Últimamente he observado, en diversas conversaciones que he llevado a cabo con agitación como consecuencia, la polémica que levanta la comparativa, ya casi convertida en cliché animalista, de la analogía entre la “conducta Nazi” y el comportamiento humano para con los demás animales, comparativa a mi parecer muy acertada dentro de un ámbito de similitudes, y que cuenta con un fuerte simbolismo debido al concepto histórico/cultural que encierra el Nacionalsocialismo alemán, convertido casi en tabú social y en una representación impactante en la memoria colectiva.
No hace falta entrar a debatir sobre la mísera y detestable opresión que ejerció el régimen Nacionalsocialista sobre un amplio espectro de seres que, por diversas diferencias, se consideraban en oposición a la estrecha definición nazi de la “nación”, opresión realizada mediante una implacable política de higiene racial u otros elementos claramente discriminatorios y autoritarios.
Partiendo de la notoria y extensa crítica que podemos extraer del ideal Nacionalsocialista, me gustaría debatir mi idea sobre dicha comparación como método de afrontar y responder al revuelo que crea esta asimilación de actitudes, normalmente entre gente con claros comportamientos especistas, y que se sienten así fuertemente atacados por el impacto que crea en su esquema de valores.
La frase “Para los animales todos los humanos somos Nazis” encierra una relación clara y directa entre determinadas actitudes del comportamiento humano y su relación para con los animales de otras especies. A nivel análogo pretende crear una comparación paralela, que sirva para comprender de manera más radical la existencia de una dinámica de explotación a semejantes por el mero hecho de poseer determinadas diferencias, muchas de ellas cuestionables, y sin duda, superficiales.
Esta realidad se manifiesta tanto en comportamientos de explotación animal así como en el régimen Nazi, con claros ejemplos destacables, como puede ser la reclusión de seres en contra de su voluntad en campos de producción constante, en pésimas condiciones de confinamiento en masa que generan factores perjudiciales para estos esclavos como enfermedades físicas y mentales, y por supuesto, sin juicios ni veredictos de ningún tipo más allá de determinadas diferencias impuestas por una idea deforme. ¿De quién estamos hablando? Tanto un judío como una gallina se sentirían identificados con estos datos, y recordarían con horror sus respectivas presencias, bien en un campo de concentración situado en la actual Polonia y gestionado por la Alemania Nazi, bien en una granja intensiva de Gallinas ponedoras situada en Burgos y administrada por una familia de avicultores. Ambos no son más que un número, desposeídos de su identidad y de su capacidad de decidir sobre sus vidas ven como son explotados, esclavizados e incluso asesinados para obtener un supuesto beneficio, convertidos así en productos dominados por las exigencias de aquellos que impusieron su concepción mísera sobre sus semejantes, olvidando que estos sienten y sufren de similar manera a sus propios explotadores.
En este aspecto toda colaboración con esta explotación convierte al colaborador en cómplice, en “verdugo” del explotado. Al igual que no solo los dirigentes Nazis son causa y culpa de lo que aconteció bajo este régimen, no son únicamente los avicultores los causantes de la mísera vida de las gallinas ponedoras. Colaborar, propagar y perpetuar este esquema puede realizarse tanto mediante la exaltación de una idea ajena como mediante el consumo de un producto determinado. Creo que todos, actualmente, desecharíamos la idea de consumir jabón, botones o almohadas obtenidos mediante el sufrimiento perpetuo de víctimas del holocausto.
Por tanto animo a que el escándalo que genera esta comparación se continúe creando, ya no como una “ofensiva” inconcebible por parte de aquellos que se ven atacados y comparados con el Nazismo, si no como algo escandaloso que debe cesar, que se debe abolir, de manera radical y directa, sin importar el tipo de víctima que esté sufriendo la explotación.
“El trabajo os hace libres” reza la inscripción de entrada en Auschwitz que recibió a miles de prisioneros en este centro de exterminio. No ha resultado cierto. Para los demás animales, tampoco.
“Auschwitz comienza siempre que alguien mira un matadero y piensa: son sólo animales”.
Theodoro Adorno, un filósofo judío alemán, exiliado por los nazis.
Vía: Utopía Creativa