Ver la versión completa : Las ventajas de ser estúpido
Para aquellos que consideren a la especie humana un ser con "derechos adquiridos" sobre las otras especies para su explotación o uso caprichoso. Para aquellos cuyo orgullo antropocéntrico les impide entender aquello que se persigue con las alusiones a la IGUALDAD ANIMAL.
Pego aquí este artículo de la sección CIENCIA de la revista EL CULTURAL, para que aquellos a los que las justificaciones propuestas por individuos que se hacen llamar vegetarianos, les parecen radicales y ridículas.
Para aquellos que prefieran un artículo como el siguiente de origen ajeno a especulaciones promovidas por individuos con tendencias extrañas.
Para que se planteen la situación desde una postura más humilde a la que invita todo comentario que venga aceptado por el imaginario o la "razón" popular en boca de científicos o estudiosos (Ya que los comentarios nacidos de boca de un grupo de raros sólo les sirve para afianzarse en su ignorancia escupiendo todo un compendio de falacias con las que disculparse, con las que cerrar los ojos en favor de la comodidad de dejar las cosas como están o como les apetece).
Que os aproveche y os conmueva a la compasión!
¿Es la estupidez un determinante evolutivo? El catedrático de Fisiología de la Universidad Complutense de Madrid Francisco Mora reflexiona para El Cultural sobre la supervivencia en animales con cerebros grandes y pequeños (como en el caso de la tortuga) y desafía el concepto de superioridad evolutiva.
Al parecer, Charles Darwin, padre de la Teoría de la Evolución, eludía conscientemente utilizar la palabra evolución. Ello era debido a que tal palabra poseía connotaciones, no de cambio, que sí las tiene, sino de cambio con progreso o mejora, lo que para él carecía de un estricto rigor biológico. Es curioso, señalaba Stephen Gould, que Darwin se quedara casi solo en su insistencia en que el cambio orgánico conducía a los individuos sólo a alcanzar una mayor adaptación al medio ambiente sin que ello conllevara ningún ideal abstracto de progreso (definido éste por una mayor complejidad estructural o de ascenso progresivo de lo inferior a lo superior). En otras palabras, Darwin se esforzaba en señalar el hecho, hoy bien sabido, de que los seres vivos, sus genes, mutan, cambian y que tales mutaciones o cambios pasan a los hijos, es decir, se heredan. El éxito o el fracaso de estos cambios, dando lugar a una mayor o nula supervivencia, viene determinado por las condiciones del medio ambiente. En esencia esto indica que el proceso evolutivo es un juego entre mutación genética al azar y un determinante que es el medio ambiente y que en períodos concretos ha favorecido una determinada línea de mutaciones. Nada más. Ver en este proceso un sentido teledirigido hacia un objetivo determinado, por ejemplo la aparición del hombre, es para muchos biólogos, y como señalaba Gould “un prejuicio antropocéntrico de la peor especie” sin fundamento biológico alguno.
A la luz de estas consideraciones sobre evolución y progreso, inferior o superior, cobra sentido aquella pregunta que se hizo Asimov con aparente ingenuidad. ¿Quién está más y mejor capacitado: un hombre o una ostra? Y reconocer que, a pesar de las enormes potencialidades del hombre, si la Tierra fuese de pronto anegada por el agua, el hombre presumiblemente perecería mientras que las ostras sobrevivirían. Así pues, la capacidad o superioridad de una determinada especie no puede ser considerada a menos que ésta se enmarque dentro de un medio ambiente determinado. Y es en este sentido que se cuestiona la idea de que la línea evolutiva que ha dado lugar a un cerebro grande y complejo como el del hombre se considere definitivamente como superior respecto a otras tendencias evolutivas que han llevado a la aparición de un cerebro cada vez más pequeño, presumiblemente estúpido.
