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Snickers
27-oct-2009, 00:44
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Defensa de la inocencia

Barcelona - 15/06/2009

Hace algún tiempo tuve oportunidad de conversar con el director de un pequeño orfanato local, estuvimos tocando varios temas y uno de ellos fue el más importante para él dada su cotidiana labor: la adopción de niñas. Me contaba lo duras que resultaban ciertas situaciones con niñas complejas o traumatizadas por la experiencia vital recibida, pues gran parte de las crías que recibía en el centro que gestionaba procedían de familias desintegradas bruscamente, desestructuradas debido al alcohol, a la violencia doméstica o a la estupidez corriente y moliente, madre de casi todo lo demás. Me explicaba que las familias potencialmente adoptantes buscaban “ejemplares” sanos, pequeños y guapos, requisitos los cuales indignaban a ese hombre, puesto que precisamente esos “ejemplares” son raros, porque las niñas sin hogar suelen tener siempre una cierta edad, suelen haber sufrido uno u otro tipo de trauma, y eso les convierte en especiales, en seres con una falta de cariño sustancial que en el mejor de los casos les provoca pavor, soledad y desconfianza. En el mejor de los casos…

No pude evitar, claro, comparar el problema de los orfanatos a la hora de encontrar una buena casa y afecto para esas criaturas frágiles, con el enorme problema internacional de las adopciones de animales, mal llamados “domésticos”, peor llamados “de compañía”, o repugnantemente llamados “mascotas”. Coincidíamos en numerosos aspectos, pero no entraré hoy por esas sendas.

De toda la conversación uno de los casos que más me impactó y me sobrecogió fue el de una pareja de niñas ( un niño de dieciocho meses y su hermanita de cuatro años), que llegaron tras una historia de violencia sistemática. El juzgado decidió retirar la custodia de la madre y del padre ( alcohólicas y pobres ), y las dos criaturas pasaron a ingresar al centro. Al llegar allí el niño sólo sabía vocalizar cuatro palabras: leche, sangre, cuchillo y joder, y explicaba el hombre que cuando quiso cantarle una canción acompañado de su guitarra el niño de repente empezó a llorar aterrorizado, al preguntarle a la hermana por qué motivo lloraba, ella le respondió: la guitarra. El niño tenía en su antigua casa una pequeña guitarra de juguete con la cual su madre le pegaba cuando entraba en cólera.

Existe la pobreza romántica y existe la de no tener ni el manojo de arroz que hoy no te mate, lo se, pero ninguna pobreza, ninguna necesidad de vengarse de las madres en las hijas, ninguna situación difícil puede, pudo, ni podrá jamás justificar el golpear a un crío de pocos meses de edad, y mucho menos usando herramientas. No lo prohíbe la ley, sino el escalón más bajo de la ética, el más primitivo concepto de bien y mal respeta ese punto, las niñas son sagradas. Las bebés, más.

Ya suponemos que es fácil matar bebes, carecen todavía de la fuerza y la astucia para defenderse. Han sido ya dotados de un sentido intuitivo de autodefensa, pero sus condiciones físicas no están a la altura de las amenazas. Golpearlos certeramente con una guitarra de juguete o agredirles con una fuerte patada en el cráneo basta para convertirlas en cosas, sus huesos aún no han adquirido el calcio necesario ni consecuentemente la fortaleza suficiente para resistir ese impacto que a una adulta solamente le dolería. Si la persona agresora yerra el impacto el bebé llora, pide clemencia y defiende su vida del único modo que a su alcance está, con el grito y el llanto, con la búsqueda de la empatía y de la compasión. Asimismo sucede con los bebés humanos y con los de foca.

Hace pocos meses, con su cadencia rutinaria, comenzó la matanza anual en Canadá de cientos de miles de bebés, mamíferos de sangre caliente y deseo de vivir los cuales sólo disimilan con nosotras en este aspecto la forma. No caminan como nosotras, ni dicen tacos ni poesía, pero cuando el acero afilado penetra en sus blandas cajas craneales mueren igual que los bebés humanos, exactamente igual. Después, a veces horas después, son despellejadas. El cuarenta por ciento de ellas todavía están vivas cuando llega este momento, y sienten desprenderse su piel como un bebé siente desprenderse la suya si todavía está consciente, abren sus ojos desorbitadamente, un inimaginable dolor sacude absolutamente todos sus nervios, como un relámpago vivo y lacerante, y mueren poco a poco en contacto con el hielo. Una mancha púrpura de sangre se extiende a lo largo de varios kilómetros cuadrados sobre la nieve en los puntos donde las valientes cazadoras (¿?) canadienses disfrutan de su deporte anual. Ellas mismas afirman que no sólo se trata de la supuesta necesidad de esta matanza, sino de un placer personal, un disfrute cultural, un tradición, como la tauromaquia íbera. Probablemente nunca se acercarán a una psiquiatra, les daría miedo escuchar lo que les tuviera que decir.

