¿pero y si usted descubriera que su madre no es esa persona bondadosa que le protege de todo mal, que su mascota mata por placer a otros animales, que su compañero de trabajo no le ayuda por altruismo sino para triunfar? Estas son las incómodas verdades que expone Arcadi Navarro en su libro Contra Natura (Bromera, UPV).
Hace quince años, este miembro de la Institució Catalana de Recerca i Estudis Avançats (ICREA) se dio cuenta de que las opiniones y apriorismos ideológicos de nuestra sociedad sobre el mundo natural distan mucho de ser realistas. Percibimos la naturaleza como una madre que procura a sus hijos un entorno estable, pacífico y limpio, donde todos los seres vivos del planeta pueden prosperar con libertad. Y todo esto, según Arcadi Navarro, no son más que falsedades.
–Algunas hormigas se quedan quietas sobre una brizna de hierba y, si el viento las tira, vuelven a subir hasta que un pájaro las engulle. Y hay ratas que se lanzan sobre sus depredadores y mueren. ¿Tendencias suicidas?
–Sí, producidas por parásitos que las infectan y luego necesitan pasar al sistema digestivo de otros animales para reproducirse, por lo que manejan el cerebro de sus víctimas para convertirlas en presas fáciles. La naturaleza es cruel, violenta y manipuladora hasta límites increíbles.
–¿Pero no era una madre protectora, sabia y armoniosa? Su afirmación contradice la mayoría de las creencias de nuestro ideario básico sobre la naturaleza.
–Es triste, pero cierto. A mí también me gustaría vivir en un mundo armonioso con una naturaleza sabia. Pero no es así, lo que tampoco la convierte en un ogro malo o una bruja con verrugas. Las cosas son como son, más complicadas de lo que pensamos. Si queremos entender el mundo para integrarnos bien en él tenemos que desmontar nuestros mitos y demostrar cómo funciona. En el fondo, la ciencia es la historia de la humanidad contra sus prejuicios. Y la lucha sigue, porque la única herramienta para progresar es la combinación de razón y evidencia.
–Y es por eso por lo que usted, harto de mitos y leyendas sobre la naturaleza, ha decidido escribir Contra Natura, donde nos pasa revista a algunos de nuestros prejuicios más arraigados.
–¡Es el fruto de quince años de irritación sostenida! Circula una serie de tópicos políticamente correctos que hacen que suene horrible negar a la naturaleza como una madre protectora y bondadosa. Incluso científicos consagrados de otros ámbitos defienden esta visión que, simplemente, no se sostiene por ningún lado. Mantener creencias falsas hace que la gente no esté bien preparada para interactuar con la realidad y entenderla. Generan impotencia personal y colectiva. Por otro lado, el hecho de que estas ideas estén tan arraigadas en la cultura dominante es un tapón para la investigación.
–Entonces, los humanos vivimos engañados en un mundo edulcorado que nosotros mismos hemos inventado.
–Las explicaciones religiosas del mundo y los mitos, en general, se han abordado durante mucho tiempo desde un punto de vista histórico y antropológico. Pero desde hace poco ya se empiezan a contemplar como lo que son, fenómenos biológicos particulares de una especie, el ser humano, que se pueden estudiar, como se hace con otros rasgos, desde un punto de vista neurológico y evolutivo. Los humanos necesitamos explicar el mundo. Nuestra especie, al fin y al cabo, ha triunfado gracias a que somos máquinas de entender, encontrar correlaciones y averiguar relaciones causa-efecto. Estos mecanismos acaban saliéndose de madre y hacen que atribuyamos a la naturaleza cierta intencionalidad, ganas de hacer daño o hacer el bien. Hemos adoptado la idea de la naturaleza como un refugio al que tenemos que volver, en oposición a las prácticas humanas que consideramos más horribles.
–¿Qué mentiras nos contamos sobre la naturaleza?
–Por ejemplo, que se recicla y se comporta de manera sostenible. O que el ser humano es el único animal que mata por placer. Rotundamente no. En muchas especies de primates, como los gorilas, cuando llega un nuevo macho dominante al grupo lo primero que hace es cometer un infanticidio sistemático que haría palidecer a Herodes.
–En su libro acusa a la naturaleza de ser una “ludópata malgastadora”. ¿Por qué?
