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Ver la versión completa : Punto de inflexión



Micorriza
17-ene-2010, 00:52
El beneficio de la duda, te permite abrir la brecha a la concepción que tenías, a tu rompecabezas o estructural mental a cerca de la dicotomía entre lo que soy (ideas, principios, etc.) y lo que represento dentro de un contexto social.
La duda escarba y de repente surge una cizalla que te abre la puerta hacia otra y así sucesivamente hasta descolocarte por completo esa malla o modelo intrincado que te constituye, entonces te das cuenta de que esa descomposición y cuestionamiento da paso a una crisis existencial. Observas todas esas piezas que te componen y no te reconoces, hay algo que falla en el modelo, algo no encaja, aún no sabes qué es, entonces comienza la búsqueda, el detonante puede ser externo o interno, empiezas por un cambio leve, a contracorriente, y a medida que vas tirando del hilo, encuentras algo aún mayor, y eso te exige un nivel mayor de responsabilidad hacia tí mismo, para seguir hacia adelante, te desprendes de un modo de vida para adentrarte en otro, ese punto de inflexión, ese rompecabezas aún descompuesto, es tu oportunidad para el cambio, porque reconoces que de seguir así, esa pequeña duda se convierte en una contradicción insostenible.

Edito: Después de esta reflexión a modo de síntesis, vais a tener que leer a cachos para no dejaros los ojos, es un poco denso...

Micorriza
17-ene-2010, 00:57
Extracto de "Los peces muertos siguen la corriente":

No obstante, hay una situación especial, que no afecta a un
apartado concreto, sino a nuestra existencia completa. Esta situación
origina que reexaminemos todo nuestro modelo mental de la
realidad. Enteramente, radicalmente. De repente entramos en un
túnel vasto y abismal, y ya no sabemos nada a ciencia cierta. Ya no
nos podemos fiar de ningún referente, ni siquiera de nosotros.
No estamos apuntando a percances parciales. Ahora nos
incumbe indagar en lo global. Más concretamente, en la duda total,
que es la gran oportunidad para el cambio total.
En el transcurso de una fase así, nos rebelamos contra la
aceptación común de las cosas, rasgo típico del adulto, y
retrocedemos a la edad de cuatro años. Nuestra mente rejuvenece en
un cuerpo de mujer u hombre, y se pone a escarbar ingenuamente
bajo las apariencias. De repente, nos salen preguntas por todos
lados, de manera natural y espontánea, como un torrente desbocado.
¿Por qué gastar la vida trabajando? ¿Para qué sirve acaparar
tantas posesiones y comodidades? ¿Qué pasa si no llego a los 60 para
disfrutar la jubilación? ¿Hace falta meterse en un bar repleto de humo
para divertirse? ¿Por qué la gente se aburre? ¿Para qué se meten en
un quirófano estético? ¿Por qué hay tal porcentaje de divorcios? ¿Qué
hay detrás de la violencia de género? ¿Por qué cada vez nos rodea
más la publicidad? ¿Quién dirige la civilización? ¿Por qué narices tiene que prosperar cada año la economía un 3%? ¿Por qué unas personas
mueren de hambre y otras de colesterol? ¿Es adecuado curar la
ansiedad con pastillas? ¿Es cierto que la filosofía no sirve para nada?
¿Habrá ya más alumnos practicando yoga en Occidente que en
Oriente?
Las preguntas se disparan de tal forma que uno no puede
pararlas. Aunque sobre todo, en medio de tal orgía interrogatoria,
surgen con un protagonismo destacado las preguntas sobre nosotros
mismos. A diferencia de las anteriores, éstas son sólo unas pocas, y
apuntan a lo más íntimo. ¿Quién soy yo? ¿Qué ha sido mi vida hasta
hoy? ¿En qué situación estoy? ¿Qué quiero hacer? ¿Qué quiero ser?

