veggiepride
08-jun-2010, 12:08
Los derechos de los animales y el progreso moral: la lucha por la evolución humana
Steven Best
Bestcyrano
Traducido para Rebelión por Anahí Seri
Steven Best se doctoró por la Universidad de Tejas, donde ocupó durante varios años la cátedra del Departamento de Filosofía. Ha publicado 10 libros y numerosos ensayos. Sus intereses académicos giran en torno a la filosofía continental, el postmodernismo y la filosofía del medio ambiente. Defiende la filosofía aplicada y el ideal del "intelectual público". Es cofundador del "Institute for Critical Animal Studies"; como activista, se centra en la defensa de los derechos de los animales. Apoya la democracia directa desde el consejo editorial de Inclusive Democracy http://www.inclusivedemocracy.org/. Su sitio web es http://www.drstevebest.org/index.htm
Vivimos en tiempos tenebrosos e inquietantes; somos testigos de guerras, genocidio, terrorismo, capitalismo global depredador, militarismo desenfrenado, vigilancia y represión gubernamental es sin precedentes, una falaz "guerra contra el terror" que provoca ataques contra los disidentes, así como una crisis ecológica que se manifiesta a través de la extinción de las especies, la destrucción de las selvas tropicales, y el calentamiento global. Los científicos advierten que nos encontramos en un punto de inflexión, al borde de un colapso ecológico global, y a muchos les horroriza la velocidad a la que se están produciendo cambios catastróficos como el deshielo de los casquetes polares o la transformación del bosque en sabana.
Es un momento difícil para plantear el concepto de progreso. De hecho, ¿quién piensa que el mañana será mejor que el presente? ¿Que nuestros hijos heredarán un futuro más prometedor? ¿Que los trabajos, los sueldos y los planes de jubilación brindarán seguridad, y las casas y la educación seguirán siendo asequibles? ¿Acaso el sueño de la Ilustración (la difusión de la razón, la ciencia, la tecnología y los mercados traería autonomía, paz y prosperidad para todos) no murió en la mesa de matadero del siglo XX, en ese macabro ayer marcado por las cicatrices de las guerras mundiales, el fascismo, el totalitarismo, la derrota de la clase trabajadora, los medios de comunicación de masas y el control de las mentes, Nagasaki y Hiroshima (los mayores actos terroristas de la historia), y la proliferación nuclear? Y ahora, ahora ya, apenas cruzado el umbral, el siglo XXI no repudia, sino que continúa e intensifica la demencia de las masas, perpetuada por peligrosos demagogos y por el Moloch del neoliberalismo y el capitalismo global.
Parodiando una frase célebre, cuando oigo la palabra "progreso", saco la pistola. Y es que en el peor de los casos, el "progreso" es una coartada para la codicia, la explotación, el genocidio, y el aplastamiento de los pueblos, los animales, la biodiversidad y la ecología por parte de las ruedas titánicas de la máquina militar y empresarial. En el mejor de los casos, el "progreso" es una burla cruel en unos tiempos en los que amenaza una regresión que lleva a millones de personas a aferrarse a la mera supervivencia.
Los intereses particulares que se ocultan tras los valores universales, los horrores y los pogromos que se perpetuaron en nombre del progreso social, pueden llevar a los teóricos a desenmarañar, deconstruir, desmantelar y destruir la noción de "progreso" como una de las muchas ficciones universales, de las muchas mentiras del sistema (como el "libre mercado" y la "democracia liberal") que florece alimentada por el poder y se devora a sí misma en los niveles insostenibles de crecimiento de la producción, la población y el consumo.
Pero sería un error; como voy a demostrar, el concepto de "progreso" tiene un potencial subversivo y un valor crítico; se puede y se debe rediseñarlo y redefinirlo, para que podamos de verdad forjar un mundo mejor que éste. Pero este nuevo concepto de progreso, insisto, debe dar un salto cuántico y dejar atrás las trilladas visiones humanistas de paz, seguridad y democracia.
Una breve genealogía del "progreso"
La noción de progreso (la idea de que la historia avanza en una dirección definida y deseable que proporciona una continua mejora para la vida humana) se ha llegado a afianzar de tal modo en las ideologías modernas que es fácil olvidar que se trata de un invento relativamente moderno de la cultura occidental. La creencia en el progreso es casi una religión, pues la gente se sigue aferrando a ella a pesar de las horribles tragedias a nivel institucional y los crecientes apuros que se sufren en la vida cotidiana.