Y esto último refiere a que hay diferentes tipos de mamíferos acuáticos y otros animales que, al parecer, han seguido una línea evolutiva con la aparición de un menor tamaño cerebral y una mayor capacidad y tiempo de inmersión en el agua. De hecho el cerebro es el órgano limitante en el consumo de oxígeno, de ahí que a menor tamaño cerebral menor consumo de oxígeno y mayor tiempo de inmersión, lo cual confiere al animal importantes ventajas biológicas, entre ellas un mayor tiempo y capacidad para encontrar alimentos y mayor habilidad para escapar de los depredadores. Lógicamente, estos animales con cerebros pequeños son muy torpes para el desarrollo de ciertas habilidades que requieren de un cerebro grande y complejo. En otras palabras es algo así como si esta línea evolutiva hubiese sacrificado la inteligencia a cambio de una mayor capacidad de supervivencia, o si se quiere, a costa de una relativa estupidez. Es por esto que, bajo ciertas condiciones, la relativa estupidez ha podido ser un determinante evolutivo más poderoso para una serie de especies, y bajo ciertas condiciones, que la relativa inteligencia. Piénsese por ejemplo en la tortuga de agua dulce, un pequeño reptil, capaz de estar sumergida bajo el agua más de una semana y por tanto con un cerebro que funciona en condiciones nulas de oxígeno. Como ha señalado el profesor Eugen Robin, de la Universidad de Stanford “en cierto sentido hay animales que han cortado la línea evolutiva hacia la inteligencia por el desarrollo de una increíble capacidad de soportar una profunda depleción de oxígeno. Cualquiera que sea la sabiduría de esta elección, desde un punto de vista evolutivo, es importante resaltar que la tortuga, por ejemplo, ha sobrevivido como animal estúpido mas de doscientos millones de años”.
Es difícil decidir cuál de las dos características, inteligencia versus estupidez o cerebro grande y complejo versus pequeño y simple, tiene, a la larga, un mayor valor de supervivencia. Presumiblemente ello dependerá de los posibles cambios que ocurran en el medio ambiente a lo largo del tiempo y no pareciera, en este sentido, que las predicciones que se hacen para el año 2050 sean muy optimistas para la especie humana. Y es que, efectivamente, el cúmulo de CO2 en la atmósfera, la destrucción de los grandes bancos de pesca oceánicos y el aumento de la población mundial, puede llegar a tal punto de no retorno que hace cuestionar la “superior inteligencia” humana. En cualquier caso, no parece caber duda de que la tortuga, con sus doscientos millones de años de existencia, ha pasado con sobresaliente por un durísimo banco de pruebas que ha llevado a la extinción a muchísimas especies. Pruebas, por otra parte, de las que la especie humana siquiera tiene un atisbo, con solo el millón de años de su existencia.
MORA, Francisco (El Cultural)
http://www.elcultural.es/historico_articulo.asp?c=19697
Esto me ha recordado un texto que lei,es un fragmento de uno de los ensayos de Michel de Montaigne sobre la inteligencia de los animales, voy a intentar copiar parte del texto
http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/01372719700248615644802/p0000004.htm
(De Michel de Montaigne )
La presunción es nuestra enfermedad natural y original. La más frágil y calamitosa de todas las criaturas es el hombre, y a la vez la más orgullosa: el hombre se siente y se ve colocado aquí bajo, entre el fango y la escoria del mundo, amarrado y clavado a la leer parte del universo, en la última estancia de la vivienda, el más alejado de la bóveda celeste, en compañía de los animales de la peor condición de todas, por bajo de los que vuelan en el aire o nadan en las aguas, y sin embargo se sitúa imaginariamente por cima del círculo de la luna, suponiendo el cielo bajo sus plantas. Por la vanidad misma de tal presunción quiere igualarse a Dios y atribuirse cualidades divinas que elige él mismo; se separa de la multitud de las otras criaturas, aplica las prendas que le acomodan a los demás animales, sus compañeros, y distribuye entre ellos las fuerzas y facultades que tiene a bien ¿Cómo puede conocer por el esfuerzo de su inteligencia los movimientos secretos e internos de los animales? -389- ¿De qué razonamiento se sirve para asegurarse de la pura y