Senyor_X
15-oct-2009, 15:23
Una cosa que tenia escrita desde hace bastante tiempo pero nunca me acordaba de revisar y colgar.
La crueldad en la experimentación con animales al servicio de la prohibición de algunas drogas
Siempre vienen a la cabeza ejemplos bizarros cuando se habla de experimentación en animales. Brutalidad en el trato general, crueldad máxima en la metodologia, nulo respeto por la vida ajena, etcétera... En este tema como en muchos, es fácil encontrarse con variados matices de opiniones con respecto a la finalidad de dichos experimentos, pues hay quien encuentra cierta justificación a dicha experimentación en el caso de medicamentos o vacunas, mientras que prácticamente nadie deberia justificar el testeo de cosméticos de lujo o la confirmación de obviedades cómo que el ácido sulfúrico quema un ojo hasta la retina.
Con todo, hay un campo de experimentación que es especialmente desconocido, pues tristemente en nuestra sociedad aún se trata de un tema tabú. Hablo de la experimentación con drogas prohibidas. Antes de entrar al grano, resultan necesarias algunas aclaraciones con respecto al estatus legal de las llamadas drogas, que resultarán de utilidad al lector profano en tan controvertido tema.
El estatus de global y prácticamente absoluta prohibición de gran cantidad de drogas placenteras, empieza en los años 30 del siglo XX en Estados Unidos, por un complejo conglomerado de intereses, y poco a poco han logrado imponerlo al resto del mundo. Llegada la era Reagan la prohibición se convierte en la actual guerra contra algunas drogas, que fundamentalmente se trata de una guerra contra l@s campesin@s de algunas regiones del mal llamado Tercer Mundo y gran parte de la juventud del peor autoproclamado Primer Mundo.
Para regular el estatus legal de cada planta o sustancia, éstas se recogen en cuatro listas, las cuales restringen la producción y el uso de estas, para el caso que nos interesa, desde prácticamente libre (Lista 4: cafeïna, alcohol...), uso médico mediante receta de mayor o menor complejidad (Lista 3: tranquilizantes más o menos potentes), usos experimentales en humanos (Lista 2: cuanto menos con consentimiento informado y con un estrictísimo código ético) y práctica prohibición excepto para experimentos en animales (lista I: heroina, cocaina...).
Resulta que hay ciertas plantas y sustancias, algunas de ellas con un uso humano documentado cuanto menos, milenario (cannabis, hoja de coca, mdma, cocaina, heroina...), con las cuales es imposible legalmente estudiar los efectos sobre humanos voluntarios o incluso el propio investigador con su propio cuerpo. Solamente se han podido usar en animales.
Casi sobra comentar que incluso para experimentación que cumpla toda la ortodoxia, suele ser muy difícil conseguir todas las autorizaciones necesarias, y si se consiguen, resulta prácticamente imposible conseguir las sustancias, pues está prohibida y perseguida su fabricación.
Emplearé dos ejemplos que valen para ilustrar la situación global, sobre los experimentos que obtienen permisos, financiación y sustancias.
Cualquiera que hable acerca del daño neuronal grave atribuible a la marihuana, lo sepa o no, está refiriéndose a un estudio realizado por un tal Gabriel Nahas, a quien no me parece apropiado llamar doctor, durante los años 70, sobre una muestra de 4 chimpancés, a quienes se les había “invitado a fumarse” mediante mascarilla el equivalente bastantes dosis de humo de marihuana en periodos breves de tiempo.
A ojos de cualquiera con sentido común, el hecho de que el humo fuera de marihuana o de paja de heno resulta anecdótico, pues la muerte neuronal venía producida por la asfixia que le produce a cualquier animal terrestre respirar durante demasiado rato cualquier mezcla de gases con cero contenido en oxigeno y alto contenido de monóxido de carbono. A parte, algunos autores que han revisado los estudios, detectan otras irregularidades metodológicas.
En las conclusiones de este estudio se basan la mayor parte de argumentos utilizados por el lobby de la prohibición para que l@s enferm@s de esclerosis múltiple, cáncer, sida y otras personas normales de a pié puedan verse multad@s por usar una planta. En el estado español y en la mayor parte de Europa, se salda con una multa, pero hay países donde por un porro se puede acabar entre rejas por unos años, o que por medio kilo de marihuana se aplica la pena de muerte.
Más recientemente, se afirmó que cualquier habituado, con disponibilidad suficiente de cocaina, seria incapaz de hacer nada más que meterse y meterse hasta morir. El estudio en el que se basó dicha extrapolación fue realizado sobre una muestra de ratas de laboratorio.
Las ratas, hasta la fecha, no se meten rayas de cocaina, pues, como todo el mundo sabe, no tienen bolsillos para llevar la visa. ¿Cómo lograr que tan dóciles animalillos se “habituen” a la cocaína? Se implanta un catéter hasta el cerebro conectado a una palanca que la rata puede pulsar.
