A menudo, las personas que poseemos una conciencia animalista, vivimos en una especie de montaña rusa emocional que nos lleva constantemente de la más profunda decepción con el género humano, a la necesidad imperiosa de enfocar todas nuestras energías en tratar de cambiar el mundo.
En esos momentos de buen ánimo intentamos compartir nuestro punto de vista, tan chocante y novedoso para la inmensa mayoría; de una manera u otra, con distintos niveles de implicación, procuramos ayudar a los que nos necesitan, ser la voz de los indefensos. Y son momentos gratificantes, cómo sólo lo puede ser dar lo mejor de ti, porque vivimos en un mundo cruel e individualista en el que prácticamente se tiene por norma buscar la propia satisfacción a expensas de los demás, sean humanos o no. Así que cuando un@, en vez de dejarse llevar por esa vorágine decide entregarse a la compasión y a prestar ayuda, creo que es algo realmente enriquecedor.
Pero está la otra cara de la moneda, que son esos días tan duros, cuando sales a la calle en un estado de excesiva conciencia de la realidad, y sólo ves sangre y dolor donde quiera que mires. Esos días que parece que sientes en tu propio cuerpo el sufrir de todos los animales y las injusticias que padecen, las padeces tu también, aunque estés en casa, en la tranquilidad de tu habitación, o en una cama mullida y calentita, con todas tus necesidades cubiertas y tu integridad física en perfecto estado, no puedes dejar de sentir el desasosiego que se siente en el matadero o en la plaza de toros. Y llegados a este punto es fácil dejarse llevar por la rabia, por la amargura, incluso por el odio hacia nuestra especie, puesto que son las demás personas las que nos impiden llevar una existencia tranquila y feliz con sus actos de crueldad o de indiferencia, son las demás personas que al condenar a los animales no humanos a vivir sometidos y explotados, me condenan a mí misma a vivir con la amargura de todas esas almas sufriendo durante cada día de mi vida.
¿Cómo sobrellevar esto?