sola animalidad que les atribuye? Cuando yo me burlo de mi gata, ¿quién sabe si mi gata se burla de mí más que yo de ella? Nos distraemos con monerías recíprocas; y si yo tengo mi momento de comenzar o de dejar el juego, también ella tiene los suyos. Platón, en su pintura de la edad de oro bajo Saturno, incluye entre los principales privilegios del hombre de aquella época la comunicación que él mismo tenía con los animales, de los cuales recibía instrucción y conocía las cualidades y diferencias de cada uno; por donde adquiría una prudencia e inteligencia perfectas y gobernaba su vida mucho mejor que nosotros pudiéramos hacerlo; ¿precisa encontrar otra prueba de la insensatez humana al juzgar a los animales? Ese profundo autor creo que en la forma corporal de que los dotó la naturaleza, ésta sólo atendió al uso de los pronósticos que de ellos se deducían en su tiempo. Tal defecto, que impide nuestra comunicación recíproca, puede depender tanto de nosotros como de los seres que considerarnos como inferiores. Está por dilucidar de quién es la culpa de que no nos entendamos, pues si nosotros no penetramos las ideas de los animales, tampoco ellos penetran las nuestras, por lo cual pueden considerarnos tan irracionales como nosotros los consideramos a ellos. Y no es maravilla el que no los comprendamos, pues nos ocurre otro tanto, por ejemplo, con los vascos y los trogloditas. Algunos, sin embargo, se vanagloriaron de comprenderlos, entre otros, Apolonio de Tyano, Melampo, Tiresias y Thales. Y puesto que según los cosmógrafos hay naciones que reciben un perro como rey, preciso es que las mismas encuentren algún sentido claro en la voz y movimientos del perro. Preciso es también advertir la correspondencia que existe entre el hombre y los animales: algo conocemos los sentidos de los mismos; sobre poco más o menos el mismo conocimiento que los animales tienen de nosotros, y así vemos que nos acarician, nos amenazan o solicitan algo de nosotros, lo mismo exactamente que nosotros de ellos. Por lo demás, advertirnos con toda evidencia que entre ellos existe una comunicación entera y plena, que se comprenden, y no ya sólo los de una misma especie, sino también los de especies distintas:
Et mutae pecudes, et denique secla ferarum
dissimiles suerunt voces variasque ciere,
quum metus aut dolor est, aut quum jam gaudia gliscunt.577
http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/01372719700248615644802/p0000004.htm
(De Michel de Montaigne, continua)
En cierto ladrido del perro conoce el caballo que el primero está dominado por la cólera, mientras que no le -390- asustan otras modulaciones de su voz. En los animales que se hallan privados de esa facultad, por la comunicación e inteligencia que entre ellos existen, podemos juzgar fácilmente que se entienden, valiéndose para ello de movimientos, que son otras tantas como razones y discursos:
Non alia longe ratione, atque ipsa videtur
protrahere ad gestum pueros infantia linguae.578
¿Y por qué no creerlo así? De la propia suerte que los mudos disputan, argumentan y refieren historias por signos; yo he visto algunos tan habituados y diestros que nada les faltaba para exteriorizar todas sus ideas. Los enamorados regañan, se reconcilian, se dirigen ruegos, se dan las gracias y se comunican con los ojos todas las cosas
E'l silenzio ancor suole
aver prieghi e parole.579
¿Pues y con las manos, cuántas ideas no se expresan? Requerimos, prometemos, llamamos, despedimos, amenazamos, rogamos, suplicamos, negamos, rechazamos, interrogamos, admiramos, nombramos, confesamos, nos arrepentimos, tememos, nos avergonzamos, dudamos, damos instrucciones, mandamos, incitamos, animamos, juramos, testimoniamos, acusamos, condenamos, absolvemos, injuriamos, desdeñamos, desafiamos, nos despechamos, alabamos, aplaudimos, bendecimos, humillamos al prójimo, nos burlamos, nos reconciliamos, recomendamos, exaltamos, festejamos, damos muestras de contento, compartimos el dolor de otro, nos entristecemos, damos muestras de abatimiento, nos desesperamos, nos admiramos, exclamamos, nos callamos; ¿y de qué dejamos de dar muestras con el solo auxilio de las manos, con variedad que nada tiene que envidiar a las modulaciones más delicadas de la voz? Con la cabeza