Luego, la rata es privada de comida e incluso agua, hasta que aprende que al pulsar la palanca, pasa algo en su extremadamente dolorida cabecita, que le suprime el hambre, el sueño y le aumenta la actividad a pesar del insufrible y permanente pinchazo en el cerebro y además le reporta placer en cierto modo, con lo cual la ratita, va dándose chutes con la palanca hasta el fin de sus días. De ahí se extrapola que un ser humano, aunque tenga una vida plenamente satisfactoria en todos los aspectos posibles, si un dia se mete un par de rayas, no podrá frenar su ansia de más, hasta morir destrozado orgánica y psíquicamente.
Para intentar medir el “grado de deseo” de la cocaina, a otra muestra de ratas, una vez habituadas por el mismo método, se les restringía la recompensa duplicando cada vez el número de golpes a la palanca. 1 para la primera raya, 2 para la segunda, 4 para la tercera, 8,16, 32, 64... ...1024, 2048, 4096, 8192, 16384... y sucesivamente. De ahí se dedujo, que cualquier humano habituado, haría cualquier cosa por la siguiente raya.
Para convertir estas conclusiones en irrefutables, se estimuló electricamente las areas del cerebro de las pobres ratas sobre las que supuestamente actua la cocaina. En estos estudios se respalda la erradicación forzosa de cocales en Colombia y Perú, la fumigación con pesticidas de millones de hectáreas de espacios de selva...
Sin llegar a las conclusiones opuestas y afirmar sin tapujos la inocuidad de la cocaina, me permito recordar que se trata de un principio activo procedente de una planta que las poblaciones de los Andes han utilizado sin mayores problemas desde la noche de los tiempos. No es lo mismo coca que cocaina como no es lo mismo cerveza que aguardiente, solo que además la hoja en estado natural contiene cantidades notables de vitaminas y minerales, a la par que una cantidad de cocaina cercana al 1%.
Ciertamente, para obtener recursos y autorizaciones oficiales para realizar un estudio sobre drogas, resulta primordial que vaya enfocado a demostrar que son malas, por lo cual será especialmente necesario el empleo de dosis masivas, sistemas de administración altamente invasivos y máxima crueldad para lograr la habituación.
Aún con toda esta premeditación y alevosía, surgen resultados que no resultan del agrado de nuestros prohibidores, pues, por ejemplo, aun no se ha podido determinar una dosis letal para el THC, ni tan siquiera en animales. Quede como anécdota final.
La crueldad en la experimentación con animales al servicio de la prohibición de algunas drogas
Siempre vienen a la cabeza ejemplos bizarros cuando se habla de experimentación en animales. Brutalidad en el trato general, crueldad máxima en la metodologia, nulo respeto por la vida ajena, etcétera... En este tema como en muchos, es fácil encontrarse con variados matices de opiniones con respecto a la finalidad de dichos experimentos, pues hay quien encuentra cierta justificación a dicha experimentación en el caso de medicamentos o vacunas, mientras que prácticamente nadie deberia justificar el testeo de cosméticos de lujo o la confirmación de obviedades cómo que el ácido sulfúrico quema un ojo hasta la retina.
Con todo, hay un campo de experimentación que es especialmente desconocido, pues tristemente en nuestra sociedad aún se trata de un tema tabú. Hablo de la experimentación con drogas prohibidas. Antes de entrar al grano, resultan necesarias algunas aclaraciones con respecto al estatus legal de las llamadas drogas, que resultarán de utilidad al lector profano en tan controvertido tema.
El estatus de global y prácticamente absoluta prohibición de gran cantidad de drogas placenteras, empieza en los años 30 del siglo XX en Estados Unidos, por un complejo conglomerado de intereses, y poco a poco han logrado imponerlo al resto del mundo. Llegada la era Reagan la prohibición se convierte en la actual guerra contra algunas drogas, que fundamentalmente se trata de una guerra contra l@s campesin@s de algunas regiones del mal llamado Tercer Mundo y gran parte de la juventud del peor autoproclamado Primer Mundo.
Para regular el estatus legal de cada planta o sustancia, éstas se recogen en cuatro listas, las cuales restringen la producción y el uso de estas, para el caso que nos interesa, desde prácticamente libre (Lista 4: cafeïna, alcohol...), uso médico mediante receta de mayor o menor complejidad (Lista 3: tranquilizantes más o menos potentes), usos experimentales en humanos (Lista 2: cuanto menos con consentimiento informado y con un estrictísimo código ético) y práctica prohibición excepto para experimentos en animales (lista I: heroina, cocaina...).
Resulta que hay ciertas plantas y sustancias, algunas de ellas con un uso humano documentado cuanto menos, milenario (cannabis, hoja de coca, mdma, cocaina, heroina...), con las cuales es imposible legalmente estudiar los efectos sobre humanos voluntarios o incluso el propio investigador con su propio cuerpo. Solamente se han podido usar en animales.