Micorriza
17-ene-2010, 01:00
(Sigue...)
Una experiencia como ésta cuestiona los pilares más profundos
de nuestra mente, nuestras creencias básicas sobre la realidad. Todo
queda en suspenso, sujeto a revisión: la manera en que vemos a los
demás, al mundo, a nosotros. Es una tesitura que afecta a todas las
dimensiones de nuestra existencia. Por tanto, el nombre más
adecuado es crisis existencial.
A continuación, si el trance es productivo, quizá se vea afectado
todo: el trabajo, el ocio, las relaciones personales, etc. Esta
coyuntura es la oportunidad para empezar a vivir de modo más
consciente y responsable. Es una puerta abierta a esa otra vida que
ansiamos. El momento justo para soltar lo que nos ancla al pasado y
volver a nacer.

El desencadenante

[...] Uno o una va marchando tranquilamente por la vida, con sus
andanzas, sus obligaciones, sus ratos de desahogo, y en el segundo
menos pensado... ¡zas! Sucede algún imprevisto que nos descoloca.

La realidad varía continuamente: cada año, cada semana, cada
hora. Sin embargo, nos metemos en nuestra coraza a aguantar el
chaparrón. Nos instalamos en nuestras costumbres mentales y no
hay quien nos saque de ahí. Hacemos lo posible por que no nos
afecte. Es comprensible, pues los cambios nos atemorizan.
La realidad es inestable, pero nuestras ilusiones son demasiado
fijas. Por tanto, la tensión de fuerzas está asegurada, y las crisis se
suceden en nosotros una detrás de otra, de forma regular. El quid de
la cuestión es atreverse con la dirección contraria, abrirse a la
realidad y permitir que los cambios nos afecten.

Hay ocasiones en que, después de varios años en el mismo
trabajo, perdemos la motivación, o una serie de alteraciones en la
empresa nos dejan en situación difícil. Quizá es el momento de
buscar aire fresco, si bien nos cuesta mucho frenar la inercia de
nuestras rutinas.
Otro ejemplo. Somos tantos en el planeta, que cada día mueren
miles de personas, ya sea por motivos naturales, sociales o
accidentales. Tenemos muchos contactos, así que cada cierto tiempo
muere alguien que hemos tratado, o incluso alguien cercano.
El fallecimiento de un ser querido es de lo más devastador que
nos puede ocurrir. Nos produce un irremediable pesar de pérdida, un
vacío que no podemos rellenar con nada. Es la reacción espontánea
del duelo, que se observa también en los animales.
No obstante, hay otras perspectivas del asunto, más allá del
duelo. La muerte de un ser cercano es una magnífica oportunidad
para el crecimiento interior. Cuando vemos fallecer a alguien
divisamos que nuestra vida también acabará en algún instante. Sólo
viendo la muerte de cerca podemos tomar auténtica conciencia de
que un día moriremos. A partir de ese instante, es posible replantear
nuestra existencia de forma íntegra.

Micorriza
17-ene-2010, 01:03
La sociedad moderna da la espalda a la muerte. Vivimos una
ilusión de inmortalidad que no han conocido los tiempos pretéritos. Ya
no creemos tanto en vidas extra, pero confiamos en la que tenemos
hasta límites irracionales. Y así, nos hemos acostumbrado a concebir
la existencia hasta los 80 años. Contratamos planes de pensiones a
los 30, firmamos hipotecas a 50 años, aplazamos nuestra vocación
hasta la jubilación, no dedicamos la suficiente atención a nuestra
familia y amigos, etc.
La vida es precaria, casi pende de un hilo. Nuestra posición
parece firme, mas no tenemos el control que desearíamos. Tal vez un
infortunio o una dolencia nos lleven al otro mundo antes de lo
previsto por las estadísticas.
Muere tanta gente de forma anticipada en las regiones
desarrolladas, que podríamos tenerlo en cuenta como una posibilidad
para nuestro propio devenir. Sin dramatismo, por puro realismo.
¿Queremos hacer algo antes de estirar la pata, además de calentar
una silla en la oficina y enfriar unas cervezas para el partido del
domingo? Si la contestación es afirmativa, lo más inteligente es
empezar a moverse, no sea que nuestra extinción particular nos pille
con los deberes sin rematar.

