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EL SENTIDO DE LA EDUCACIÓN
Por Ernst Friedrich Schumacher
E. F. Schumacher, un notable economista germano-británico, es autor de "Lo pequeño es hermoso"; una obra que, publicada en 1973 y traducida a más de veinte idiomas, ejerció una importante influencia en la segunda mitad del siglo XX.
Schumacher estudió en Oxford y fue profesor en la Columbia University de New York. En un abierto repudio al gobierno nacional-socialista abandonó su país en 1936 para radicarse definitivamente en Inglaterra. Entre 1950 a 1970 fue consejero económico del Consejo Nacional del carbón de Inglaterra. Se convirtió en un experto en el desarrollo de zonas rurales; asimismo, fue consultor del gobierno de la India y de otros países del Tercer Mundo.
Una de sus propuestas más importantes consiste en el fomento de las "tecnologías intermedias", tecnologías que demandan menor inversión de capital y no exigen un gran consumo de materias primas. Para catalizar esta iniciativa creó en 1966 el ITDG (Intermediate Technology Development Group).
En este momento de Este Mundo, en Temakel, presentamos un capítulo de Lo pequeño es hermoso, donde Schumacher manifiesta su condición no sólo de economista sino también de pensador de la cultura. La crisis de una sociedad desigual, la incapacidad para la construcción de una sociedad que garantice la igualdad y la felicidad, surgen de profundos problemas culturales. Y de una de extendida actitud que Schumacher llama "antimetafísica". La centralidad del tema educativo es subrayada por el humanista Schumacher en toda su profunda significación, cuando en el texto que sigue a continuación, manifiesta: "Los problemas de la educación son meros reflejos de los problemas más profundos de nuestra época. Esos problemas no pueden resolverlos la organización, la administración o la inversión de dinero, a pesar de que no negamos la importancia de todas estas cosas. Estamos sufriendo de una enfermedad metafísica y la cura debe ser por lo tanto metafísica. Una educación que no consiga clarificar nuestras convicciones centrales es meramente un entrenamiento o un juego. Porque son nuestras convicciones centrales las que están en desorden y mientras la presente actitud antimetafísica persista, tal desorden irá de mal en peor".
E.I
EL SENTIDO DE LA EDUCACIÓN
Texto perteneciente a "Lo pequeño es hermoso"
Por E.F.Schumacher
A lo largo de la historia y virtualmente en todas las partes de la tierra los hombres han vivido, se han multiplicado y han creado alguna forma de subsistencia y algo que compartir. Las civilizaciones se han construido, han florecido y, en la mayoría de los casos, han declinado y perecido. Éste no es el lugar apropiado para discutir por qué han perecido, pero podemos afirmar que debe haber habido alguna falta de recursos. En la mayoría de los casos nuevas civilizaciones surgieron sobre el mismo terreno, lo que sería bastante incomprensible si sólo hubieran sido los recursos materiales los que hubiesen fallado. ¿Cómo podrían haberse reconstituido esos recursos por sí mismos?
Toda la historia (como toda la experiencia) apunta al hecho de que es el hombre y no la naturaleza quien proporciona los recursos primarios, que el factor clave de todo desarrollo económico proviene de la mente del hombre. De repente, hay una explosión de coraje, de iniciativa, de invención, de actividad constructiva, no en un solo campo, sino en muchos campos a la misma vez. Puede ser que nadie esté en condiciones de decir de dónde proviene originariamente, pero sí podemos ver cómo se mantiene y se refuerza a sí mismo a través de la educación. En un sentido muy real, por lo tanto, podemos decir que la educación es el más vital de los recursos.
