Nulyeta
16-sep-2009, 15:47
Fracaso de público en la 1º corrida en Las Vegas
Esperpento en Las Vegas (http://www.abc.es/20090916/toros-toros/esperpento-vegas-20090916.html)
http://www.abc.es/nacional/prensa/noticias/200909/16/fotos/NAC_TOR_web_41.jpg
REUTERS Julio Benítez «El Cordobés» simula la suerte suprema con una banderilla con velcro
Y por fin se celebró la grandiosa corrida de toros (sic) en Las Vegas. Sonaron clarines y timbales en el cartel que inauguraba las corridas incruentas: El Zotoluco, El Conde y Julio Benítez «El Cordobés». En el complejo ecuestre del hotel-casino South Point, con capacidad para 4.400 personas, no se reunieron ni quinientas. Tal fue el petardo que la charlotada se retrasó una hora para ver si alguien más acudía al reclamo del invento de Don Bull. A los cámaras que retransmitían por internet les rogaban que no sacasen los butacones rojos vacíos: misión imposible.
Los asistentes, que habían desembolsado entre 60 y 600 dólares por un simulacro sin la verdadera esencia de la Fiesta, aguardaban con cierto enfado el arranque. El festejo se había torcido ya con el señor del «traje amarillito» y la impuntualidad en el espectáculo rey de la hora.
No se respiraba gran tensión en el patio de cuadrillas, tipo jaula. Cuando por fin llegó el juez de plaza, hizo el paseíllo la terna de «artistas de la tauromaquia». Antes de los clarines no faltaron los himnos en la conmemoración de la independencia de México, ni los pasodobles, ni por supuesto los mariachis.
Aquello no era el toreo
Los escasos espectadores esperaban con curiosidad la salida del primer morlaco, de la «afamada» ganadería de Manuel Costa, de raíces californianas como las nueces. «Amigo» se llamaba, y el cárdeno tenía menos pitones que el padre de «Bambi». Anunciaba su nombre la tablilla que portaba una cowgirl, de blanco toda, de zapatos a sombrero. Además de la música de los mariachis -con tanta canción de amor y tan poco cuerno, alguno no sabía si era una serenata-, hubo danza: ¡cómo bailaban las manoletinas cuando los animales en lugar de embestir topaban! Evidentemente, a veces la lidia era problemática al no practicarse las suertes en estado puro. Y es que aquello no era el toreo, sino algo totalmente descafeinado, sin las esencias verdaderas de un rito ancestral en el que la vida y la muerte van de la mano. Ni hubo belleza ni emoción; ni mando ni temple.
Un circo irrisorio llegó en banderillas con el torete disfrazado con una banda de velcro de medio metro sobre el lomo, donde se pegaban los arpones. Menuda guasa. Los matadores, perdón, los actores, simulaban también con un rehilete la suerte suprema. Y la parada de cabestros salía luego para conducir el ganado hasta los «toriles» de la ciudad del juego.
Aunque algunos se divirtieron de lo lindo, aquello se precipitó al absurdo cuando se indultó el cuarto toro -bautizado «Nos Veremos»-, el más boyante pero con menos trapío que el borreguito de Norit. Pues vaya un semental, sin catar la suerte de varas. Aunque en el Estado de Nevada siempre queda el rodeo o el tianguis. Menuda imagen de la Fiesta, emitida a través de las ondas para todo el mundo en espejos cóncavos y convexos a lo Valle-Inclán. «Esto no es toreo», dice indignado vía teléfono un aficionado mexicano que no se perdió el «grotesco esperpento».
En la tierra del pecado, tal vez el capital lo cometan los toreros por prestarse a tal pantomima por un puñado de dólares. Y más aún con el huracán anti. Si lo vieron por internet, quizá alguna figura se lo replantee... Hasta los narradores de la cosa no aguantaron por momentos la risa. Eso sí, la terna se marchó por la puerta grande de la «Monumental» de Las Vegas.
