Jesuz
18-oct-2006, 14:29
Patronato del Toro de la Vega. Tordesillas (Valladolid)
Por segundo año consecutivo, el secular festejo del Toro de la Vega ha
venido desarrollándose en Tordesillas entre la polémica y la controversia.
Frente a quienes defendemos el legado antropológico de los antepasados como
muestra de nuestra propia identidad como pueblo, de nuestra idiosincrasia,
de nuestra historia y, en definitiva, de nuestra españolidad, los
tordesillanos nos hemos visto obligados de nuevo a soportar el acoso de
aquellos que, desde una perspectiva simplista, hipócrita y egoísta, han
decidido, desde hace tiempo, utilizarnos como objeto principal de sus
reivindicaciones, para así poder alcanzar mayores cotas de protagonismo y
popularidad en medio del confusionismo cultural existente hoy día entre las
diferentes capas de nuestra desnaturalizada sociedad y, de ese modo, poder
aspirar a continuar medrando en ella de modo permanente. Simplista porque:
frente al cúmulo de desgracias y ataques indiscriminados que diariamente se
dan en medio de amplios sectores enormemente necesitados de la
humanidad -donde niños, ancianos, mujeres, e incluso los propios hombres, se
ven discriminados a causa de múltiples prejuicios de todo tipo -, el
planteamiento de una lucha como esta -criticar el espectáculo del Toro de la
Vega -, se nos antoja una actitud demasiado trivial, con una altura de miras
que sólo cabe ser calificada de ridícula. Hipócrita porque: no es cierto que
lo que pretendan sea proteger al toro de lidia, en general, de la brutalidad
que el ser humano pueda ejercer sobre él en sus múltiples facetas; lo que
buscan en realidad es utilizar el alma de los acontecimientos
importantes -nuestro festejo popular, por ejemplo- como argumento para
justificar su propia existencia asociativa en medio del entramado político
en el que se mueven, y así, poder demostrar que sirven realmente a una causa
justa. Pero lo cierto es que con ello están contribuyendo a todo lo
contrario, pues ayudan a destruir no sólo el folículo que da origen al
fenómeno del aculturamiento social, sino una serie de planteamientos que
proporcionan solidez y estabilidad económica a nuestro país gracias,
precisamente, a la existencia del toro bravo, que, de otra forma, estaría
condenado a desaparecer. Egoísta, porque estos grupos -por otro lado tan
insignificantes como dañinos -, además de no tener oficio ni beneficio,
sobreviven gracias a un fanatismo extremo e injustificable, que alimentan a
base de ejercitar un oficio muy antiguo y conocido, como es el de ser
parásito, pedidor de limosnas por propia voluntad, indigente social sin
escrúpulos, y, en algunos casos, oidor y leedor de basuras, etc., que es lo
mismo que decir que están ahí porque el sistema tiene por costumbre
habilitar cada ejercicio una serie de fondos presupuestarios para que
gentes -gentuzas, que dirían otros- como estas, puedan dedicarse a vivir
como ricos turistas, del cuento, a costa de la beneficencia fiscal que le
otorgan los impuestos que los demás pagamos. Y, en última instancia,
obligados a soportar su acoso, porque: quienes han de velar políticamente
por el cumplimiento de los derechos constitucionales insisten en consentir
que se practique ese deber obviando los peligros que el ejercicio de los
mismos puede conllevar, al permitir que los mismos tengan lugar en una fecha
concreta y no habilitando cualquier otra, tal vez, menos problemática.
No hay nada en el alma de los tordesillanos, que tenga relación con la
fiesta que anualmente celebran en honor a la Virgen de la Peña, que deba ser
para ellos; motivo de vergüenza; sólo el hecho de tener que soportar a la
fuerza -porque alguna disposición así lo determinó en su momento -, que una
banda de delincuentes -y digo bien, delincuentes -, se empeñe en provocar,
insultar, vilipendiar, difamar,... impunemente a todo un pueblo. Los
calificativos emitidos: por los manifestantes contra cuantos, de una u otra
forma, pertenecen a la muy antigua, ilustre, nobilísima, coronada y leal
villa de Tordesillas se repiten indiscriminadamente en boca de las hienas,
que repetidamente se empeñan en buscar carroña en donde no hay sitio sino
para la honra y el honor. y todo ello, bajo la aparente anuencia y
consentimiento de quienes se avienen al silencio, esperando que el tiempo
haga, como siempre, su fatídica labor de borrar de las frágiles memorias lo
que ocurre cada domingo de La Peña.
