El cigoto o embrión unicelular La «concepción» de un individuo humano es el punto final de un proceso complejo llamado proceso de fertilización [1] , cuyo curso «consta de sucesivas etapas en un orden obligado» [2] . En este proceso están implicadas dos células extraordinariamente dotadas y teleológicamente programadas: un óvulo y un espermatozoide. La cronología de este proceso múltiple se inicia inmediatamente cuando el espermatozoide se adhiere al compacto revestimiento extracelular del óvulo, la zona pelúcida [3] , a la cual se une estrechamente gracias a los receptores de espermatozoides presentes en la zona pelúcida –constituida principalmente por la glucoproteína ZP3y de las proteínas complementarias ligadas, que se encuentran en la membrana plasmática del espermatozoide. Aunque la naturaleza de los receptores complementarios localizados sobre la superficie del espermatozoide, que conllevan la ZP3, y de los eventos subsiguientes a la señal de transducción Sean todavía materia de estudio [4] , se sabe que, apenas ha sucedido el reconocimiento especie-específico entre los gametos, en el espermatozoide unido se completa la reacción acrosómica. La membrana acrosómica externa y la membrana del espermatoziode se funden en muchos puntos dando origen a pequeñas vesículas que segregan principalmente acrosina, una proteasa tripsino-dependiente. Esta enzima facilita la penetración del espermatozoide a través de la zona pelúcida disolviendo la matriz de la zona y favoreciendo el ligamen con otra proteína zonal, la ZP2, la cual, interactuando con la cabeza modificada del gameto masculino le ayuda a atravesar la zona a una velocidad aproximada de 1 micra por minuto. El primer espermatozoide que alcanza el débil espacio perivitelínico, situado entre la zona pelúcida y la membrana plasmática del oocito, puede ahora fundirse con esta última, dando inmediatamente empuje a la singamia, es decir, al englobamiento del espermatozoide en el oocito, bajo la fuerza impulsora de los microvillis y de las proteínas contráctiles -la actina y la miosinade la zona cortical. En el caso de la fecundación humana, en tal proceso están implicados también otros factores complementarios, entre los cuales destacan el CD46, el C3b y el C1q [5] .
A continuación de la fusión entre el esperma y el oocito, el segundo se vuelve extraordinariamente activo e inicia una cascada de eventos que culminan en el impulso del desarrollo embrionario. Prueba de esta activación son las variaciones de la composición iónica del oocito, debidas principalmente a un imprevisto y transitorio aumento de la concentración intracelular de los iones de calcio bajo la acción de la oscilina, una proteína descubierta recientemente que induce a la propagación de la «onda» iónica denominada «onda del calcio», que marca el inicio del desarrollo embrionario [6] .
Se ha formado una nueva célula: el cigoto o embrión unicelular. Esta nueva célula comienza a operar como un sistema único, un ser viviente ontológicamente unitario, esencialmente similar -si bien con alguna peculiaridad- a todas las otras células en fase mitótica. Una de las primeras actividades del nuevo sistema es la reacción cortical, que consiste en la secreción de enzimas hidrolíticas -como las proteasas, las peroxidasas y otros enzimas- por parte de las miríadas de gránulos corticales semejantes alas lisosomas y localizados en la zona periférica del oocito, que lleva a la inactivación de los receptores espermáticos de la zona pelúcida y al endurecimiento de la misma, impidiendo que inicie su propio ciclo vital. B.M. Shapiro, después de haber descrito la complejidad de las reacciones químicas que preparan este «microincubador» para el nuevo organismo durante su desarrollo precoz, hace observar que esta notable cápsula de fertilización es necesaria «para la protección al inicio del desarrollo, cuando se establecen los ejes embrionarios […] El empuje del plano somático complexivo depende de la comunicación intercelular, y la cápsula de fertilización aísla los blastómeros de los influjos extraembrionarios»: en realidad «ella es fundamental para un desarrollo normal y constituye una elegante solución de la morfogénesis» [7] .
