Mowgli
30-oct-2009, 12:22
Hay que ser taruga!
La serpiente (con perdón)
CUANTO más distraído está el mundo, más contemplo a mis gatos. Digo gatos pero podrían ser perros, tortugas, asnos, elefantes o ciempiés. Cualquier animal me interesa excepto los de pluma. Me da vergüenza confesarlo, pues alguien que, como yo, presume de defensora de los animales, no puede hacer estas discriminaciones tan arbitrarias. Detesto los animales de pluma, pero ya es un poco tarde para psicoanalizarme. Asumo la rareza y espero que nadie aproveche esta confidencia para regalarme un canario.
Vencido ya el duelo por mi gata, la vida me ha puesto en el camino otro animal (otro gato). Apareció en el jardín, desnortado, pequeñín y con pelos de rata. Su tenacidad nos conmovió: estuvo 24 horas sin moverse de una loseta. Ahora el gato duerme en mi cama. Se llama Úrsula y nos tiene revolucionados. Entra y sale de casa, se afila las uñas en los árboles y juguetea con todo el mundo. Úrsula nos ha cambiado el carácter. A todos menos a Verónica, la reina madre de las gatas, que lleva años en casa y vive una vejez plácida y somnolienta de sofá en sofá.
Los animales me persiguen. El otro día vi un bulto extraño en el patio de la cocina. Como no lograba identificarlo desde el otro lado del cristal, salí a mirarlo. Era una serpiente que estaba enroscada como una ensaimada. Enroscada y muerta. La cojí protegiéndome los dedos con papel de celulosa y la eché a la basura. A la mañana siguiente, Úrsula y yo desayunábamos tan ricamente cuando vi a la culebra que se paseaba por el suelo de la cocina. Había salido de la basura y estaba pletórica de vida. Menudo susto. No me gusta matar animales, pero tampoco estoy capacitada para convivir con algunas especies. Una vez tuve en casa una salamandra okupa y no la eché por respeto, pero acabó fosilizándose. En el caso de la serpiente albergué pocas dudas (había que desalojarla), aunque carecía de recursos para hacerlo con un método limpio y expeditivo. Armada al fin con las pinzas para asar carne, la trinqué por el cuello y la levanté en alto como si fuera una chuleta. La serpiente se revolvió entonces contra mí, sin dejar de lanzarme silbidos. «Lo siento, lo siento», iba repitiendo yo mientras salía al jardín y se la entregaba en suerte a los gatos. Eso fue lo peor. Acojonados, los gatos corrieron a esconderse. Entonces no me quedó más remedio que hacer un esfuerzo y sacrificarla. La maté a palazos, cerrando mucho los ojos y pidiéndole perdón por la abominable hazaña. Pobre de mí.
http://www.elmundo.es/opinion/columnas/carmen-rigalt/2009/10/19959824.html
La serpiente (con perdón)
CUANTO más distraído está el mundo, más contemplo a mis gatos. Digo gatos pero podrían ser perros, tortugas, asnos, elefantes o ciempiés. Cualquier animal me interesa excepto los de pluma. Me da vergüenza confesarlo, pues alguien que, como yo, presume de defensora de los animales, no puede hacer estas discriminaciones tan arbitrarias. Detesto los animales de pluma, pero ya es un poco tarde para psicoanalizarme. Asumo la rareza y espero que nadie aproveche esta confidencia para regalarme un canario.
Vencido ya el duelo por mi gata, la vida me ha puesto en el camino otro animal (otro gato). Apareció en el jardín, desnortado, pequeñín y con pelos de rata. Su tenacidad nos conmovió: estuvo 24 horas sin moverse de una loseta. Ahora el gato duerme en mi cama. Se llama Úrsula y nos tiene revolucionados. Entra y sale de casa, se afila las uñas en los árboles y juguetea con todo el mundo. Úrsula nos ha cambiado el carácter. A todos menos a Verónica, la reina madre de las gatas, que lleva años en casa y vive una vejez plácida y somnolienta de sofá en sofá.
Los animales me persiguen. El otro día vi un bulto extraño en el patio de la cocina. Como no lograba identificarlo desde el otro lado del cristal, salí a mirarlo. Era una serpiente que estaba enroscada como una ensaimada. Enroscada y muerta. La cojí protegiéndome los dedos con papel de celulosa y la eché a la basura. A la mañana siguiente, Úrsula y yo desayunábamos tan ricamente cuando vi a la culebra que se paseaba por el suelo de la cocina. Había salido de la basura y estaba pletórica de vida. Menudo susto. No me gusta matar animales, pero tampoco estoy capacitada para convivir con algunas especies. Una vez tuve en casa una salamandra okupa y no la eché por respeto, pero acabó fosilizándose. En el caso de la serpiente albergué pocas dudas (había que desalojarla), aunque carecía de recursos para hacerlo con un método limpio y expeditivo. Armada al fin con las pinzas para asar carne, la trinqué por el cuello y la levanté en alto como si fuera una chuleta. La serpiente se revolvió entonces contra mí, sin dejar de lanzarme silbidos. «Lo siento, lo siento», iba repitiendo yo mientras salía al jardín y se la entregaba en suerte a los gatos. Eso fue lo peor. Acojonados, los gatos corrieron a esconderse. Entonces no me quedó más remedio que hacer un esfuerzo y sacrificarla. La maté a palazos, cerrando mucho los ojos y pidiéndole perdón por la abominable hazaña. Pobre de mí.
http://www.elmundo.es/opinion/columnas/carmen-rigalt/2009/10/19959824.html