Micorriza
17-ene-2010, 01:11
(Sigue...)
[...]
La crisis existencial es un replanteamiento total de la propia
existencia, bajo unos parámetros realistas. Es la comprensión de la
vida y de la muerte. Es un gran miedo y una gran ilusión. Miedo a no
vivir como realmente queremos. Ilusión de saber que tenemos por
delante toda una vida para sacarle el jugo.
Es seguramente el trance más importante. Una vivencia así
reúne el mayor peligro y la más destacada oportunidad. Por una
parte, es la conciencia del peligro de morir en vida. Por la otra, es la
conciencia de la oportunidad de vivir sin temor.
Excavando en el sentido de las crisis hemos llegado a un
descubrimiento clave: la muerte como fuente de vida. Solamente una
intensa comprensión de nuestro inevitable final nos llevará a vivir con
mayúsculas. Cuanto más cerca estemos de la muerte física, más lejos
estaremos de la muerte espiritual. Y viceversa.

El virus de la duda

La sociedad contemporánea no nos permite dudar de nada
básico. Sencillamente espera de nosotros que pensemos como todos,
y que secundemos las costumbres usuales. Se mueve a golpe de
moda y de manada, no para quieta ni un segundo, y a la par no sabe
a dónde va.
Rebaño tan formidable posee sus mecanismos para atar en
corto a las ovejas descarriadas. Cuando una persona sensible se para
a la orilla del río y empieza a hacerse preguntas, entra en acción el
ejército de psiquiatras y psicólogos, con su arsenal de fármacos y
terapias.
Nuestro sistema lucha contra el inconformismo, perpetuamente
en guardia, presto a matar cualquier sospecha. Se procura a toda
costa que quien padece una crisis huya de ella. Hay que reintegrar al
enfermo al flujo normal de las cosas. Debe aceptar el papel que le ha
tocado, aprender a vivir sin desconfiar, y volver a funcionar
óptimamente dentro de la máquina social. Hay que extirpar como sea
el virus de la duda.
[...]La sociedad nos desvía de nosotros
mismos. Nos empuja a vivir de un modo que, en el fondo, ni hemos
elegido ni queremos. Cuando este desfase persiste, nuestro ser se
cansa de permanecer sepultado. Entonces atrae nuestra atención, nos
pide que nos giremos hacia él, y para ello nos lanza una crisis.

Micorriza
17-ene-2010, 01:14
(Sigue...)

Recién empezada la coyuntura, la desorientación y el miedo nos
nublan. No nos atrevemos a nada, únicamente queremos escapar de
ella, volver a estar perfectamente, regresar a nuestra normalidad de
siempre. Pero si permanecemos a su lado el tiempo suficiente,
captaremos qué ocurre, qué nos pide nuestro corazón. Esa
clarividencia nos aporta una formidable sensación de sentido, un
renovado hambre de vivir, un deseo de seguir indagando y
evolucionando.
La conciencia que adquirimos por medio de la crisis nos da la
energía necesaria para cambiar. Esa fuerza es la que nos permite
efectuar las transformaciones en nuestra realidad, que varias veces
nos habíamos planteado, si bien nunca tuvimos el coraje de realizar.
En un estado ordinario, sin un desequilibrio activo, es difícil modificar
nada sólido de nuestra vida, ya que prevalecerá el miedo al qué
dirán, el pánico a quedarnos en soledad con nuestras rarezas.
Cuando los cambios que hemos proyectado se completan,
nuestro yo interior ve satisfechos sus ruegos, y vuelve a estar sereno.
Entonces la crisis cesa. Ya no hay desfase, volvemos a ser nosotros
mismos, recuperada la coherencia entre nuestro núcleo y nuestro
exterior. Este reencuentro íntimo multiplica la comprensión y la
energía. Ya no nos apreciamos raros ni en soledad, ya no sentimos
odio hacia esa sociedad que previamente nos amargaba.
Quien consuma este recorrido y acaba integrándolo en su vida,
es probable que se enfrasque en despertar la conciencia de los
demás. No es sólo altruismo, pues somos parte de un contexto,
unidades de un todo. Nadie consigue ser realmente feliz si a su
alrededor campa la infelicidad, y no mueve un dedo para alterar la
situación.
La crisis existencial demanda inicialmente una atención
exclusiva hacia dentro. Pero después, una vez incorporada en nuestro
presente, se produce una apertura hacia las demás personas. La
felicidad individual no es completa sin la felicidad social, y viceversa.