El "progreso" supuso una ruptura con el pensamiento premoderno, no occidental. Rompió con el modelo pesimista, cíclico, de la Antigüedad, en el que el tiempo se veía como repetitivo en vez de innovador, como un eterno retorno en vez de un suceso único. De acuerdo con la visión de la Antigüedad, la historia se desarrollaba a través del ascenso y la caída de las civilizaciones, unos ciclos de caos y orden que se repetían infinitamente, ciclos de nacimiento y destrucción repitiéndose eternamente, impulsados por una dinámica monótona carente de finalidad, objetivo, significado o dirección. Como queda patente en la metafísica de Platón, muchos antiguos pensadores equipararon el paso del tiempo con la corrupción y la decadencia, denigrando el mundo empírico, que consideraron como mera apariencia y falsedad, mientras buscaban la verdad en las esencias intemporales. La visión del mundo grecorromana era fatalista, determinista y cíclica en vez de optimista, abierta y lineal. Desde Homero a los estoicos romanos, los antiguos se aferraron a la creencia en las Moiras, unas leyes inflexibles del Universo a las que deben someterse los humanos. La antigua cosmología no permitía, ni por supuesto inspiraba, a la gente a concebir una mejora gradual de los asuntos humanos, ni a aspirar a un futuro mejor que el presente y el pasado.
Las raíces del progresivismo occidental se hallan en la tradición judeocristiana. La enigmática y portentosa creencia en que la historia tenía un significado, que estaba impregnada de un propósito, y que avanzaba de forma continua desde el pecado de la carne hasta la salvación del espíritu (para los rebaños fieles) supuso una clara ruptura con la visión pesimista de la historia en cuanto bucle repetitivo. Y sin embargo, la emergencia de la historia progresivista no sólo necesitaba una narrativa lineal de un cambio que aportaba mejoras, sino también avances concretos en las ciencias, las artes, la medicina y la tecnología, que dieron lugar a claros avances en la vida social e inspiraron el optimismo y la esperanza de un crecimiento sin límites. La visión progresivista de la historia requiere una visión positiva del cambio, un rechazo de un Universo inalterable hostil al ser humano, una renuncia a una naturaleza humana fija, una afirmación del ingenio humano, y una creencia optimista de que los humanos pueden, a lo largo del tiempo, mejorar sus sociedades y mejorarse a sí mismos gradualmente.
Del siglo XVI al XIX (a través del Renacimiento, la ciencia moderna, la Ilustración, las revoluciones francesa y americana, el capitalismo y la revolución industrial) tomaron forma estas condiciones. Comenzando en el siglo XVIII, los teóricos inspirados por la Ilustración definieron el progreso como unos avances en la educación, la razón, la crítica, la libertad, el individualismo y la felicidad. Pensaban que el progreso emergería a través de los logros imparables de la ciencia y una actividad cada vez más ilustrada por parte de los gobiernos. Si bien había escépticos, se generó un consenso cada vez mayor en el sentido de que se podían discernir las leyes de la historia, de que los sucesos modernos estaban logrando un progreso que garantizaba su difusión por todo el globo, y que la naturaleza y la sociedad humanas eran perfectibles y de hecho se perfeccionarían. Embriagados por la promesa de la razón, la ciencia y la tecnología, predicando un nuevo evangelio del Progreso, los pensadores de la Ilustración creían que las leyes de la historia conducían inevitablemente hacia una sociedad global gobernada por la razón, donde toda la humanidad sería feliz y libre.
Los modernos conceptos del progreso tomaron nota, con razón, de los avances de la ciencia, tecnología, medicina y libertad, pero pasaron por alto los horrores que comenzaban a aflorar: colonialismo, esclavitud, genocidio, y la transformación de inmensas poblaciones en ejércitos masivos de esclavos a sueldo. Las ideologías modernas y las luchas políticas derrocaron los dogmas religiosos, la superstición y las jerarquías tiránicas de la monarquía y la Iglesia. Pero al mismo tiempo, la modernidad simplemente sustituyó un sistema dogmático, el cristianismo, por otro: la ciencia y la tecnología. El teísmo no murió sino que se transformó en el humanismo, de modo que la humanidad se tornó divinidad y se apoderó de los titulos de propiedad de la tierra de Dios. Por supuesto, al igual que el capitalismo no abolió la jerarquía social, la ciencia moderna no acabó con el antropocentrismo, y de hecho apoyó el proyecto de dominar la naturaleza mediante la aceleración del conocimiento y la destreza tecnológica.