Las pieles de las bebés de foca son apreciadas por las taradas que conforman la industria de la peletería, las taradas que las curten, las taradas que las confeccionan, las taradas que las venden y las taradas que las compran. Frustraciones, delirios de grandeza, espeluznante fascismo y bajeza moral hasta niveles delictivos son los ingredientes y factores que conforman la industria peletera internacional, especialmente en el caso del “material” derivado de Canadá.

Al parecer el Parlamento Europeo ha vetado temporalmente la importación de pieles y productos derivados del genocidio anual en los hielos jurisdiccionales canadienses, lo cual supondría la pérdida del mercado europeo, porque las razones económicas prevalecen sobre las éticas, como siempre, desde que decidimos desplazarnos incorporadas sobre nuestras dos piernas. En China seguirán comprándolos –imagino-, porque allí el pene de foca es vendido como producto afrodisíaco. De nuevo la patética virilidad del macho alfa, del imbécil macho alfa de siempre.

Pero las bebés mueren de muchas maneras, mueren para hacer el cochinillo a la burgalesa (al horno y con la graciosa manzanita en la boca), mueren bajo los bombardeos norteamericanos o israelitas, mueren todavía fetos para hacer los abrigos de astracán, mueren de hambruna en Liberia o Somalia, mueren para las populares tapas de “pescaíto frito”, nuestra sociedad no respeta nada, nuestro nivel de vida “necesita” esos sacrificios rituales, no vamos a perdonarles.

Pero la cuestión que se deriva ahora es, si perdonamos a una niña que mata una mosca por capricho ¿ por qué no “perdonamos” a un león que mata una gacela por hambre?. Es la misma inocencia, el mismo desconocimiento del bien y del mal, la misma naturaleza actuando. Por eso asesinar animales cuando somos conscientes de la inutilidad de tal acto, condenando a un inocente a nuestra soberbia, nuestra gula y nuestra ignorancia equivale al crimen de destrucción de la belleza y la perversión de la inocencia. Lo queramos aceptar o no, asesinar un perro viejo en una clínica veterinaria es como “dormir” a una anciana porque se orina encima, asesinar un cerdo para comerlo es como dispararle en la cabeza a un bebé, o violar a ese bebé es violar a una vaca para robarle la leche que debiera ir a un ternero que sin embargo irá al matadero tras una corta vida de stress, dolor, soledad, sufrimiento y miedo. Lo aceptemos o no.

Y la violencia cometida contra las niñas humanas no es sólo la infringida de modo físico, ni todas las agresiones tienen por qué ser violentas. Educar por ejemplo a una niña en la patética carnicería de la caza o en la absoluta psicopatía de disfrutar con el asesinato de un toro en una plaza es un modo de violencia que muchas veces está incluso penada por la ley; quien educa de ese modo es una delincuente y algún día será ajusticiada por ello, quien vulnera la inocencia incluso con sus propias hijas no es menos que una degenerada, un animal menor únicamente amparado por la legislación actual, únicamente por ella.

Entretanto estas reflexiones van y vienen la inocencia absoluta es masacrada cotidianamente con la indiferencia de las buenas personas, que afirman un poco confusas que nada se puede hacer cuando resulta que ya se está haciendo, por mano de millones de personas que renuncian a violar bebés, a matar niñas, a comer y usar animales…, a defender la inocencia. A partir de la defensa de la inocencia, todo lo demás es posible.



Defendiendo la inocencia todo es posible, quería dejarlo escrito.

Autor: Xavi Bayle

www.liberaong.org

liebreblanca
27-oct-2009, 01:53
la indiferencia de las buenas personas, que afirman un poco confusas que nada se puede hacer cuando resulta que ya se está haciendo, por mano de millones de personas
Eso es lo peor de todo, la gente que se cree buena porque no mata con sus manos, la gente que dice "asi es la vida", y asi se excusa para no hacer nada, no renunciar a nada. Pero la vida no es asi, no es de ninguna manera, es como nosotros la hacemos. Dejar de hacer mal las cosas y culpar a otros.