Micorriza
17-ene-2010, 01:16
Somos nosotros, los ciudadanos rasos, las personas que no
tenemos un puesto en un gobierno ni en el consejo de una
multinacional, quienes tenemos más posibilidades de afrontar
creativamente la realidad. Nos vemos como impotentes gotas de agua en la inmensidad del océano, sin advertir que el océano está
constituido solo por gotas.
Una de esas circunstancias clave es nuestra historia, que no
podemos modificar, pero sí tratar de interpretar. Occidente ha puesto
el acento en la sociedad y ha descuidado a sus miembros. Es una
crónica de progreso político y tecnológico que menosprecia los
procesos más íntimos del individuo. Oriente se ha centrado en el
individuo desdeñando la sociedad. Es la tierra de la meditación, de lo
espiritual, aunque igualmente de la apatía respecto a lo social.
Ambos enfoques son incompletos. Sociedad e individuo forman
un sistema integral, cuyas piezas se retroalimentan, y es un error
centrarse en una vertiente descuidando la otra. Occidente ha puesto
todas las energías en las leyes grupales, sin atender a los normas del
individuo. Oriente ha hecho lo contrario. De poco sirven la tecnología
y la democracia enjauladas en la inconsciencia del borreguismo. Y
parecido ocurre con la conciencia encerrada en una dictadura militar.
Una síntesis de ambos trayectos históricos probablemente sea
lo más pertinente, integrando lo más destacado de cada experiencia.
Si la humanidad avanza, tanto técnica como éticamente, es
porque siempre hay revoltosos que se salen de la corriente.
Soñadores que no se avienen a que las cosas sean como la mayoría
dice que son y serán. Rebeldes con causa que ponen en suspenso las
reglas vigentes, y al hacerlo a veces descubren normas más
verdaderas. El inconformismo, lejos de ser una pérdida de tiempo, es
el motor de la evolución humana. ¿No se convierte con frecuencia la
insurgencia de un período en el corrientismo de la siguiente?
En cada etapa de nuestro devenir, en cada civilización, la
mayoría se limita a copiar las convicciones y los comportamientos de
sus antepasados, a perseguir los deseos que guardan en su mente sin
preguntarse cómo llegaron hasta allí. Únicamente unos pocos
hombres y mujeres desarrollan la rara manía de sospechar de lo
aprendido e imaginar horizontes extraordinarios. Este club de la duda
constantemente anda corto de simpatizantes.

perman
17-ene-2010, 04:01
En cada etapa de nuestro devenir, en cada civilización, la mayoría se limita a copiar las convicciones y los comportamientos de sus antepasados, a perseguir los deseos que guardan en su mente sin
preguntarse cómo llegaron hasta allí. Únicamente unos pocos
hombres y mujeres desarrollan la rara manía de sospechar de lo
aprendido e imaginar horizontes extraordinarios. Este club de la duda
constantemente anda corto de simpatizantes.
Me sumo al club de la duda y no quiero borrarme de él, aunque me cueste las relaciones con los seres queridos, apuesto por ello y pagaré el precio que haga falta. Navegaré contracorriente siempre que sea necesario por el bien de todos.


Cuando una persona sensible se para
a la orilla del río y empieza a hacerse preguntas, entra en acción el
ejército de psiquiatras y psicólogos, con su arsenal de fármacos y
terapias.
Nuestro sistema lucha contra el inconformismo, perpetuamente
en guardia, presto a matar cualquier sospecha. Se procura a toda
costa que quien padece una crisis huya de ella. Hay que reintegrar al
enfermo al flujo normal de las cosas. Debe aceptar el papel que le ha
tocado, aprender a vivir sin desconfiar, y volver a funcionar
óptimamente dentro de la máquina social. Hay que extirpar como sea
el virus de la duda.
Siempre he pensado en esto con mucha tristeza porque no hallaba respuesta ni consuelo, es como en "El show de Truman", cuando el prota ve caer los focos del cielo y sabe que algo no va bien, pero no encuentra empatía a su alrededor y se ve sólo, pero no decae en su búsqueda aunque lo llamen loco! ¿cuanto tenemos que aprender aún?