invitamos, aprobamos, desaprobamos, desmentimos damos la bienvenida a alguno, honramos, veneramos: despreciamos, solicitamos, nos lamentamos, acariciamos, hacemos reproches, nos sometemos, desafiamos, exhortamos, amenazamos, aseguramos, inquirimos. Igualmente exteriorizamos lo más recóndito de nuestro ser con las cejas y con los hombros. No hay en nosotros movimiento que no hable, ya un lenguaje inteligible y sin disciplina, ya un lenguaje público; y si atendemos a la peculiar calidad del mismo, fácil nos será considerarlo como más próximo que el articulado de la humana naturaleza. Y no hablo ya de lo que la necesidad enseña inopinadamente a los que de ello han menester echar mano: de los alfabetos -391- que se hacen con los dedos, de las gramáticas cuyos preceptos consisten en la disposición del gesto, ni de las artes que con ellos se ejercen y practican, ni de las naciones que según Plinio no conocen otro lenguaje un embajador de la ciudad de Abdera, después de haber hablado largo tiempo a Agis, rey de Esparta, le dijo: «¿Señor, qué respuesta quieres que lleve a mis conciudadanos? -Les dirás, contestó el soberano, que te dejé decir cuanto quisiste y tanto como quisiste, sin que yo pronunciara una sola palabra.» He aquí un callar que habla de un modo bien inteligible.
Por lo demás, ¿qué facultades reconocemos en nosotros que no veamos bien patentes en las operaciones que los animales practican? ¿Hay organización más perfecta ni más metódica, ni en que presida mayor orden en los cargos y oficios que la de las abejas? La ordenadísima disposición de los actos y labores que las abejas practican, ¿podemos admitirla ni imaginarla sin suponerlas dotadas de razón y discernimiento?
His quidam signis atque haec exempla sequuti,
esse apibus partem divinae mentis, et haustus
aethereos, dixere.580
Las golondrinas, que cuando vuelve la primavera vemos registrar los rincones todos de nuestras casas, ¿buscan sin discernimiento y eligen sin deliberación entre mil lugares aquel que encuentran más cómodo? ¿Y en la admirable contextura de sus construcciones, los pájaros no pueden adoptar ya la forma cuadrada, ya la redonda, bien en forma de ángulo obtuso o recto, sin conocer las condiciones y efectos de cada una de estas formas? ¿Se sirven las aves unas veces del agua y otras de la arcilla, sin saber que la dureza de los cuerpos se reblandece con la humedad? ¿Tapizan de musgo sus viviendas o de plumón, sin considerar que los tiernecillos miembros de sus pequeñuelos encontrarán así mayor blandura y comodidad? ¿Se resguardan del viento y de la lluvia y colocan sus nidos al oriente sin conocer as diferencias de aquéllos ni considerar que los unos les son más favorables que los otros? ¿Por qué la araña espesa su tela en un lugar y en otro la elabora menos fuerte, sirviéndose ya de la más recia, ya de la más débil, si sus movimientos no son reflexivos y deliberados?
De sobra reconocemos en la mayor parte de sus obras multitud de excelencias en los animales de que nosotros carecemos, y cuán débil es toda nuestra habilidad para imitarlos. En nuestras obras, que son menos delicadas, reconocemos las facultades que nos es preciso emplear, el esfuerzo de nuestra alma para la realización de las mismas; -392- ¿por qué de los animales no pensamos lo mismo? ¿por qué atribuimos a no sé qué inclinación natural y baja las obras que sobrepasan lo que nosotros somos incapaces de realizar, ni por naturaleza ni por arte? Con ello, sin advertirlo, les achacamos ventajas inmensas sobre nosotros, puesto que la naturaleza, por virtud de una dulzura maternal, como por la mano, los acompaña y los guía a la práctica de todos los actos y comodidades de su vida, al par que a nosotros nos abandona al azar y a la fortuna, y nos obliga a mendigar por arte todo aquello que necesitamos para nuestra conservación, y nos rechaza siempre los medios de alcanzar, ni siquiera por la más violenta contención de espíritu, a la natural habilidad de los animales, de suerte que la brutal estupidez de éstos sobrepasa en comodidades de todo género cuanto nuestra divina inteligencia alcanza; atendido lo cual, tendríamos razón llamando a la naturaleza madrastra cruel o injustísima; pero nos equivocaríamos, pues nuestra manera de ser no es tan desordenada ni deforme.