Steven Best
Bestcyrano
Traducido para Rebelión por Anahí Seri
Steven Best se doctoró por la Universidad de Tejas, donde ocupó durante varios años la cátedra del Departamento de Filosofía. Ha publicado 10 libros y numerosos ensayos. Sus intereses académicos giran en torno a la filosofía continental, el postmodernismo y la filosofía del medio ambiente. Defiende la filosofía aplicada y el ideal del "intelectual público". Es cofundador del "Institute for Critical Animal Studies"; como activista, se centra en la defensa de los derechos de los animales. Apoya la democracia directa desde el consejo editorial de Inclusive Democracy http://www.inclusivedemocracy.org/. Su sitio web es http://www.drstevebest.org/index.htm
Vivimos en tiempos tenebrosos e inquietantes; somos testigos de guerras, genocidio, terrorismo, capitalismo global depredador, militarismo desenfrenado, vigilancia y represión gubernamental es sin precedentes, una falaz "guerra contra el terror" que provoca ataques contra los disidentes, así como una crisis ecológica que se manifiesta a través de la extinción de las especies, la destrucción de las selvas tropicales, y el calentamiento global. Los científicos advierten que nos encontramos en un punto de inflexión, al borde de un colapso ecológico global, y a muchos les horroriza la velocidad a la que se están produciendo cambios catastróficos como el deshielo de los casquetes polares o la transformación del bosque en sabana.
Es un momento difícil para plantear el concepto de progreso. De hecho, ¿quién piensa que el mañana será mejor que el presente? ¿Que nuestros hijos heredarán un futuro más prometedor? ¿Que los trabajos, los sueldos y los planes de jubilación brindarán seguridad, y las casas y la educación seguirán siendo asequibles? ¿Acaso el sueño de la Ilustración (la difusión de la razón, la ciencia, la tecnología y los mercados traería autonomía, paz y prosperidad para todos) no murió en la mesa de matadero del siglo XX, en ese macabro ayer marcado por las cicatrices de las guerras mundiales, el fascismo, el totalitarismo, la derrota de la clase trabajadora, los medios de comunicación de masas y el control de las mentes, Nagasaki y Hiroshima (los mayores actos terroristas de la historia), y la proliferación nuclear? Y ahora, ahora ya, apenas cruzado el umbral, el siglo XXI no repudia, sino que continúa e intensifica la demencia de las masas, perpetuada por peligrosos demagogos y por el Moloch del neoliberalismo y el capitalismo global.
Parodiando una frase célebre, cuando oigo la palabra "progreso", saco la pistola. Y es que en el peor de los casos, el "progreso" es una coartada para la codicia, la explotación, el genocidio, y el aplastamiento de los pueblos, los animales, la biodiversidad y la ecología por parte de las ruedas titánicas de la máquina militar y empresarial. En el mejor de los casos, el "progreso" es una burla cruel en unos tiempos en los que amenaza una regresión que lleva a millones de personas a aferrarse a la mera supervivencia.
Los intereses particulares que se ocultan tras los valores universales, los horrores y los pogromos que se perpetuaron en nombre del progreso social, pueden llevar a los teóricos a desenmarañar, deconstruir, desmantelar y destruir la noción de "progreso" como una de las muchas ficciones universales, de las muchas mentiras del sistema (como el "libre mercado" y la "democracia liberal") que florece alimentada por el poder y se devora a sí misma en los niveles insostenibles de crecimiento de la producción, la población y el consumo.
Pero sería un error; como voy a demostrar, el concepto de "progreso" tiene un potencial subversivo y un valor crítico; se puede y se debe rediseñarlo y redefinirlo, para que podamos de verdad forjar un mundo mejor que éste. Pero este nuevo concepto de progreso, insisto, debe dar un salto cuántico y dejar atrás las trilladas visiones humanistas de paz, seguridad y democracia.
Una breve genealogía del "progreso"
La noción de progreso (la idea de que la historia avanza en una dirección definida y deseable que proporciona una continua mejora para la vida humana) se ha llegado a afianzar de tal modo en las ideologías modernas que es fácil olvidar que se trata de un invento relativamente moderno de la cultura occidental. La creencia en el progreso es casi una religión, pues la gente se sigue aferrando a ella a pesar de las horribles tragedias a nivel institucional y los crecientes apuros que se sufren en la vida cotidiana.