La reorganización del nuevo genoma, que representa el principal centro de información para el desarrollo del nuevo ser humano y para todas sus funciones ulteriores, es la más importante entre las muchas otras actividades de esta nueva célula. Sobre la base de datos muy recientes [8] , sabemos que entre tres y seis horas desde la incorporación del espermatozoide comienzan a organizarse los microtúbulos que se disponen como aureola y el oocito completa su meiosis II con la expulsión del segundo globo polar. Mientras los pronúcleos masculino y femenino siguen condensándose y se acercan el uno al otro, el DNA se duplica, los microtúbulos del pronúcleo masculino prosiguen su expansión hasta circunscribir entre ambos los dos pronúcleos que se acercan estrechamente el uno al otro: es la fase denominada de cariogamia, que se verifica en torno a las quince horas de la fecundación. En este punto el centro soma se divide y, a partir de los pronúcleos, se organiza una estructura bipolar de microtúbulos. Alrededor de una hora y media después, en la primera fase mitótica, los cromosomas masculinos y femeninos se condensan separadamente, mientras que en la estructura de los microtúbulos son visibles claramente los polos del primer huso mitótico. Los cromosomas se alinean en el ecuador del huso y se distribuyen de modo ordenado en el citoplasma que ha comenzado a dividirse, hasta que sean formadas, con el complemento de la citodiéresis, dos células, cada una dotada de una pareja del genoma entero, que permanecen unidas íntimamente formando el embrión de dos células.
La exposición de estos datos esenciales sobre la formación del cigoto y sobre el paso de embrión unicelular a embrión de dos células indica, con toda evidencia, que en la fusión de los gametos comienza a operar como una unidad una nueva célula humana, dotada de una nueva y exclusiva estructura informacional que constituye la base de su desarrollo posterior.
A fin de comprender mejor la auténtica naturaleza de esta nueva célula, hay que subrayar dos características, que aclaramos a continuación. La primera es que el cigoto existe y actúa desde la singamia como un ser ontológicamente unitario, y con una precisa identidad. La segunda es que el cigoto está intrínsecamente orientado y determinado hacia un desarrollo bien definido. Ambas características, identidad y orientación, son esencialmente consecuencia de la información genética de la que está dotado. Esta información -sustancialmente invariable-, en realidad, el fundamento de la pertenencia del cigoto a la especie humana y de su singularidad individual o identidad, y contiene un programa codificado completo, que le dota de enorme potencialidad morfogenética que se realizará autónoma y gradualmente durante el proceso epigenético rigurosamente orientado. Esta potencialidad no significa mera «posibilidad», sino que representa la capacidad natural intrínseca de un ser, que ya es existente, de realizar, en las debidas condiciones, el plano codificado entero.
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La inducción biológica
Hasta ahora se han descrito brevemente los primeros estadios del desarrollo del embrión humano, y se ha hecho una aproximación a su control genético. No se ha intentado ni verificar ni falsificar ninguna hipótesis particular. El objetivo era dar a conocer algunos aspectos esenciales del complejo proceso biológico que es el desarrollo de un ser humano. Este conocimiento es la premisa necesaria para la respuesta a las preguntas: 1) ¿Cuál es el estado de un embrión humano precoz? , y 2) ¿Cuándo comienza un ser humano su ciclo vital?
Para responder a estas preguntas no es necesario formular nuevas hipótesis, sino simplemente analizar nuestros datos inductivamente. Esto se puede hacer tomando en consideración las tres propiedades principales que caracterizan el completo proceso epigenético que, según C.H. Waddington, introductor del término epigénesis, podría ser descrito como «la emergencia continua de una forma de estadios precedentes» [37] .
La coordinación
La primera propiedad es la coordinación. El desarrollo embrional, desde el momento de la fusión de los gametos hasta el de la formación del disco embrional alrededor de los 14 días tras la singamia, y todavía más evidentemente después, es un proceso donde existe una secuencia e interacción coordinada de actividad molecular y celular, bajo el control del nuevo genoma, que es modulado por una cascada ininterrumpida de señales transmitidas de célula a célula y del ambiente externo y/o interno a las células singulares.