Las insistentes quejas de los tordesillanos en contra de lo que cada año
viene
sucediendo en este sentido apunta, a menudo, sobre la presunción de una
cierta labor de zapa de alguno/s, que está acrecentando el temor, cada vez
más justificado, a que nuestro tradicional festejo del Toro de la Vega se
vea afectado fatalmente por las andanadas de estos grupúsculos, contrarios e
insensibles a su celebración. Sin embargo, de lo que no parecen darse cuenta
es de que lo que resulta auténticamente peligroso es convertirse, siquiera
inconscientemente, en cómplices no ya del silencio, sino del beneplácito que
algún partido político viene mostrando abiertamente y desde hace tiempo
hacia todo cuanto se refiera ir en contra de nuestra fiesta nacional o de
nuestra españolidad. Sin duda, nuestro tradicional Toro de la Vega debe
significar algo demasiado emblemático para que se convierta en punta de
lanza (y nunca mejor dicho) para acabar con la cultura taurina en España.
Por eso, quienes amamos nuestras raíces y nuestra fiesta, no debemos
cruzamos de brazos ni aguardar a que transcurra otro año, esperando que todo
se olvide y, tras trescientos sesenta y cinco días, ya nadie se acuerde de
que los antitaurinos existen, de lo que realmente son y de lo que persiguen.
Hasta ahora, el pacifismo y la cordura han predominado sobre la desfachatez
con que se nos ridiculiza y ataca. Pero hay ocasiones en que la pasividad no
es suficiente, y se hace preciso tomar parte activa en la defensa de lo que
consideramos nuestro. En este sentido, exigir de nuestros representantes
democráticos legítimamente elegidos que sean expresión clara y viva de las
demandas de la voluntad popular, hará que afloren, sin temor y sin
prejuicios, los auténticos valores que nos hacen dignos de los títulos que
adornan nuestro escudo.
Otra cosa sería engañamos a nosotros mismos. Alguien dijo: "la cobardía
jamás ha ganado guerra alguna". Cuanto está sucediendo no debe convertirse
inexorablemente en una confrontación. Pero de que permanezcamos firmes en
nuestras convicciones dependerá que nuestras tradiciones, con mayor o menor
sentido, sean respetadas o aparcadas en el pozo del olvido, y de que nuestro
Toro de la Vega continúe existiendo como hasta hoy y, si cabe, con mayor
fuerza aún.
VIVA EL TORO DE LA VEGA!!
Patronato del Toro de la Vega. Tordesillas (Valladolid)
¿Idiosincrasia? ¿historia? ¿propia identidad como pueblo? Yo diría que este individuo no conoce el real significado de estas palabras o frases. Quizá el día que se daba eso en clase... no asistió.
Por segundo año consecutivo, el secular festejo del Toro de la Vega ha
venido desarrollándose en Tordesillas entre la polémica y la controversia.
Frente a quienes defendemos el legado antropológico de los antepasados como
muestra de nuestra propia identidad como pueblo, de nuestra idiosincrasia,
de nuestra historia y, en definitiva, de nuestra españolidad, los
tordesillanos nos hemos visto obligados de nuevo a soportar el acoso de
aquellos que, desde una perspectiva simplista, hipócrita y egoísta, han
decidido, desde hace tiempo, utilizarnos como objeto principal de sus
reivindicaciones, para así poder alcanzar mayores cotas de protagonismo y
popularidad en medio del confusionismo cultural existente hoy día entre las
diferentes capas de nuestra desnaturalizada sociedad y, de ese modo, poder
aspirar a continuar medrando en ella de modo permanente. Simplista porque:
frente al cúmulo de desgracias y ataques indiscriminados que diariamente se
dan en medio de amplios sectores enormemente necesitados de la
humanidad -donde niños, ancianos, mujeres, e incluso los propios hombres, se
ven discriminados a causa de múltiples prejuicios de todo tipo -, el
planteamiento de una lucha como esta -criticar el espectáculo del Toro de la
Vega -, se nos antoja una actitud demasiado trivial, con una altura de miras
que sólo cabe ser calificada de ridícula. Hipócrita porque: no es cierto que
lo que pretendan sea proteger al toro de lidia, en general, de la brutalidad
que el ser humano pueda ejercer sobre él en sus múltiples facetas; lo que
buscan en realidad es utilizar el alma de los acontecimientos
importantes -nuestro festejo popular, por ejemplo- como argumento para
justificar su propia existencia asociativa en medio del entramado político
en el que se mueven, y así, poder demostrar que sirven realmente a una causa
justa. Pero lo cierto es que con ello están contribuyendo a todo lo
contrario, pues ayudan a destruir no sólo el folículo que da origen al
fenómeno del aculturamiento social, sino una serie de planteamientos que
proporcionan solidez y estabilidad económica a nuestro país gracias,
precisamente, a la existencia del toro bravo, que, de otra forma, estaría
condenado a desaparecer. Egoísta, porque estos grupos -por otro lado tan
insignificantes como dañinos -, además de no tener oficio ni beneficio,
sobreviven gracias a un fanatismo extremo e injustificable, que alimentan a
base de ejercitar un oficio muy antiguo y conocido, como es el de ser
parásito, pedidor de limosnas por propia voluntad, indigente social sin
escrúpulos, y, en algunos casos, oidor y leedor de basuras, etc., que es lo
mismo que decir que están ahí porque el sistema tiene por costumbre
habilitar cada ejercicio una serie de fondos presupuestarios para que
gentes -gentuzas, que dirían otros- como estas, puedan dedicarse a vivir
como ricos turistas, del cuento, a costa de la beneficencia fiscal que le
otorgan los impuestos que los demás pagamos. Y, en última instancia,
obligados a soportar su acoso, porque: quienes han de velar políticamente
por el cumplimiento de los derechos constitucionales insisten en consentir
que se practique ese deber obviando los peligros que el ejercicio de los
mismos puede conllevar, al permitir que los mismos tengan lugar en una fecha
concreta y no habilitando cualquier otra, tal vez, menos problemática.