La naturaleza cuida universalmente por igual de todas sus criaturas y ninguna hay a quien no haya provisto suficientemente de todos los recursos necesarios para la conservación de su ser, pues las vulgares quejas que oigo proferir a los hombres (como la licencia de sus opiniones tan pronto los eleva por cima de las nubes como los rebaja a los antípodas), de que nosotros somos el solo animal desnudo sobre la tierra desnuda; ligado, agarrotado, no teniendo nada con que armarse ni cubrirse, sino los despojos de los otros seres, y de que a todas las demás especies la naturaleza las revistió de conchas, corteza, pelo, lana, púas, cuero, borra, pluma, escamas o seda según las necesidades de cada una, o las armó de garras, dientes y cuernos para la defensa y el ataque, al par que las instruyó en todo cuanto les es pertinente, como nadar, correr, volar y cantar, mientras que el hombre no sabe ni andar, ni hablar, ni comer sin aprendizaje previo, y por sí solo únicamente a llorar acierta:
Tum porro puer, ut saevis projectus ab undis
navita, nudus humi jacet, infans, indigus omni
vitali auxilio, quum primum in luminis oras
nixibus ex alvo matris natura profudit,
vagituque locum lugubri complet; ut aequum est,
cui tantum in vita restet transire malorum?
At variae crescunt pecudes, armenta, feraeque,
nec crepitacula eis opus est, nec cuiquam adhibenda est
almae nutricis blanda atque infracta loquela;
nec varias quaerunt vestes pro tempore caeli;
denique non armis opus est, non moenibus altis,
queis sua tutentur, quando omnibus omnia large
tellus ipsa parit, naturaque daedala rerum581:
http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/01372719700248615644802/p0000004.htm
(de Michel de Montaigne, continua)
[me salto del 582 al 589 podeis verlo en el enlace , que esto es muy largo, continuo desde el 590]
[...] ¿Por qué aseguramos que sólo el hombre dispone de conocimiento y de ciencia, que se sirve de uno y otro para discernir de las cosas que le son útiles o dañosas para la conservación de su salud o para la curación de sus enfermedades, y que sólo a la especie humana es dado conocer las virtudes del ruibarbo o del polipodio? Cuando vemos que las cabras de Candia, después de haber recibido alguna herida, eligen entre mil y mil hierbas el fresnillo para su curación; cuando la tortuga se come la víbora, busca al punto el orégano para purgarse; al dragón limpiarse y aclararse los ojos con el hinojo; a la cigüeña echarse lavativas con agua de la playa; a los elefantes, no sólo arrancarse las flechas de su propio cuerpo y extraerlas del de sus compañeros, sino también de sus amos, de lo cual da testimonio el del rey Poro, a quien venció Alejandro. Los dardos y venablos que recibieran en el combate se los quitan con destreza tal, que nosotros no acertaríamos a hacerlo con igual suavidad. ¿Por qué, pues, no decir igualmente que tales artes son hijas también de ciencia y discernimiento? Alegar, para deprimirlas, que obedecen sólo a maestría natural, no es despojarlas de aquellos dictados, es, por el contrario, dotar a los animales de mayor suma de razón que la que nosotros tenemos, puesto que, sin aprendizaje, disponen de tan singular destreza. El filósofo Crisipo, que no favorecía mucho las cualidades de inteligencia de los animales, menos que ningún otro filósofo, considerando los movimientos del perro que ha perdido a su amo o persigue cualquier presa, y se encuentra en una encrucijada a la cual concurren tres caminos diferentes, y al ver que el animal olfatea un camino y luego otro, y después de haberse asegurado de ambos sin encontrar las huellas que busca, se lanza por el tercero sin titubear, no puede menos de confesar que ese perro raciocina del modo siguiente: «He seguido la huella de mi amo hasta esta encrucijada, necesariamente ha debido partir después por uno de estos tres caminos, y como no pasó por éste ni por el otro, preciso es que haya tomado el de más allá.» Asegurándose el can, sigue diciendo el filósofo, en la conclusión a que su argumento le lleva, ya no se sirve de su olfato para examinar el tercer camino, ni para nada lo sondea, sino que se deja llevar por la fuerza de su razón. -400- Ese rasgo, puramente dialéctico, ese uso de proposiciones divididas y conjuntas, en que no se echa de menos la enumeración suficiente de las partes, ¿no vale tanto que el perro lo conozca por sí mismo como por la doctrina del sabio Trebizonda591?