El "progreso" supuso una ruptura con el pensamiento premoderno, no occidental. Rompió con el modelo pesimista, cíclico, de la Antigüedad, en el que el tiempo se veía como repetitivo en vez de innovador, como un eterno retorno en vez de un suceso único. De acuerdo con la visión de la Antigüedad, la historia se desarrollaba a través del ascenso y la caída de las civilizaciones, unos ciclos de caos y orden que se repetían infinitamente, ciclos de nacimiento y destrucción repitiéndose eternamente, impulsados por una dinámica monótona carente de finalidad, objetivo, significado o dirección. Como queda patente en la metafísica de Platón, muchos antiguos pensadores equipararon el paso del tiempo con la corrupción y la decadencia, denigrando el mundo empírico, que consideraron como mera apariencia y falsedad, mientras buscaban la verdad en las esencias intemporales. La visión del mundo grecorromana era fatalista, determinista y cíclica en vez de optimista, abierta y lineal. Desde Homero a los estoicos romanos, los antiguos se aferraron a la creencia en las Moiras, unas leyes inflexibles del Universo a las que deben someterse los humanos. La antigua cosmología no permitía, ni por supuesto inspiraba, a la gente a concebir una mejora gradual de los asuntos humanos, ni a aspirar a un futuro mejor que el presente y el pasado.
Las raíces del progresivismo occidental se hallan en la tradición judeocristiana. La enigmática y portentosa creencia en que la historia tenía un significado, que estaba impregnada de un propósito, y que avanzaba de forma continua desde el pecado de la carne hasta la salvación del espíritu (para los rebaños fieles) supuso una clara ruptura con la visión pesimista de la historia en cuanto bucle repetitivo. Y sin embargo, la emergencia de la historia progresivista no sólo necesitaba una narrativa lineal de un cambio que aportaba mejoras, sino también avances concretos en las ciencias, las artes, la medicina y la tecnología, que dieron lugar a claros avances en la vida social e inspiraron el optimismo y la esperanza de un crecimiento sin límites. La visión progresivista de la historia requiere una visión positiva del cambio, un rechazo de un Universo inalterable hostil al ser humano, una renuncia a una naturaleza humana fija, una afirmación del ingenio humano, y una creencia optimista de que los humanos pueden, a lo largo del tiempo, mejorar sus sociedades y mejorarse a sí mismos gradualmente.
Del siglo XVI al XIX (a través del Renacimiento, la ciencia moderna, la Ilustración, las revoluciones francesa y americana, el capitalismo y la revolución industrial) tomaron forma estas condiciones. Comenzando en el siglo XVIII, los teóricos inspirados por la Ilustración definieron el progreso como unos avances en la educación, la razón, la crítica, la libertad, el individualismo y la felicidad. Pensaban que el progreso emergería a través de los logros imparables de la ciencia y una actividad cada vez más ilustrada por parte de los gobiernos. Si bien había escépticos, se generó un consenso cada vez mayor en el sentido de que se podían discernir las leyes de la historia, de que los sucesos modernos estaban logrando un progreso que garantizaba su difusión por todo el globo, y que la naturaleza y la sociedad humanas eran perfectibles y de hecho se perfeccionarían. Embriagados por la promesa de la razón, la ciencia y la tecnología, predicando un nuevo evangelio del Progreso, los pensadores de la Ilustración creían que las leyes de la historia conducían inevitablemente hacia una sociedad global gobernada por la razón, donde toda la humanidad sería feliz y libre.
Los modernos conceptos del progreso tomaron nota, con razón, de los avances de la ciencia, tecnología, medicina y libertad, pero pasaron por alto los horrores que comenzaban a aflorar: colonialismo, esclavitud, genocidio, y la transformación de inmensas poblaciones en ejércitos masivos de esclavos a sueldo. Las ideologías modernas y las luchas políticas derrocaron los dogmas religiosos, la superstición y las jerarquías tiránicas de la monarquía y la Iglesia. Pero al mismo tiempo, la modernidad simplemente sustituyó un sistema dogmático, el cristianismo, por otro: la ciencia y la tecnología. El teísmo no murió sino que se transformó en el humanismo, de modo que la humanidad se tornó divinidad y se apoderó de los titulos de propiedad de la tierra de Dios. Por supuesto, al igual que el capitalismo no abolió la jerarquía social, la ciencia moderna no acabó con el antropocentrismo, y de hecho apoyó el proyecto de dominar la naturaleza mediante la aceleración del conocimiento y la destreza tecnológica.