Todos los días, a todas horas, en todo lugar, debo escuchar tal apabullante retahíla de sandeces a las que ni me molesto en oponer informaciones que haya podido estudiar si me competía el tema. Desde mi profesor de Filosofía de la Praxis arremetiendo contra el feminismo porque -dizque- afirma que "las mujeres son iguales en todo aspecto y sentido a los hombres" hasta elogiando a Juan Manuel Santos por hacer que la FARC apoyase su candidatura. Desde mi abuela quejándose de que Maduro diera asilo a refugiados sirios hasta mi padre diciendo que si bebo mucha agua, me limpiará el cuerpo y me quedaré sin vitaminas. Desde estudiantes de mi escuela que afirman que si eres de izquierda es que apoyas a Stalin hasta gente que cree que si eres homosexual es porque tienes un conflicto con el progenitor de tu mismo sexo.
Ahora resulta que si esas boberías me agotan e intento dejar de escucharlas es porque deseo coartar el derecho individual a emitir opiniones e, inclusive, porque resulta que siempre quiero tener razón o quedar encima en los debates.
Lo que hay que leer, ¿no?
Sí: estoy personalizando. Advierto que donde me sitúo yo, puedo situar a cualquier otro.