margaly
22-dic-2009, 09:20
Regalos vivos
Debemos tratar a los animales como nuestros hermanos
ELISABET FELGUEROSO LÓPEZ
El día que «Telva» llegó a casa temblaba como una hoja azotada por el invierno. Se quedó durante horas en su cuna, inmóvil, con sus fijos ojos azabache llenos de tristeza y gimoteando levemente de cuando en cuando. No sabíamos qué hacer; ni las carantoñas ni los juguetes parecían surtir efecto. Me habían aconsejado que, llegada la noche, debíamos dejarla sola e ignorar sus lamentos para que se acostumbrara a su sitio, que de ninguna manera teníamos que ceder y meterla en nuestra habitación. Así lo hicimos; «Telva» no pisó nuestro cuarto.
Pero su llanto desconsolado era demasiado para mí; soy blanda de corazón y comencé un peregrinaje intermitente del cuarto al estudio, donde ella seguía sentada sobre un mullido colchón. Después de una larga noche de insomnio y trasiego, a las seis de la mañana decidí dormir lo poco que me restaba en el estudio, aun sabiendo que mi comportamiento podía ser exagerado.
Cogí una manta, me encogí en el sofá y, cuando estaba a punto de coger el sueño, una nariz húmeda se acercó a mi frente. Conmovida por aquel primer acercamiento, agarré a «Telva» con cuidado y la posé sobre mi pecho procurándole el abrigo que había venido a buscar, entonces, por primera vez desde que nos conocimos, movió ligeramente el rabo y un intenso, húmedo y largo lametón resbaló por mi mejilla. Así fue como una perra de aguas hiperactiva, cariñosa y bastante miedica entró en nuestras vidas.
Entonces llegaron las visitas periódicas a la veterinaria, las desparasitaciones mensuales externas e internas, los sacos de pienso, los cuatro paseos diarios, el cortanudos, el peine, la limpieza de los dientes, los pelos en el pasillo, dejarse los ojos en la red buscando alojamientos que admitan animales para las vacaciones, en definitiva, tomar conciencia de que eres responsable de un ser vivo.
Ahora que las Navidades asoman su frío hondo y sus regalos, muchas personas estarán pensando en regalar un animal de compañía. Un perro, una gata o un hurón, envueltos en papel de regalo como si fueran una muñeca rechoncha o un triciclo. Cuando mi pareja y yo decidimos contactar con la protectora en la que adoptamos a «Telva», éramos dos personas adultas, conscientes de lo que suponía traerla, comprometidas a asumir nuestra responsabilidad.
Y creo que ésos son los criterios adecuados. Tratar a un ser vivo como si fuera un juguete es algo que no solamente perjudica al animal, sino a nuestros hijos e hijas. ¿Qué mensaje les estamos transmitiendo? ¿La falta de respeto al medio ambiente? ¿Que un animal es un capricho, un premio o una sorpresa, solamente porque su vida sea considerada inferior a la vida humana? ¿Seguiremos educando a las generaciones sucesivas en la idea de que las personas como seres supremos de la evolución podemos jugar con la naturaleza a nuestro antojo? Supongo que mi argumento parecerá desmesurado a mucha gente, pero estoy convencida de que una especie, en este caso la humana, que no respeta a la naturaleza, está castigándose a sí misma.
Ya lo dijo el jefe indio Noah Sealth en su famosa carta, debemos tratar a los animales como nuestros hermanos, de otro modo, termina la vida.
http://www.lne.es/nalon/2009/12/21/regalos-vivosbr/850780.html
Debemos tratar a los animales como nuestros hermanos
ELISABET FELGUEROSO LÓPEZ
El día que «Telva» llegó a casa temblaba como una hoja azotada por el invierno. Se quedó durante horas en su cuna, inmóvil, con sus fijos ojos azabache llenos de tristeza y gimoteando levemente de cuando en cuando. No sabíamos qué hacer; ni las carantoñas ni los juguetes parecían surtir efecto. Me habían aconsejado que, llegada la noche, debíamos dejarla sola e ignorar sus lamentos para que se acostumbrara a su sitio, que de ninguna manera teníamos que ceder y meterla en nuestra habitación. Así lo hicimos; «Telva» no pisó nuestro cuarto.
Pero su llanto desconsolado era demasiado para mí; soy blanda de corazón y comencé un peregrinaje intermitente del cuarto al estudio, donde ella seguía sentada sobre un mullido colchón. Después de una larga noche de insomnio y trasiego, a las seis de la mañana decidí dormir lo poco que me restaba en el estudio, aun sabiendo que mi comportamiento podía ser exagerado.
Cogí una manta, me encogí en el sofá y, cuando estaba a punto de coger el sueño, una nariz húmeda se acercó a mi frente. Conmovida por aquel primer acercamiento, agarré a «Telva» con cuidado y la posé sobre mi pecho procurándole el abrigo que había venido a buscar, entonces, por primera vez desde que nos conocimos, movió ligeramente el rabo y un intenso, húmedo y largo lametón resbaló por mi mejilla. Así fue como una perra de aguas hiperactiva, cariñosa y bastante miedica entró en nuestras vidas.
Entonces llegaron las visitas periódicas a la veterinaria, las desparasitaciones mensuales externas e internas, los sacos de pienso, los cuatro paseos diarios, el cortanudos, el peine, la limpieza de los dientes, los pelos en el pasillo, dejarse los ojos en la red buscando alojamientos que admitan animales para las vacaciones, en definitiva, tomar conciencia de que eres responsable de un ser vivo.
Ahora que las Navidades asoman su frío hondo y sus regalos, muchas personas estarán pensando en regalar un animal de compañía. Un perro, una gata o un hurón, envueltos en papel de regalo como si fueran una muñeca rechoncha o un triciclo. Cuando mi pareja y yo decidimos contactar con la protectora en la que adoptamos a «Telva», éramos dos personas adultas, conscientes de lo que suponía traerla, comprometidas a asumir nuestra responsabilidad.
Y creo que ésos son los criterios adecuados. Tratar a un ser vivo como si fuera un juguete es algo que no solamente perjudica al animal, sino a nuestros hijos e hijas. ¿Qué mensaje les estamos transmitiendo? ¿La falta de respeto al medio ambiente? ¿Que un animal es un capricho, un premio o una sorpresa, solamente porque su vida sea considerada inferior a la vida humana? ¿Seguiremos educando a las generaciones sucesivas en la idea de que las personas como seres supremos de la evolución podemos jugar con la naturaleza a nuestro antojo? Supongo que mi argumento parecerá desmesurado a mucha gente, pero estoy convencida de que una especie, en este caso la humana, que no respeta a la naturaleza, está castigándose a sí misma.
Ya lo dijo el jefe indio Noah Sealth en su famosa carta, debemos tratar a los animales como nuestros hermanos, de otro modo, termina la vida.
http://www.lne.es/nalon/2009/12/21/regalos-vivosbr/850780.html