Sin embargo, los animales tampoco son incapaces de recibir la instrucción humana; enseñamos a hablar a los mirlos, cuervos y loritos. Esta facilidad que en ellos reconocemos de suministrarnos su voz cadenciosa, testifica que esos pájaros están dotados de raciocinio, el cual les hace capaces de disciplina y voluntad para aprender a emitir sonidos articulados. A todos nos admira el ver la diversidad de monadas como los titiriteros enseñan a sus perros; las danzas en que no dejan de ejecutar ni una sola cadencia del son que escuchan, tantos movimientos y saltos como ejecutan a la voz que se les dirige. Todavía contemplo yo con admiración mayor los perros que sirven de guía a los ciegos, lo mismo en los campos que en las ciudades; ved cómo se detienen en determinadas puertas donde acostumbran a dar limosna a sus amos, cómo evitan el encuentro con toda suerte de vehículos al atravesar los sitios en que a primera vista parece haber lugar suficiente para pasar. Yo he visto a un perro que acompañaba a un ciego a lo largo de un foso, abandonar un sendero cómodo y tomar otro camino peor para apartar a su amo del peligro. ¿Cómo se había hecho comprender a aquel animal que su misión era solamente la de mirar por la seguridad de su amo, haciendo caso omiso de su comodidad por servirle? ¿Por qué medio había conocido que tal ruta, suficientemente espaciosa para él, no lo sería para un ciego? ¿Puede todo esto comprenderse sin raciocinio ni discernimiento?
No hay que olvidar tampoco el perro que Plutarco cuenta haber visto en Roma en el teatro de Marcelo, hallándose en compañía del emperador Vespasiano, el padre. Ese perro pertenecía a un titiritero, que era también actor, y el animal tomaba parte en las representaciones como su amo Entre otras cosas, era preciso que hiciera el muerto durante algunos minutos, a causa de haber comido cierta droga: después de tragado el pan con que se simulaba el veneno, comenzaba a tiritar y a temblar como si estuviera aturdido; finalmente, se dejaba caer redondo, como sin vida, y consentía que le arrastrasen de un lugar a otro, conforme el argumento de la obra lo exigía; luego, cuando echaba de ver que la oportunidad era llegada, empezaba primero a moverse, cual si despertara de un sueño profundo, y levantando la cabeza miraba a todos lados de un modo que dejaba pasmados a todos los asistentes.
-401-
Los bueyes que trabajaban en los jardines reales de Susa, hacían dar vueltas a enormes ruedas para elevar el agua; a esas ruedas estaban sujetos los alcahuciles (muchas máquinas semejantes se ven en el Languedoc). Habíaseles enseñado a dar cien vueltas cada día, y tan hechos estaban que no fueran más ni menos, que no había medio humano de hacerles dar una más. Cuando llegaban a la ciento se detenían instantáneamente. El hombre necesita encontrarse en la adolescencia para saber contar hasta ciento, y las naciones recientemente descubiertas no tienen idea alguna de la numeración.
