sujal
23-ago-2008, 06:40
EL MONO Nº 100
Durante la década de los años 50 se realizaron unos estudios en un archipiélago de islas pertenecientes al Japón habitadas por colonias de la especie Macaca fuscata, un tipo de mono oriundo a esta región del mundo. El macaco japonés, o mono de nieve, como mejor se le conoce, es un mono de tamaño mediano con facciones increíblemente humanas, el cual vive a través del Japón en todo tipo de climas, desde zonas subtropicales con temperaturas templadas, hasta áreas heladas y montañosas (es el mono que más lejos vive del ecuador en el planeta). Debido a su alto nivel social dentro de sus colonias este mono ha sido objeto de todo tipo de investigaciones por parte de primatólogos, antropólogos y hasta estadísticos, los cuales han usado todo tipo de herramientas para observar la evolución de comportamiento entre estos macacos, en grupos e individualmente.
En el 1952 algo interesantísimo sucedió en la isla de Koshima, una de las tantas islas al oeste del Japón habitadas por este mono. En aquel entonces un grupo de científicos japoneses iban todos los días a un área de la playa en donde dejaban comida para una de las colonias de macacos. La razón por la cual hacían esto era para atraer a los monos al descubierto y así poder observarlos más de cerca. Uno de los macacos era una hembra de 18 meses de edad a la cual bautizaron con el nombre de Imo. Los científicos se dieron cuenta que a esta monita no le gustaba el sabor de la arena de la playa en su comida, y que un día comenzó a llevar las batatas que ellos le traían a una quebradita cercana para lavarlas. En par de días su madre comenzó a hacer lo mismo, luego de que ella le enseñara ese truco de lavar las batatas, y más tarde, el resto de los compañeros de juego de la monita se unieron al nuevo hábito de limpiar la arena de la comida en la quebrada. Eventualmente los compañeros de juego de Imo también le enseñaron a sus madres este nuevo hábito, así que todos los macacos cercanos a Imo, de una manera u otra comenzaron a disfrutar del sabor de las batatas sin la arena. En par de meses Imo aprendió otro nuevo truco, el cual también fue aprendido por su madre, sus compañeros de juego, y sus madres: Imo comenzó a limpiar y a remojar las batatas en el agua de mar entre mordida y mordida, lo cual le daba un sabor salado a su manjar dulce.
Este comportamiento se limitó por unos años a las amistades de Imo y a sus madres, aunque poco a poco lo fueron aprendiendo otros miembros de la colonia. Entonces, un día en el otoño del 1958 lo inesperado tomó lugar. No se sabe si fue el mono número ochenta, o el número noventa, o si fue el mono número ciento cincuenta – el número exacto no se sabe, pero los investigadores decidieron llamarlo el mono número cien. Ese hipotético centésimo mono por fin un día aprendió el comportamiento de lavar las batatas en agua salada, y de repente, de la noche a la mañana, el resto de la colonia comenzó a lavar su comida en el agua de mar. Pero no sólo eso: en par de días otros científicos comenzaron a reportar el mismo comportamiento en otras colonias de macacos en otras islas, en sitios en donde el comportamiento de lavar la comida en agua salada era totalmente desconocido.
Las implicaciones de las observaciones en estas colonias de monos tienen unas ramificaciones extensas. Parecería que de manera que un conocimiento se expanda a través de las masas, que primero tiene que haber un mono número cien, una masa crítica de individuos que atengan ese conocimiento, para que así entonces el resto de las masas sean iluminadas con la luz de ese conocimiento. Este comportamiento ha sido observado en otras especies del reino animal, incluyendo por ejemplo el particular comportamiento del Parus caeruleus en Gran Bretaña, una especie de pájaros silvestres los cuales en cuestión de semanas aprendieron a picotear las tapitas de papel de aluminio que cubrían las botellas de leche que los lecheros dejaban al intemperie en sus rutas a domicilios, también durante la década de los 50’s. Un comporatmiento que originalmente fue sólo observado en una sola vecindad, y que eventualmente se regó por todo el país.
Entre los humanos este fenómeno también ha sido observado, pero no ha sido cuantificado ni sistemáticamente analizado. Durante este pasado siglo han sucedido distintas ocurrencias en las cuales científicos en distintas partes del mundo hacen un mismo descubrimiento, o cuando escritores en distintas localidades publican temas similares sin siquiera haber tenido contacto previo. Sin embargo, estos sucesos han sido clasificados como meras casualidades.