Casi sobra comentar que incluso para experimentación que cumpla toda la ortodoxia, suele ser muy difícil conseguir todas las autorizaciones necesarias, y si se consiguen, resulta prácticamente imposible conseguir las sustancias, pues está prohibida y perseguida su fabricación.
Emplearé dos ejemplos que valen para ilustrar la situación global, sobre los experimentos que obtienen permisos, financiación y sustancias.
Cualquiera que hable acerca del daño neuronal grave atribuible a la marihuana, lo sepa o no, está refiriéndose a un estudio realizado por un tal Gabriel Nahas, a quien no me parece apropiado llamar doctor, durante los años 70, sobre una muestra de 4 chimpancés, a quienes se les había “invitado a fumarse” mediante mascarilla el equivalente bastantes dosis de humo de marihuana en periodos breves de tiempo.
A ojos de cualquiera con sentido común, el hecho de que el humo fuera de marihuana o de paja de heno resulta anecdótico, pues la muerte neuronal venía producida por la asfixia que le produce a cualquier animal terrestre respirar durante demasiado rato cualquier mezcla de gases con cero contenido en oxigeno y alto contenido de monóxido de carbono. A parte, algunos autores que han revisado los estudios, detectan otras irregularidades metodológicas.
En las conclusiones de este estudio se basan la mayor parte de argumentos utilizados por el lobby de la prohibición para que l@s enferm@s de esclerosis múltiple, cáncer, sida y otras personas normales de a pié puedan verse multad@s por usar una planta. En el estado español y en la mayor parte de Europa, se salda con una multa, pero hay países donde por un porro se puede acabar entre rejas por unos años, o que por medio kilo de marihuana se aplica la pena de muerte.
Más recientemente, se afirmó que cualquier habituado, con disponibilidad suficiente de cocaina, seria incapaz de hacer nada más que meterse y meterse hasta morir. El estudio en el que se basó dicha extrapolación fue realizado sobre una muestra de ratas de laboratorio.
Las ratas, hasta la fecha, no se meten rayas de cocaina, pues, como todo el mundo sabe, no tienen bolsillos para llevar la visa. ¿Cómo lograr que tan dóciles animalillos se “habituen” a la cocaína? Se implanta un catéter hasta el cerebro conectado a una palanca que la rata puede pulsar.
Luego, la rata es privada de comida e incluso agua, hasta que aprende que al pulsar la palanca, pasa algo en su extremadamente dolorida cabecita, que le suprime el hambre, el sueño y le aumenta la actividad a pesar del insufrible y permanente pinchazo en el cerebro y además le reporta placer en cierto modo, con lo cual la ratita, va dándose chutes con la palanca hasta el fin de sus días. De ahí se extrapola que un ser humano, aunque tenga una vida plenamente satisfactoria en todos los aspectos posibles, si un dia se mete un par de rayas, no podrá frenar su ansia de más, hasta morir destrozado orgánica y psíquicamente.
Para intentar medir el “grado de deseo” de la cocaina, a otra muestra de ratas, una vez habituadas por el mismo método, se les restringía la recompensa duplicando cada vez el número de golpes a la palanca. 1 para la primera raya, 2 para la segunda, 4 para la tercera, 8,16, 32, 64... ...1024, 2048, 4096, 8192, 16384... y sucesivamente. De ahí se dedujo, que cualquier humano habituado, haría cualquier cosa por la siguiente raya.
Para convertir estas conclusiones en irrefutables, se estimuló electricamente las areas del cerebro de las pobres ratas sobre las que supuestamente actua la cocaina. En estos estudios se respalda la erradicación forzosa de cocales en Colombia y Perú, la fumigación con pesticidas de millones de hectáreas de espacios de selva...
Sin llegar a las conclusiones opuestas y afirmar sin tapujos la inocuidad de la cocaina, me permito recordar que se trata de un principio activo procedente de una planta que las poblaciones de los Andes han utilizado sin mayores problemas desde la noche de los tiempos. No es lo mismo coca que cocaina como no es lo mismo cerveza que aguardiente, solo que además la hoja en estado natural contiene cantidades notables de vitaminas y minerales, a la par que una cantidad de cocaina cercana al 1%.
Ciertamente, para obtener recursos y autorizaciones oficiales para realizar un estudio sobre drogas, resulta primordial que vaya enfocado a demostrar que son malas, por lo cual será especialmente necesario el empleo de dosis masivas, sistemas de administración altamente invasivos y máxima crueldad para lograr la habituación.
Aún con toda esta premeditación y alevosía, surgen resultados que no resultan del agrado de nuestros prohibidores, pues, por ejemplo, aun no se ha podido determinar una dosis letal para el THC, ni tan siquiera en animales. Quede como anécdota final.