http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/01372719700248615644802/p0000004.htm
(De Michel de Montaigne, continua)
Mayor fuerza de raciocinio supone dar instrucción a otro que recibiría; de suerte que, dejando a un lado lo que Demócrito asegura y prueba de que la mayor parte de las artes las hemos recibido de los animales, como por ejemplo: el tejer y el coser, de la araña; el edificar, de la golondrina; la música, del cisne y del ruiseñor, y de la imitación de otros animales aprendimos la medicina, Aristóteles afirma que los ruiseñores enseñan el canto a sus pequeñuelos, empleando para ello tiempo y desvelos, por donde se explica que los que nosotros enjaulamos pierden mucho en la gracia de su canto, porque no aprendieron con sus padres. De aquí podemos deducir que esos pajarillos realzan su habilidad con el estudio y la disciplina, y aun entre los que vuelan en libertad no hay dos cuyo canto sea idéntico: cada uno aprovechó la lección conforme a su capacidad. Por la rivalidad del aprendizaje entran en lucha los unos con los otros, con ímpetu y arrojo tales, que a veces el vencido fenece falto de aliento, del cual se priva antes que de la voz. Los más jovenzuelos rumian pensativos y se esfuerzan en imitar algún fragmento del canto; oye el discípulo la lección de su preceptor y la repite con el mayor esmero; los unos permanecen mudos mientras los otros cantan y todos atienden a la corrección de los defectos, y a veces sienten los resultados de las reprensiones del maestro. Arriano cuenta haber visto un elefante de cuyos muslos pendían dos címbalos y otro sujeto a la trompa; al son de los tres, sus compañeros danzaban en derredor del músico, agachándose o levantándose, según las cadencias que la orquesta marcaba, y cuya armonía era gratísima. En las diversiones públicas de Roma se veían ordinariamente elefantes adiestrados en el movimiento y la danza, que ejecutaban al son de la voz; veíaseles también bailar en parejas adoptando posturas caprichosas, muy, difíciles de aprender. Otros había que ensayaban su lección y que se ejercitaban solos para recordarla y no ser castigados por el maestro.
La historia de la urraca, de que nos habla y da fe Plutarco, merece también particular mención. Teníala un barbero, en Roma, en su establecimiento, y el animalito hacía -402- maravillas imitando cuantos sonidos oía. Ocurrió que, en una ocasión, se detuvieron frente a la tienda unos trompeteros que tocaron largo tiempo; después de haberlos oído, todo el día siguiente la urraca permaneció pensativa, muda y melancólica, de lo cual todo el mundo estaba maravillado, pensando que el sonido de las trompetas la habría aturdido, y que, con su oído, su canto hubiera quedado extinto; pero al fin descubrieron que, en realidad, la urraca estaba sumida en profundas meditaciones, abstraída en sí misma, ejercitando su espíritu y preparando su voz para imitar la música de aquellos instrumentos; así que lo primero que hizo después de su silencio, fue remedar perfectamente el toque de las trompetas con todos sus altos y bajos, y vencido ya el nuevo aprendizaje, desdeñó como insignificantes sus habilidades anteriores.
Tampoco quiero dejarme en el tintero el caso de un perro que Plutarco dice haber visto (y bien advierto que no procedo con mucho orden en mis ejemplos, pero téngase en cuenta que lo mismo hago en todo mi libro). Hallábase Plutarco en un navío y se fijó en un perro que hacía grandes esfuerzos por beber el aceite que estaba en el fondo de una vasija, donde no podía alcanzar con su lengua a causa de la angostura de la boca del cacharro; el can se procuró piedras que metió dentro de la vasija hasta que el líquido rebosó, y pudo con toda comodidad tenerlo a su alcance. ¿Qué acusan esas faenas, sino un entendimiento dotado de la mayor sutileza? Dícese que los cuervos de Berbería hacen lo propio cuando el agua que quieren beber está demasiado baja. Estos casos se asemejan a lo que refería de los elefantes un rey del país donde estos animales viven: cuando por la destreza de los cazadores uno de aquéllos cae en los profundos fosos que se les preparan, que se cubren luego de broza menuda para atraparlos, los demás llevan, con diligencia suma, gran cantidad de piedras y madera, a fin de que con tal argucia pueda escapar el prisionero. Pero los actos de estos animales se relacionan por tantos otros puntos con la habilidad humana, que si fuera a detallar menudamente cuanto de ellos la experiencia nos enseña, probaría fácilmente mi aserto, esto es, que existe mayor diferencia