Precisamente esta innegable propiedad implica, y aún más, exige una rigurosa unidad del ser que está en constante desarrollo. Cuanto más progresa la investigación científica, más parece que el nuevo genoma garantiza esta unidad, donde un gran número de genes reguladores aseguran el tiempo exacto, el lugar preciso y la especificidad de los eventos morfogenéticos. J. Van Blerkom, concluyendo un análisis de la naturaleza del programa de desarrollo de los primeros estadios de los embriones de los mamíferos, subraya claramente esta propiedad: «Las pruebas disponibles sugieren que los eventos en el oocito en maduración y en el embrión precoz siguen una secuencia directa de un programa intrínseco. La evidente autonomía de este programa indica una interdependencia y coordinación a los niveles molecular y celular, que tiene como resultado la manifestación de una cascada de acontecimientos morfogenéticos» [38] .
Todo esto conduce a la conclusión de que el embrión humano -como cualquier otro embrión también en sus primeros estadios no es, como afirma N.M. Ford «tan sólo un amasijo de células», «cada una de las cuales es un individuo ontológicamente distinto» [39] , sino que el embrión completo es un individuo real, donde las células singulares están estrictamente integradas en un proceso mediante el cual traduce autónomamente, momento por momento, su propio espacio genético en su propio espacio organísmico.
La continuidad
La segunda propiedad es la continuidad. Parece innegable, sobre la base de los datos hasta ahora presentados, que en la singamia se inicia un nuevo ciclo vital. «La función última del espermatozoide es fundirse con la membrana plasmática del oocito. En el momento de la fusión [singamia] deja de ser un espermatozoide y aparece como parte de una célula formada de nuevo, el cigoto» [40] . El cigoto es el principio del nuevo organismo, que se encuentra precisamente al inicio de su ciclo vital. Si se considera el perfil dinámico de este ciclo en el tiempo, se observa claramente que procede sin interrupciones: el primer ciclo no termina en el disco embrionario, ni se inicia otro ciclo desde aquel punto en adelante. Un acontecimiento singular, como la multiplicación celular o la aparición de varios tejidos y órganos, puede aparecer discontinuo a nuestros ojos; sin embargo, cada uno de ellos es la prueba final, en un momento dado, de una sucesión ininterrumpida de hechos -podría decirse que infinitesimales- interconectados sin solución de continuidad.
Esta propiedad implica y establece la unicidad o singularidad del nuevo ser humano: desde la singamia en adelante, él es siempre el mismo individuo humano que se construye autónomamente según un plan rigurosamente definido, pasando por estadios que son cualitativamente siempre más complejos.
La gradualidad
La tercera propiedad es la gradualidad. La forma final se alcanza gradualmente: se trata de una ley ontogénica, de una constante del proceso generativo. Esta ley del gradual construirse de la forma final a través de muchos estadios partiendo del cigoto implica y exige una regulación que debe ser intrínseca a cualquier embrión singular, y mantiene el desarrollo permanentemente orientado en la dirección de la forma final. Es precisamente a causa de esta ley epigenética intrínseca, que está inscrita en el genoma y comienza a actuar desde el momento de la fusión de los dos gametos, que cada embrión -y, por tanto, también el embrión humano- mantiene permanentemente la propia identidad, individualidad y unicidad, permaneciendo ininterrumpidamente el mismo idéntico individuo durante todo el proceso del desarrollo, desde la singamia en adelante, a pesar de la siempre creciente complejidad de su totalidad.
