Ad_Libitum
05-may-2010, 00:12
Bueno, tenía por ahí guardada desde hace varios años la historia del que fue algo así como "mi abuelo postizo". Un hombre que pasó toda la vida aferrado al campo y a lxs perrxs que le acompañaban y que no tardaba en aparecer de la nada siempre que algún animal (humano o no humano) requería de ayuda.
En fin, un hombre que, sin ser vegetariano ni tener ninguna ideología más que la de la superviviencia y el altruísmo más puro, me inculcó la mayoría de los valores que tengo hoy por hoy...
http://esflog.com/backend/1775/117943104986838.jpg
Nunca supe su nombre
Me enseñó que las cigüeñas de jóvenes tienen el pico negro.
Me enseñó a robar comida recien hecha de los supermercados.
Y también a conseguir la recien caducada.
Me enseñó a no dejar nunca de querer aprender.
Era anciano y humilde.
Nadie sabía su nombre
y todxs le llamabamos "El chico"
(nada más apropiado para alguien que,
a sus años, con toda esa vida a sus espaldas...
había sido capaz de conservar la inocencia..)
Vivía entre el campo y un gran monasterio en ruinas
que siempre parecía, y aún parece, a punto de caerse.
Un día nos dejo subir por unas escaleras de manos altísimas y vertiginosas
al que decía era su dormitorio, lleno de trastos, colchones y recuerdos viejos.
Me invitó a que me llevase lo que quisiera, aunque no me atrevi a arrebatarle nada.
Vivía acompañado y seguido siempre de muchos perros a los que quería por encima de todas las cosas.
Tiempo atrás, durante gran parte de mi infancia, cuidó caballos, muchos caballos.
Nosotrxs, lxs enanxs del barrio, ibamos a visitarlos y él nos dejaba y nos ayudaba a subirnos en ellos
(para desgracia y terror de esos pobres animales..)
De vez en cuando también nos presentaba a potrillos nuevos que no duraban mucho por la zona.
Un día vino a enseñarme a dos erizos que se había encontrado.
Los dejó en el suelo y a mi me parecieron dos estropajos grandes porque no se movían.
Fue la primera y ultima vez que vi erizos de cerca... y vivos.
Me contaba mil historias mientras yo trepaba por el tronco de mi higuera para poder ver a los caballos pastar desde lo alto, desde la copa.
Acudíamos a él cada vez que necesitabamos ayuda,
cuando encontrábamos cualquier animal famélico,
cuando veíamos caer palomas heridas de bala.
Y él nos aseguraba hacer siempre todo lo posible
Pero con el tiempo los caballos desaparecieron. El campo empezó a llenarse de vallas. Y de grúas.
El castillo cada vez era más viejo, y le salieron grietas.
Y empezó a nacer asfalto por encima de la hierba.
Y el se quedó solo con sus perros.
Cierto día lo encontré en el contenedor. Buscaba pan duro para sus animales, me dijo, no sin cierto orgullo. Y vi su cargamento de pan cubierto de moho en una mano.
Quería a esos chuchos con locura.
Un día lo denunciaron. Los perros ladran, molestan.
Le separaron de sus perros y los llevaron rumbo a la perrera municipal.
Le prometieron que bajo ningún concepto les harían daño.
Me lo encontré poco tiempo después.
Me contó que había ido a la perrera a visitarlos,
y que no quedaba ninguno. Todos muertos.
Esa fue la última conversación que tuve con él.
Poco tiempo después, enfermó.
Y, también muy poco tiempo después,
otras lágrimas vinieron a contarme que había muerto.
Sin embargo, en ese momento, no supe llorar. [Tampoco ahora]
Y ya han pasado demasiados años...
En fin, un hombre que, sin ser vegetariano ni tener ninguna ideología más que la de la superviviencia y el altruísmo más puro, me inculcó la mayoría de los valores que tengo hoy por hoy...
http://esflog.com/backend/1775/117943104986838.jpg
Nunca supe su nombre
Me enseñó que las cigüeñas de jóvenes tienen el pico negro.
Me enseñó a robar comida recien hecha de los supermercados.
Y también a conseguir la recien caducada.
Me enseñó a no dejar nunca de querer aprender.
Era anciano y humilde.
Nadie sabía su nombre
y todxs le llamabamos "El chico"
(nada más apropiado para alguien que,
a sus años, con toda esa vida a sus espaldas...
había sido capaz de conservar la inocencia..)
Vivía entre el campo y un gran monasterio en ruinas
que siempre parecía, y aún parece, a punto de caerse.
Un día nos dejo subir por unas escaleras de manos altísimas y vertiginosas
al que decía era su dormitorio, lleno de trastos, colchones y recuerdos viejos.
Me invitó a que me llevase lo que quisiera, aunque no me atrevi a arrebatarle nada.
Vivía acompañado y seguido siempre de muchos perros a los que quería por encima de todas las cosas.
Tiempo atrás, durante gran parte de mi infancia, cuidó caballos, muchos caballos.
Nosotrxs, lxs enanxs del barrio, ibamos a visitarlos y él nos dejaba y nos ayudaba a subirnos en ellos
(para desgracia y terror de esos pobres animales..)
De vez en cuando también nos presentaba a potrillos nuevos que no duraban mucho por la zona.
Un día vino a enseñarme a dos erizos que se había encontrado.
Los dejó en el suelo y a mi me parecieron dos estropajos grandes porque no se movían.
Fue la primera y ultima vez que vi erizos de cerca... y vivos.
Me contaba mil historias mientras yo trepaba por el tronco de mi higuera para poder ver a los caballos pastar desde lo alto, desde la copa.
Acudíamos a él cada vez que necesitabamos ayuda,
cuando encontrábamos cualquier animal famélico,
cuando veíamos caer palomas heridas de bala.
Y él nos aseguraba hacer siempre todo lo posible
Pero con el tiempo los caballos desaparecieron. El campo empezó a llenarse de vallas. Y de grúas.
El castillo cada vez era más viejo, y le salieron grietas.
Y empezó a nacer asfalto por encima de la hierba.
Y el se quedó solo con sus perros.
Cierto día lo encontré en el contenedor. Buscaba pan duro para sus animales, me dijo, no sin cierto orgullo. Y vi su cargamento de pan cubierto de moho en una mano.
Quería a esos chuchos con locura.
Un día lo denunciaron. Los perros ladran, molestan.
Le separaron de sus perros y los llevaron rumbo a la perrera municipal.
Le prometieron que bajo ningún concepto les harían daño.
Me lo encontré poco tiempo después.
Me contó que había ido a la perrera a visitarlos,
y que no quedaba ninguno. Todos muertos.
Esa fue la última conversación que tuve con él.
Poco tiempo después, enfermó.
Y, también muy poco tiempo después,
otras lágrimas vinieron a contarme que había muerto.
Sin embargo, en ese momento, no supe llorar. [Tampoco ahora]
Y ya han pasado demasiados años...