–A pesar de que hay entidades biológicas especializadas en el ahorro, también hay un despilfarro increíble. Es fascinante comparar cómo camina un coyote y cómo lo hace un perro bien alimentado que sale a pasear con su amo. La mascota no tiene por qué reparar en gastos, salta, va y viene. En cambio, el coyote camina en línea recta, pone las patas una delante de otra con precisión para minimizar el consumo de energía. También se dan casos de un gasto suntuario totalmente innecesario para hacer reclamos sexuales, como en los pavos reales. El macho tiene una cola inmensa que sólo le sirve para atraer a las hembras y le puede suponer un problema al huir de un depredador. En muchos aspectos, la naturaleza se comporta como un partido político en campaña electoral. En el Amazonas, por ejemplo, los árboles compiten en altura por el sol. Han empleado cantidades enormes de energía para ser altísimos y, no obstante, todos tienen la misma cantidad de luz que tendrían si fueran más bajos. Lo mismo ocurre cuando los partidos cuentan a sus electores que intentarán hacer un gasto electoral moderado, pero lo cierto es que invierten todo lo que pueden para acabar teniendo exactamente el mismo nivel de atención que hubieran tenido con menos despilfarro. En este sentido, la naturaleza es incluso más derrochadora que los humanos.
–¿Instinto de supervivencia?
–Este instinto toma formas muy diferentes, desde la competición salvaje hasta el altruismo más sacrificado. Como en la guerra, en la naturaleza puedes tener enemigos y aliados. La cooperación se da como una estrategia para triunfar que produce recompensas, aunque tiene un coste: hay que hacer sacrificios. Todos somos el producto de la colaboración entre muchas células que se han puesto de acuerdo con un objetivo común –construir una persona– y han delegado la reproducción, que es la necesidad primaria de todo ser vivo, en unas cuantas células privilegiadas. Cooperan unos genes con otros, unas células con otras, unas especies con otras y unos individuos con otros.
–¿No se producen rebeliones?
–¡Claro! Continuamente. Y se crean estructuras especializadas en la vigilancia de los que no cooperan. Hay células que se rebelan, se dividen y producen cáncer. En las colmenas de abejas, algunas obreras intentan poner huevos al margen de la reina. Por eso hay patrullas que recorren el panal, como si fueran miembros de una policía política, y detectan y se comen los huevos de las rebeldes. La reina también tiene un papel opresor: segrega feromonas que impiden que los ovarios de las obreras funcionen, aunque en una colonia de 30.000 abejas puede haber tres o cuatro transgresoras. En nuestra sociedad también hay individuos que se especializan en castigar a los no cooperadores, como los policías y los jueces. Y en este sentido, los genes tienen mucho que ver, más de lo que pensábamos.
–O sea, que la genética influye y determina nuestro comportamiento.
–La historia evolutiva de cada especie aparece plasmada en su patrimonio genético, que determina que ciertas conductas sean en cierto sentido heredadas. Hay organismos que realizan tareas para cuyo aprendizaje el ser humano necesitaría cursos y cursos. Por ejemplo, los castores levantan complejas presas de forma casi refleja. En cambio, para nosotros resulta más adaptativo transmitir culturalmente muchas de las cosas que algunos animales heredan de sus padres. Nuestra biología nos abre a la cultura y nos aleja del determinismo. Nuestro éxito como especie está en la plasticidad, en los mecanismos que nos permiten recibir conocimientos y transmitirlos culturalmente. La genética nos da la capacidad del lenguaje, pero para desarrollarlo debemos aprender a hablar de niños. Y el conflicto es el motor que nos hace dar un paso más.
–Eso no es políticamente muy correcto.
–Pero es así. El conflicto es la principal fuerza creadora de la diversidad del mundo vivo. Sin él no habría competencia por maximizar la reproducción en cada generación y no existiría tanta diversidad de especies. La evolución no se produce por la fuerza ciega de las mutaciones en los organismos, sino porque algunas son beneficiosas, conducen a una mayor reproducción y por eso se asimilan. Otras, en cambio, son problemáticas, generan poca adaptación y, por lo tanto, son eliminadas. De hecho, los grandes avances científicos se han producido en contextos de conflictos bélicos, como el auge de la aviación en la I Guerra Mundial o la revolución atómica durante la II Guerra Mundial. El conflicto es constante, permanente e inherente a la vida, aunque permanezca escondido. Es la fuerza que desde hace 3.500 millones de años configura la vida en la Tierra, la causa última de la colosal diversidad y de la sobrecogedora belleza del mundo vivo que habitamos.