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JustVegetal
16-oct-2009, 12:42
Wamar, galgo clarividente


Wamar pertenecía al capitán Maris Galli, de Turín. Desde que el amo había
partido para la guerra de Abisinia, el perro había caído víctima de una sombría
desgana, como si presagiara acontecimientos muy tristes. Pasaron meses. Un día -
el 27 de junio -, Wamar dio súbitas señales de gran inquietud: se paseaba por la
casa aullando de modo lastimero, mientras que su mirada consternada parecía
contemplar acontecimientos dolorosos e invisibles. Continuó comportándose así
durante todo el día, y, luego, cambió bruscamente de actitud y fue a tumbarse a
la habitación de su amo, a los pies de su cama vacía, y allí permaneció con los
ojos cerrados, emitiendo, de vez en cuando, algunos débiles gañidos. Le llevaron
alimento, pero lo rehusó. A veces, se levantaba para ir a frotarse contra un
armario en el que estaban guardados los vestidos del amo, y, luego, volvía a
echarse, sacudido de tanto en tanto por temblores. Se mostraba indiferente a las
llamadas, a las caricias, a todo.

De nada sirvieron las atenciones de los familiares del capitán Galli, y ni
siquiera los cuidados del veterinario. Wamar continuó rehusando todo alimento
hasta su muerte, que sobrevino al cabo de unos días. "Ha muerto de inanición",
sentenció el veterinario; y, técnicamente, era verdad. Pero hubiera sido más
justo decir que murió de pena, por efecto de una noticia que le llegó a través
de las misteriosas vías de ese océano que a todos nos pone en comunicación por
debajo del nivel consciente, desde los seres más pequeños a los más grandes. La
misma noticia llegó por conducto oficial a los familiares de Galli, mediante un
telegrama que anunciaba su muerte. El oficial se había extinguido la noche del
27 de junio, a raíz de graves heridas sufridas algunas horas antes en combate.
Desde millares de kilómetros de distancia, su galgo había "asistido", pues, al
desarrollo de tales acontecimientos.

No se trata, repetimos, de observaciones aisladas. En el amplio repertorio de
casos recogidos por Bozzano se refieren varios episodios de este tipo, algunos
de los cuales sugieren la idea precisa de un conocimiento anticipado -por parte
del perro- del suceso trágico a punto de consumarse, y del que el animal
participa manifestando de manera inequívoca su propio dolor. El doctor Gustavo
Geley - que no era un observador desprevenido - escribe: "Nadie que en la
inminencia de trágicas circunstancias haya oído -como lo he oído yo mismo - los
aullidos con que los perros preanuncian la muerte de una persona conseguirá
olvidarlos. He quedado profundamente impresionado".

Olvidemos ahora el entristecedor contenido de estos episodios y detengámonos por
un momento a considerar el elemento común a los varios casos aquí referidos. Ese
elemento parece ser la gran capacidad de identificación (o sea, de amor) que
demuestran estos humildes animalillos, una capacidad tan grande que es capaz de
movilizar las fuerzas más profundas de su psiquismo. Desde el punto de vista
etimológico originario, psique y alma equivalen entre sí, pero son palabras que
no pueden ser usadas porque a algunos les producen fastidio. Descartes, por
ejemplo, no quería ni oír hablar de alma a propósito de los animales, y se dice
que, una vez, empeñado en demostrar su tesis negativa, agarró un gato y lo
precipitó por la ventana.

Tal vez la violencia enfática de ese gesto iba dirigida, más que nada, contra
una voz interna que aconsejaba a Descartes no fiarse demasiado de ciertas
distinciones y especulaciones suyas clarísimas, pero discutibles (así aparecen
hoy) desde más de un punto de vista. En todo caso, es cierto que las tesis
cartesianas tuvieron seguidores entre todos cuantos desde entonces consideraron
a los animales como autómatas, y que, en consecuencia, no tuvieron ningún
inconveniente en comportarse cruelmente con ellos, puesto que los lamentos de
una bestia "no difieren del crujido de una rueda o de un muelle que se rompen".
Hoy, los tiempos han cambiado, por supuesto, pero algo del antiguo prejuicio
subsiste en ciertas ostentaciones de superioridad que el hombre no descuida
nunca hacer respecto de sus pequeños compañeros de viaje.

A los herederos del prejuicio cartesiano los encontramos hoy entre los
defensores del sentido común (y no hay, en verdad, un caso en que haya sido el
propio Descartes quien lo haya elogiado). Es del todo cierto que el animal está
en posición de inferioridad clarísima por lo que se refiere a las dotes del
intelecto consciente y raciocinante, pero nosotros no sabemos qué profundidad
alcanza, por debajo del nivel consciente, el psiquismo animal, del que tan sólo
logramos captar alguna manifestación externa de tipo antropomórfico. Tampoco
podemos excluir que dicho psiquismo tenga libre acceso -mucho más que el
nuestro- a regiones desconocidas de las que el sentido común apenas sospecha la
existencia.

Tal vez tenga razón Boris Noyer cuando escribe: "La búsqueda tenaz de toda forma
de psiquismo parece mucho más urgente, para el hombre, que construir y pilotar
naves espaciales, con la esperanza de alcanzar nuevos mundos poblados por
eventuales superhombres."

LEO TALAMONTI, de su libro "UNIVERSOS PROHIBIDOS"

"En los ojos de un animal, vemos, a menudo, los reflejos de un
mundo escondido y secreto. Ellos nos ponen en comunicación,
como a través de una puerta, con un Universo distinto del nuestro."
G. H. SCHUBERT.