No hay nada en el alma de los tordesillanos, que tenga relación con la
fiesta que anualmente celebran en honor a la Virgen de la Peña, que deba ser
para ellos; motivo de vergüenza; sólo el hecho de tener que soportar a la
fuerza -porque alguna disposición así lo determinó en su momento -, que una
banda de delincuentes -y digo bien, delincuentes -, se empeñe en provocar,
insultar, vilipendiar, difamar,... impunemente a todo un pueblo. Los
calificativos emitidos: por los manifestantes contra cuantos, de una u otra
forma, pertenecen a la muy antigua, ilustre, nobilísima, coronada y leal
villa de Tordesillas se repiten indiscriminadamente en boca de las hienas,
que repetidamente se empeñan en buscar carroña en donde no hay sitio sino
para la honra y el honor. y todo ello, bajo la aparente anuencia y
consentimiento de quienes se avienen al silencio, esperando que el tiempo
haga, como siempre, su fatídica labor de borrar de las frágiles memorias lo
que ocurre cada domingo de La Peña.
Las insistentes quejas de los tordesillanos en contra de lo que cada año
viene
sucediendo en este sentido apunta, a menudo, sobre la presunción de una
cierta labor de zapa de alguno/s, que está acrecentando el temor, cada vez
más justificado, a que nuestro tradicional festejo del Toro de la Vega se
vea afectado fatalmente por las andanadas de estos grupúsculos, contrarios e
insensibles a su celebración. Sin embargo, de lo que no parecen darse cuenta
es de que lo que resulta auténticamente peligroso es convertirse, siquiera
inconscientemente, en cómplices no ya del silencio, sino del beneplácito que
algún partido político viene mostrando abiertamente y desde hace tiempo
hacia todo cuanto se refiera ir en contra de nuestra fiesta nacional o de
nuestra españolidad. Sin duda, nuestro tradicional Toro de la Vega debe
significar algo demasiado emblemático para que se convierta en punta de
lanza (y nunca mejor dicho) para acabar con la cultura taurina en España.
Por eso, quienes amamos nuestras raíces y nuestra fiesta, no debemos
cruzamos de brazos ni aguardar a que transcurra otro año, esperando que todo
se olvide y, tras trescientos sesenta y cinco días, ya nadie se acuerde de
que los antitaurinos existen, de lo que realmente son y de lo que persiguen.
Hasta ahora, el pacifismo y la cordura han predominado sobre la desfachatez
con que se nos ridiculiza y ataca. Pero hay ocasiones en que la pasividad no
es suficiente, y se hace preciso tomar parte activa en la defensa de lo que
consideramos nuestro. En este sentido, exigir de nuestros representantes
democráticos legítimamente elegidos que sean expresión clara y viva de las
demandas de la voluntad popular, hará que afloren, sin temor y sin
prejuicios, los auténticos valores que nos hacen dignos de los títulos que
adornan nuestro escudo.
Otra cosa sería engañamos a nosotros mismos. Alguien dijo: "la cobardía
jamás ha ganado guerra alguna". Cuanto está sucediendo no debe convertirse
inexorablemente en una confrontación. Pero de que permanezcamos firmes en
nuestras convicciones dependerá que nuestras tradiciones, con mayor o menor
sentido, sean respetadas o aparcadas en el pozo del olvido, y de que nuestro
Toro de la Vega continúe existiendo como hasta hoy y, si cabe, con mayor
fuerza aún.
VIVA EL TORO DE LA VEGA!!
Patronato del Toro de la Vega. Tordesillas (Valladolid)
¿Idiosincrasia? ¿historia? ¿propia identidad como pueblo? Yo diría que este individuo no conoce el real significado de estas palabras o frases. Quizá el día que se daba eso en clase... no asistió.