Hola!
Es un trozo de un artículo de Llum Quiñonero http://www.llumquinonero.es/2009/11/...a-ser-feliz-ii del que resalto la frasota: "Las soluciones pasan por devolver valor a la tierra y al sentido de nuestra pertenencia al linaje humano como parte de la Naturaleza" y me gusta mucho cómo pone de manifiesto una realidad en la que creo desde hace tiempo, que sólo puede llegar una alternativa global (social, vital, económica...) desde lo femenino (lo femenino como punto de vista, como forma de ver la realidad, no hace falta ser mujer, porque todxs tenemos algo de ambos sexos, se trata de revalorizar nuestra parte femenina) y desde la ecología, o mejor, desde el ecoveganismo.
Volver a la escala humana
“Destrozamos la belleza de los campos porque los esplendores no explotados de la naturaleza no tienen valor económico. Seríamos capaces de apagar el sol y las estrellas porque no nos dan dividendos”, dijo Keines, el economista que tanto influyó en las políticas que abrieron para el capitalismo el camino de la democracia y del estado de bienestar… que ahora parece haber entrado en un callejón ¿sin salida? Las semillas transgénicas patentadas arrasan tierras y se tragan la diversidad, los biocombustibles, lejos de ser una solución a la falta de recursos energéticos, agravan la crisis alimentaria; la ocupación de los territorios más bellos para usos turísticos arruínan los paisajes y esquilma el agua, un bien escaso. La tierra no puede ser una mercancía patentada.. La ciudad, la sociedad, la vida debe recuperar la escala humana.
Se habla de cambio de paradigma: no sólo hay una crisis económica, hay una crisis científica, de valores, de percepciones. La crisis, dicen los expertos, no es una crisis coyuntural sino sistémica. La ilusión de prosperidad – de la que hemos disfrutado una parte de la humanidad durante las décadas finales del siglo XX – ha llegado a su fin tras décadas de gestación de nuevas alternativas. Se habla de problemas globales y se buscan nuevas soluciones que permitan la convivencia de las partes, bajo el principio moral del respeto a la tierra y sus recursos y en defensa de una armonía posible entre sexos, culturas y modos de entender a Dios. Un doloroso parto.
Dicen que la inteligencia es la capacidad de los seres humanos para adaptarse al medio. Y el medio en que ahora respiramos es una atmósfera contaminada en proceso de cambio. Por fin, las propuestas ecologistas, las iniciativas de las feministas y de aquellos que ocupaba la periferia del sistema empiezan a oírse sin distorsiones.
Las sociedades contemporáneas se han dotados de normas que nos remiten al respeto a los derechos humanos. Un principio moral que han reclamado para sí pueblos, razas y la totalidad del sexo femenino, con sus diferencias culturales y de clase incluidas.
Las mujeres, a penas en el siglo XX, han comenzado a lograr reconocimiento que las leyes habían otorgado solo a los hombres o a un neutro humano que no nombraba lo femenino.
Los retos que afrontamos pasan por una redefinición que considere lo privado y lo pequeño, en su grandeza, como parte de la cosa pública y esencial. Las soluciones pasan por devolver valor a la tierra y al sentido de nuestra pertenencia al linaje humano como parte de la Naturaleza.
No hay política social que pueda definirse sin considerar la organización de la vida privada. El cuidado, la alimentación, la educación, el abrigo, la higiene, el descanso, los horarios no son asuntos privados porque hacen referencia a la esencia de la vida y de la cultura. Los retos pasan por recuperar y reivindicar el amor a los nuestros, y lo hermoso de ponerles en camino, para que atraviesen sus propias incertidumbres, y esperarles de regreso a casa. Para que puedan escuchar historias de amor como la de José Mascaró a Aitana: Estás aquí para ser feliz, le dice. Así que hay que ponerse manos a la obra y afrontar una a una las dificultades que tenemos por delante, que como decía mi abuela Encarna Esteve, y no la de Pavarotti, “la faena no se hace sola”.