En nuestra sociedad la gente se pregunta cada vez con mayor frecuencia qué relación puede haber entre el amor de dos jóvenes y la ley del matrimonio; qué necesidad tiene de "vincularse" el amor, que es todo impulso y espontaneidad. Así, son cada vez más numerosos quienes rechazan la institución del matrimonio y optan por el llamado amor libre o la simple convivencia de hecho. Sólo si se descubre la relación profunda y vital que hay entre ley y amor, entre decisión e institución, se puede responder correctamente a esas preguntas y dar a los jóvenes un motivo convincente para "vincularse" a amar para siempre y no tener miedo a hacer del amor un "deber".
"Sólo cuando existe el deber de amar —apuntó el filósofo que, después de Platón, ha escrito las cosas más bellas sobre el amor, Kierkegaard—, sólo entonces el amor está garantizado para siempre contra cualquier alteración; eternamente liberado en feliz independencia; asegurado en eterna bienaventuranza contra cualquier desesperación"[13]. El sentido de estas palabras es que la persona que ama, cuanto más intensamente ama, tanto más percibe con angustia el peligro que corre su amor. Peligro que no viene de otros, sino de ella misma. Sabe bien que es voluble, y que mañana, ¡ay!, podría cansarse y no amar más, o cambiar el objeto de su amor. Y ya que, ahora que está en la luz del amor, ve con claridad la pérdida irreparable que esto comportaría, he aquí que se previene "atándose" a amar con el vínculo del deber y anclando, de este modo, en la eternidad su acto de amor realizado en el tiempo.
Ulises deseaba volver a ver su patria y a su esposa, pero tenía que atravesar el lugar de las sirenas, que hechizaban a los navegantes con su canto y los llevaban a estrellarse contra las rocas. ¿Qué hizo? Mandó que lo ataran al mástil de la nave, después de haber tapado con cera los oídos a sus compañeros. Al llegar a ese lugar, hechizado, pedía a gritos que lo desataran para poder alcanzar a las sirenas, pero sus compañeros no podían oírlo, y así pudo volver a ver su patria y volver a abrazar a su esposa y a su hijo[14]. Es un mito, pero ayuda a entender el porqué, también humano y existencial, del matrimonio "indisoluble" y, en un plano diferente, de los votos religiosos.
El deber de amar protege al amor de la "desesperación" y lo hace "feliz e independiente" en el sentido de que protege de la desesperación de no poder amar para siempre. Dadme un verdadero enamorado —decía el mismo pensador— y él os dirá si, en amor, existe oposición entre placer y deber, si el pensamiento de "deber" amar para toda la vida procura al amante temor y angustia, o más bien gozo y felicidad total.
13] S. Kierkegaard, Gli atti dell´amore, I, 2, 40, ed. a cargo de C. Fabro, Milán 1983, pp. 177 ss.
[14] Cf. Odisea, canto XII.