Esperpento en Las Vegas (http://www.abc.es/20090916/toros-toros/esperpento-vegas-20090916.html)
http://www.abc.es/nacional/prensa/noticias/200909/16/fotos/NAC_TOR_web_41.jpg
REUTERS Julio Benítez «El Cordobés» simula la suerte suprema con una banderilla con velcro
Y por fin se celebró la grandiosa corrida de toros (sic) en Las Vegas. Sonaron clarines y timbales en el cartel que inauguraba las corridas incruentas: El Zotoluco, El Conde y Julio Benítez «El Cordobés». En el complejo ecuestre del hotel-casino South Point, con capacidad para 4.400 personas, no se reunieron ni quinientas. Tal fue el petardo que la charlotada se retrasó una hora para ver si alguien más acudía al reclamo del invento de Don Bull. A los cámaras que retransmitían por internet les rogaban que no sacasen los butacones rojos vacíos: misión imposible.
Los asistentes, que habían desembolsado entre 60 y 600 dólares por un simulacro sin la verdadera esencia de la Fiesta, aguardaban con cierto enfado el arranque. El festejo se había torcido ya con el señor del «traje amarillito» y la impuntualidad en el espectáculo rey de la hora.
No se respiraba gran tensión en el patio de cuadrillas, tipo jaula. Cuando por fin llegó el juez de plaza, hizo el paseíllo la terna de «artistas de la tauromaquia». Antes de los clarines no faltaron los himnos en la conmemoración de la independencia de México, ni los pasodobles, ni por supuesto los mariachis.
Aquello no era el toreo
Los escasos espectadores esperaban con curiosidad la salida del primer morlaco, de la «afamada» ganadería de Manuel Costa, de raíces californianas como las nueces. «Amigo» se llamaba, y el cárdeno tenía menos pitones que el padre de «Bambi». Anunciaba su nombre la tablilla que portaba una cowgirl, de blanco toda, de zapatos a sombrero. Además de la música de los mariachis -con tanta canción de amor y tan poco cuerno, alguno no sabía si era una serenata-, hubo danza: ¡cómo bailaban las manoletinas cuando los animales en lugar de embestir topaban! Evidentemente, a veces la lidia era problemática al no practicarse las suertes en estado puro. Y es que aquello no era el toreo, sino algo totalmente descafeinado, sin las esencias verdaderas de un rito ancestral en el que la vida y la muerte van de la mano. Ni hubo belleza ni emoción; ni mando ni temple.
Un circo irrisorio llegó en banderillas con el torete disfrazado con una banda de velcro de medio metro sobre el lomo, donde se pegaban los arpones. Menuda guasa. Los matadores, perdón, los actores, simulaban también con un rehilete la suerte suprema. Y la parada de cabestros salía luego para conducir el ganado hasta los «toriles» de la ciudad del juego.
Aunque algunos se divirtieron de lo lindo, aquello se precipitó al absurdo cuando se indultó el cuarto toro -bautizado «Nos Veremos»-, el más boyante pero con menos trapío que el borreguito de Norit. Pues vaya un semental, sin catar la suerte de varas. Aunque en el Estado de Nevada siempre queda el rodeo o el tianguis. Menuda imagen de la Fiesta, emitida a través de las ondas para todo el mundo en espejos cóncavos y convexos a lo Valle-Inclán. «Esto no es toreo», dice indignado vía teléfono un aficionado mexicano que no se perdió el «grotesco esperpento».
En la tierra del pecado, tal vez el capital lo cometan los toreros por prestarse a tal pantomima por un puñado de dólares. Y más aún con el huracán anti. Si lo vieron por internet, quizá alguna figura se lo replantee... Hasta los narradores de la cosa no aguantaron por momentos la risa. Eso sí, la terna se marchó por la puerta grande de la «Monumental» de Las Vegas.