El cáncer se alimenta de azúcar
por Patrick Quillin, PHD, RD, CNS
Patrick Quillin, Ph.D., R.D., C.N.S., es Director de Nutrición de los “Centros de Tratamiento del Cáncer en América” en Tulsa, Okla, y autor de “Vencer el Cáncer mediante la Nutrición” (Nutrition Times Press, 1998).
Durante los últimos 10 años he trabajado con más de 500 pacientes con cáncer como director de nutrición de los “Centros de Tratamiento contra el cáncer en América”, en Tulsa, Okla. Me sorprende cómo no se tiene en cuenta el simple concepto de que “el cáncer se alimenta de azúcar” dentro de un plan de tratamiento integral del cáncer. De los 4 millones de pacientes con cáncer que han sido tratados hoy en América, casi a ninguno se le ofrece una terapia de nutrición con base científica más allá de recomendarles que coman “alimentos saludables”. La mayoría de los pacientes con los que trabajo no han sido asesorados nutricionalmente. Creo que muchos pacientes de cáncer mejorarían mucho si controlaran el aporte del combustible favorito de cáncer, la glucosa. Al disminuir la tasa de crecimiento del cáncer, los pacientes permiten a sus sistemas inmunológicos y a las terapias médicas (quimioterapia, radiación y cirugía para reducir la masa del tumor) vencer a la enfermedad. Controlar los niveles de glucosa mediante dietas, suplementos nutricionales, ejercicios, meditación, y medicamentos cuando sea necesario, puede ser uno de los componentes más cruciales en un programa de recuperación del cáncer. La cantinela que “el azúcar alimenta al cáncer” es simple. Sin embargo, la explicación resulta un poco más compleja.
En 1931 el premio Nobel en medicina German Otto Warburg, descubrió por primera vez que las células cancerígenas tienen un metabolismo energético diferente comparado al de las células sanas. El quid de las tesis de este premio Nobel era que los tumores malignos, al contrario que los tejidos normales, presentan frecuentemente un incremento en la glicólisis anaeróbica – un proceso en el que las células cancerígenas usan la glucosa como carburante y obtienen como producto de deshecho ácido láctico. Posteriormente, esta gran cantidad de ácido láctico generado por la fermentación de la glucosa de las células cancerígenas es transportada al hígado. Esta conversión de glucosa en lactato genera un pH más ácido en los tejidos cancerígenos, así como fatiga generalizada derivada de la elaboración del ácido láctico. Así, los tumores grandes tienden a exhibir un pH más ácido. Este ineficiente proceso de metabolismo energético produce únicamente 2 moles de adenosín trifosfato de energía por un mol de glucosa. Extrayendo solamente alrededor del 5% (2 con respecto a 38 moles de ATP) de la energía disponible en los alimentos y en los almacenes de energía del cuerpo, el cáncer está desperdiciando energía, y el paciente se encuentra cansado y mal nutrido. Esta es la razón por la cual el 40% de los pacientes de cáncer mueren de malnutrición o cachesia.
De ahí que las terapias contra el cáncer deban regular los niveles de glucosa a través de la dieta, suplementos nutricionales, soluciones no orales para los pacientes con cachesia que han perdido el apetito, medicación, ejercicio, pérdida gradual de peso y reducción del estrés.
En este punto del proceso cancerígeno, una orientación profesional acompañada de la auto disciplina del paciente son cruciales. El objetivo no es eliminar azúcares o carbohidratos de la dieta sino mantener los niveles de glucosa en unos márgenes estrechos para conseguir matar de inanición al cáncer y fortalecer el sistema inmunológico.
El índice glicémico mide como un determinado alimento afecta los niveles de glucosa en sangre, asignando a cada alimento un número dentro de una clasificación. Cuanto menor sea la puntuación obtenida más lento será el proceso de digestión y asimilación, lo que implica una absorción más gradual de los azúcares en la sangre. De forma paralela, una puntuación elevada significa que los niveles de glucosa se incrementan de forma rápida, lo que estimula al páncreas a segregar insulina para bajar los niveles de azúcar. Esta rápida fluctuación de los niveles de azúcar en sangre es contraproducente debido al estrés que genera en el cuerpo.
El azúcar en el cuerpo y la dieta
El azúcar es un término genérico usado para identificar a los carbohidratos simples, lo que incluye monosacáridos como la fructosa, glucosa y galactosa; y disacáridos como la maltosa y la sucrosa (azúcar de mesa). Piense en estos azúcares como ladrillos de diferentes tamaños en una pared. Si la fructosa es el monosacárido dominante en la pared, se considera que el índice glicémico es más saludable, ya que este azúcar simple es absorbido lentamente en el intestino, para pasar después a convertirse en glucosa en el hígado. Lo que resulta en una lenta absorción de los alimentos que ofrece un incremento y un descenso más gradual en los niveles de insulina. Si la glucosa es el monosacárido predominante en la pared de ladrillos, el índice glicémico será más alto, y, por tanto, menos saludable para el individuo. Cuando la pared de ladrillos se rompe durante la digestión, la glucosa es impulsada a través de la pared intestinal directamente al flujo sanguíneo, elevando rápidamente los niveles de glucosa. En otras palabras, hay una “ventana de eficiencia” para la glucosa en la sangre: niveles demasiado bajos le hacen sentir a uno letárgico y pueden derivar en hipoglucemia; niveles demasiado altos crean picos hiperglucémicos característicos de los diabéticos.
En 1997 los estándares para los niveles de glucosa en sangre de la Asociación de Diabéticos Americanos establecía una cantidad de 126 mg de glucosa por decilitro en la sangre o mayor en una persona diabética. Menos de 110 mg/dL era considerado normal, entre estos dos valores se consideraba que la persona padecía de intolerancia a la glucosa.
Sin embargo, se ha estimado que las dietas paleolíticas de nuestros antepasados, que consistían en carnes magras, verduras y pequeñas cantidades de cereales, nueces, semillas y frutas, producían unos niveles de glucosa entre 60 y 90 mg/dL. Obviamente, las dietas de hoy en día con unos niveles tan altos en azúcar están teniendo efectos poco saludables en lo que concierne al azúcar en sangre. El exceso de glucosa en sangre puede contribuir a la proliferación de la cándida, deterioro de los vasos sanguíneos, enfermedades cardiacas y otros problemas. Entender y utilizar el índice glicémico es un importante aspecto a tener en cuanta al confeccionar la dieta de los pacientes con cáncer. Sin embargo, existe también evidencia que los azúcares pueden alimentar al cáncer de forma más eficiente que los almidones (formados por largas cadenas de azúcares simples), por lo que centrarse únicamente en el índice glicémico puede ser engañoso. Un estudio con ratas alimentadas con raciones que contenían una cantidad equivalente de calorías procedentes de azúcares y almidones encontró que las ratas con una dieta alta en azúcares desarrollaban más casos de cáncer de pecho. El índice glicémico es una herramienta útil para guiar al paciente hacia una dieta más saludable, pero no es infalible. Si sólo se usa el índice glicémico se puede deducir que una taza de azúcar blanco es más sano que una patata asada. Eso es así porque el índice glicémico de una comida azucarada puede ser menor que el de un alimento rico en almidón. Para asegurarse, recomiendo tomar menos fruta, más verdura y la eliminación de los azúcares no refinados en la dieta de los pacientes con cáncer.
(...)