Durante la década de los años 50 se realizaron unos estudios en un archipiélago de islas pertenecientes al Japón habitadas por colonias de la especie Macaca fuscata, un tipo de mono oriundo a esta región del mundo. El macaco japonés, o mono de nieve, como mejor se le conoce, es un mono de tamaño mediano con facciones increíblemente humanas, el cual vive a través del Japón en todo tipo de climas, desde zonas subtropicales con temperaturas templadas, hasta áreas heladas y montañosas (es el mono que más lejos vive del ecuador en el planeta). Debido a su alto nivel social dentro de sus colonias este mono ha sido objeto de todo tipo de investigaciones por parte de primatólogos, antropólogos y hasta estadísticos, los cuales han usado todo tipo de herramientas para observar la evolución de comportamiento entre estos macacos, en grupos e individualmente.
En el 1952 algo interesantísimo sucedió en la isla de Koshima, una de las tantas islas al oeste del Japón habitadas por este mono. En aquel entonces un grupo de científicos japoneses iban todos los días a un área de la playa en donde dejaban comida para una de las colonias de macacos. La razón por la cual hacían esto era para atraer a los monos al descubierto y así poder observarlos más de cerca. Uno de los macacos era una hembra de 18 meses de edad a la cual bautizaron con el nombre de Imo. Los científicos se dieron cuenta que a esta monita no le gustaba el sabor de la arena de la playa en su comida, y que un día comenzó a llevar las batatas que ellos le traían a una quebradita cercana para lavarlas. En par de días su madre comenzó a hacer lo mismo, luego de que ella le enseñara ese truco de lavar las batatas, y más tarde, el resto de los compañeros de juego de la monita se unieron al nuevo hábito de limpiar la arena de la comida en la quebrada. Eventualmente los compañeros de juego de Imo también le enseñaron a sus madres este nuevo hábito, así que todos los macacos cercanos a Imo, de una manera u otra comenzaron a disfrutar del sabor de las batatas sin la arena. En par de meses Imo aprendió otro nuevo truco, el cual también fue aprendido por su madre, sus compañeros de juego, y sus madres: Imo comenzó a limpiar y a remojar las batatas en el agua de mar entre mordida y mordida, lo cual le daba un sabor salado a su manjar dulce.
Este comportamiento se limitó por unos años a las amistades de Imo y a sus madres, aunque poco a poco lo fueron aprendiendo otros miembros de la colonia. Entonces, un día en el otoño del 1958 lo inesperado tomó lugar. No se sabe si fue el mono número ochenta, o el número noventa, o si fue el mono número ciento cincuenta – el número exacto no se sabe, pero los investigadores decidieron llamarlo el mono número cien. Ese hipotético centésimo mono por fin un día aprendió el comportamiento de lavar las batatas en agua salada, y de repente, de la noche a la mañana, el resto de la colonia comenzó a lavar su comida en el agua de mar. Pero no sólo eso: en par de días otros científicos comenzaron a reportar el mismo comportamiento en otras colonias de macacos en otras islas, en sitios en donde el comportamiento de lavar la comida en agua salada era totalmente desconocido.
Las implicaciones de las observaciones en estas colonias de monos tienen unas ramificaciones extensas. Parecería que de manera que un conocimiento se expanda a través de las masas, que primero tiene que haber un mono número cien, una masa crítica de individuos que atengan ese conocimiento, para que así entonces el resto de las masas sean iluminadas con la luz de ese conocimiento. Este comportamiento ha sido observado en otras especies del reino animal, incluyendo por ejemplo el particular comportamiento del Parus caeruleus en Gran Bretaña, una especie de pájaros silvestres los cuales en cuestión de semanas aprendieron a picotear las tapitas de papel de aluminio que cubrían las botellas de leche que los lecheros dejaban al intemperie en sus rutas a domicilios, también durante la década de los 50’s. Un comporatmiento que originalmente fue sólo observado en una sola vecindad, y que eventualmente se regó por todo el país.
Entre los humanos este fenómeno también ha sido observado, pero no ha sido cuantificado ni sistemáticamente analizado. Durante este pasado siglo han sucedido distintas ocurrencias en las cuales científicos en distintas partes del mundo hacen un mismo descubrimiento, o cuando escritores en distintas localidades publican temas similares sin siquiera haber tenido contacto previo. Sin embargo, estos sucesos han sido clasificados como meras casualidades.