Si la civilización occidental está en un estado de permanente crisis, no es nada antojadizo sugerir que podría haber algo equivocado en su educación. Ninguna civilización, estoy seguro, ha dedicado más energía y recursos para la educación organizada, y aunque no creyéramos absolutamente en nada, sí creemos que la educación es, o debiera ser, la llave de todas las cosas. En realidad, la fe en la educación es tan fuerte que la consideramos como la destinataria residual de todos nuestros problemas. Si la era nuclear acarrea nuevos peligros, si el avance de la ingeniería genética abre las puertas a nuevos abusos, si el consumismo trae consigo nuevas tentaciones, la respuesta debe ser más y mejor educación. La forma moderna de vida está convirtiéndose en algo cada vez más complejo y esto significa que todos deben obtener una educación más elevada. «Para 1984 —se ha dicho recientemente— será de esperar que para el más común de los hombres no sea un motivo de embarazo el usar una tabla de logaritmos, los conceptos elementales del cálculo, y el uso de palabras tales como electrón, coulomb y voltio. Aún más, entonces será capaz de utilizar no sólo una pluma, un lápiz y una regla, sino también la cinta magnética, la válvula y el transistor. El mejoramiento de las comunicaciones entre los individuos y los grupos depende de ello.» Por encima de todo, se diría que la situación internacional reclama esfuerzos educacionales prodigiosos. La declaración clásica sobre este tema fue pronunciada por Sir Charles (ahora Lord) Snow en su «Rede Lecture» hace algunos años: «Decir que debemos educarnos o morir es un poco más melodramático de lo justificado por los hechos. Decir que debemos educarnos o de lo contrario observar un declive pronunciado en nuestra vida está más cerca de lo correcto.» De acuerdo con Lord Snow, a los rusos les va mucho mejor que a ningún otro y «tendrán una clara ventaja, a menos que los americanos y nosotros nos eduquemos con cordura e imaginación».
Como se recordará, Lord Snow habló acerca de «Las Dos Culturas y la Revolución Científica» y expresó su preocupación de que «la vida intelectual de la sociedad occidental como un todo se está dividiendo cada vez más en dos grupos polarizados... En un polo tenemos los intelectuales literarios..., en el otro los científicos». Deplora el «vacío de incomprensión mutua» entre estos dos grupos y desea tender un puente entre ambos. Es evidente la forma como piensa que esta operación debería hacerse; los objetivos de su política educacional serían, en primer lugar, tener tantos «científicos de primera fila como el país pueda producir»; segundo, entrenar «un estrato más grande de profesionales de primera» para hacer la investigación de apoyo, el diseño y el desarrollo posterior; tercero, entrenar «miles y miles» de otros científicos e ingenieros; y finalmente, entrenar «políticos, administradores, una comunidad entera, que tenga suficientes conocimientos científicos como para saber de qué están hablando los hombres de ciencia». Si este cuarto y último grupo puede por lo menos ser educado lo suficiente como para «tener una idea» de aquello sobre lo que la gente que cuenta, los científicos y los ingenieros, están hablando, Lord Snow parece sugerir que el vacío de incomprensión mutua entre las «dos culturas» puede salvarse.
Estas ideas sobre educación, que son sin duda poco representativas de nuestros tiempos, lo dejan a uno con la incómoda sensación de que la gente común, incluyendo los políticos, administradores, etc., no sirven para gran cosa, no han alcanzado el nivel requerido. Pero, por lo menos, deberían estar lo suficientemente educados como para tener una idea de lo que está ocurriendo, para saber qué es lo que los científicos quieren decir cuando hablan, para citar un ejemplo de Lord Snow, acerca de la Segunda Ley de la Termodinámica. Es una sensación bastante incómoda porque los científicos nunca se cansan de decirnos que los frutos de su trabajo son «neutrales»; si enriquecen o destruyen a la humanidad depende de cómo son usados. ¿Y quién es el que decide cómo han de ser usados? No hay nada en la formación de los científicos e ingenieros que les permita tomar tales decisiones, y además, ¿en qué quedaría la neutralidad de la ciencia?
Si tanta confianza se pone hoy en el poder de la educación para capacitar a la gente común para hacer frente a los problemas planteados por el progreso científico y tecnológico, debe hacerse algo más en la educación que lo sugerido por Lord Snow. La ciencia y la ingeniería producen «el saber cómo», pero «el saber cómo» no es nada en sí mismo, es un medio sin un fin, una mera potencialidad, una frase inconclusa. «El saber cómo» no es una cultura como un piano no es música. ¿Puede la educación ayudarnos a completar la frase, transformar la potencialidad en una realidad que beneficie al hombre?
Para hacer eso la tarea de la educación sería, primero y antes que nada, la transmisión de criterios de valor, de qué hacer con nuestras vidas. Sin ninguna duda también hay necesidad de transmitir el «saber cómo», pero esto debe estar en un segundo plano, porque obviamente es bastante estúpido poner grandes poderes en manos de la gente, sin asegurarse primero que tengan una idea razonable de qué es lo que van a hacer con ellos. En el momento presente hay muy pocas dudas de que toda la humanidad está en peligro mortal, no porque carezcamos de conocimientos científicos y tecnológicos, sino porque tendemos a usarlos destructivamente, sin sabiduría. Más educación puede ayudarnos sólo si produce más sabiduría.