de tal a cual hombre, que la que se encuentra entre tal hombre y tal animal. Un individuo, a cuya guarda estaba encomendado un elefante en una casa de Siria, robaba en cada comida de su pupilo la mitad del pienso que tenía orden de darle; un día quiso el propio amo servir la comida al animal, y vertió en el pesebre la medida cabal que había prescrito para su alimentación; el elefante miró con malos ojos a su desconocido servidor y separó con su trompa y puso a un lado la mitad, declarando con ello el engaño de que venía siendo víctima. Otro que estaba a cargo de un individuo que ponía piedras en el -403- pesebre para aumentar la medida, aproximose al puchero donde hervía la carne para su cena y lo llenó de ceniza. Ambos sucedidos sólo son casos aislados, mas lo que todo el mundo ha visto y todo el mundo sabe, es que en los ejércitos que guerreaban en los países de Levante, una de las resistencias mayores la constituían los elefantes, de los cuales se obtenían resultados, sin ponderación mayores que los que se alcanzan hoy con la artillería, que, con escasa diferencia, hace sus veces en una batalla bien conducida (puedan juzgar de esto más fácilmente los que conocen la historia antigua):
Siquidem Tyrio servire solebant
Annibali, et nostris ducibus, regique Molosso,
horum majores, ot dorso ferre cohortes,
partem aliquam belli, et euntem in praelia turrim.592
Necesario era que los romanos tuvieran cabal confianza en la habilidad de aquellos animales y en sus facultades reflexivas para dejar a su albedrío la vanguardia de un ejército, precisamente el lugar en que la menor parada que hubieran hecho, el más insignificante incidente que les hubiera obligado a volver la cabeza hacia sus gentes, habría bastado para desquiciarlo todo, a causa del enorme tamaño y del peso de sus cuerpos. Menos ejemplos se vieron de que los elefantes se lanzasen sobre las tropas a quienes habían de ayudar, que ocasiones hemos visto de pelear y matarse entre sí los soldados de un mismo bando. Encomendábaseles la ejecución, no sólo de movimientos sencillos, sino también de operaciones complicadas. Análogos servicios prestaban los perros a los españoles en la conquista de las Indias, y los pagaban sueldo y los daban participación en el botín. Estos animales mostraban tanta destreza y juicio en la persecución y vencimiento de sus enemigos y en el logro de la victoria, en avanzar o retroceder, según los casos, en distinguir los amigos de los enemigos, como de ardor y valentía
El hombre admira y se fija más en las cosas peregrinas y singulares que en las ordinarias. Por esta razón me he detenido en enumerar tantas que son prodigiosas. A mi ver, quien examinara de cerca cuanto vemos entre los animales que viven entre nosotros, encontraría sucesos tan admirables como los que se nos dice que acontecieron en países y siglos remotos. Idéntica es la naturaleza, e inalterable es su curso: el que hubiera concienzudamente penetrado el estado actual de la misma, podría con seguridad conocer las leyes que se cumplieron en el pasado y seguirán en lo porvenir cumpliéndose. Yo he visto algunos hombres entre -404- nosotros, que vinieron por mar de lejanas tierras, y como no entendíamos nada de su lenguaje, y porque sus maneras, su continente, sus vestidos, no guardaban ninguna analogía con los nuestros, todos los considerábamos como brutos y salvajes; todos achacábamos a estupidez y animalidad el verlos mudos, ignorantes de la lengua francesa, ignorantes de nuestros besamanos y de nuestras reverencias rastreras, de nuestro porte y modales, en los cuales, según nuestro modo de ver, debe tomar su patrón la naturaleza humana. Cuanto se nos antoja extraño lo condenamos sin remisión, y hacemos lo mismo con todo lo que no entendemos, como sucede con las ideas que de los animales nos formamos. Tienen éstos muchas cualidades que se asemejan a las nuestras, que se relacionan con nuestro modo de ser, y sólo de ellas por comparación podemos formarnos una idea más o menos conjetural; mas de las que les son peculiares y características, ¿qué conocimiento tenemos? Los caballos, los perros, los bueyes, las ovejas, los pájaros y la mayor parte de los animales que viven con el hombre, reconocen nuestra voz y la obedecen; todavía hacía más la murena de Craso, que se acercaba a su mano cuando la llamaba, y lo propio hacen las anguilas de la fuente de Aretusa
[y lo dejo aquí que me parece que se me ha ido la mano copiando y pegando solo añadir que sto fue escrito sobre el 1595]
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