W.J. Gehring reconoce claramente esta ley, anticipando los futuros progresos de la genética del desarrollo: «Los organismos -escribe- se desarrollan según un preciso programa que especifica su plano corpóreo con un gran detalle y determina además la secuencia y la temporización de los eventos epigenéticos. Esta información está dibujada en la secuencia nucleótida del DNA [...]. El programa de desarrollo consiste en un determinado cuadro espacio-temporal de expresión de los genes estructurales que forman la base del desarrollo. El desarrollo normal exige la expresión coordinada de miles de estos genes en una modalidad concertada. Puesto que el control independiente de los genes estructurales singulares conduciría aun desarrollo caótico, podemos predecir que son genes de control que regulan la actividad coordinada de grupos de genes estructurales» [41] .
La respuesta
Es evidente que las tres propiedades recordadas, para una consideración apasionada, satisfacen perfectamente los criterios esenciales establecidos por una reflexión meta-biológica para la definición de un «individuo».
Por eso la inducción lógica de los datos que suministran las ciencias experimentales conduce a la única conclusión posible, esto es, que aparte de alteraciones fortuitas en la fusión de dos gametos un nuevo individuo humano real comienza su propia existencia, o ciclo vital, durante el cual -dadas todas las condiciones necesarias y suficientes- realizará autónomamente todas las potencialidades de las que está intrínsecamente dotado. El embrión, por tanto, desde el momento de la fusión de los gametos es un individuo humano real, no un individuo humano potencial.
Totipotencialidad frente a individualidad
... la manipulación experimental de los embriones mediante procedimientos de microcirugía -como extirpaciones, desagregaciones, agregaciones y dislocaciones de células intactas o marcadas, con la finalidad de determinar su potencialidad y su destino- ha demostrado que al inicio del desarrollo embrionario hay un intervalo de tiempo, que varía según la especie, en el que las células embrionarias son totipotentes, es decir, tienen la «gama completa de capacidad de desarrollo», pudiendo no sólo diferenciarse de modo distinto en varios ambientes, sino también dar origen a individuos completos.
Se plantea entonces la pregunta sobre si la presencia de estas células totipotentes, que aún son capaces de dar origen aun nuevo individuo si fueran separadas del embrión en desarrollo, nos constriñe a negar la individualidad del propio embrión precoz al que pertenecen y del cigoto o, por el contrario, nos lleva a considerar el embrión como un agregado de individuos como máximo potenciales, y el cigoto como una célula indeterminada. La reconsideración del proceso de desarrollo, ya trazado en la segunda parte de nuestro texto, podrá ofrecer una respuesta.
La totipotencia, obviamente presente en el cigoto, no significa indeterminación, sino, tal y como se ha expuesto, una capacidad actual de ejecutar un plan de acuerdo con un programa determinado. Cuando este plan se ejecuta según el programa, esto es, sin interferencias disturbadoras,
la unidad morfofuncional en la totalidad fenotípica autoorganizadora es la señal evidente de una existencia individual y por eso de un individuo que, en este caso específico, está construyéndose a sí mismo; y cada célula, cualquiera que pueda ser su potencialidad, está en su lugar correcto según el proyecto preparado y resulta implicada en un proceso ordenado, único y coordinado. En este proceso la totipotencialidad inicial del cigoto se produce cada vez de manera siempre más restringida, según la exigencia del plano de diferenciación.
En un embrión precoz hasta el cuarto o quinto ciclo celular, tan sólo un error o un acontecimiento mutante podría llegar a aislar aquella eventual célula o grupo de células en las que el genoma, según el plan de diferenciación, no tiene todavía restricción experimentada. En tal caso, estas células podrán ser capaces -puestas las condiciones necesarias- de iniciar su ciclo vital. Ahora, y tan sólo ahora, esta célula o este grupo de células podrá considerarse como un nuevo individuo; mientras que antes tan sólo era una célula o un grupo de células perteneciente a otro individuo, en su preciso estadio de desarrollo.
Por eso, la totipotencia no se opone a la individualidad. Células totipotentes pueden ser parte de un individuo sin destruir su individualidad.
Ausencia cerebral frente a individualidad
Según una opinión, sostenida principalmente por algunos filósofos y teólogos, ningún embrión humano tendría que ser considerado un individuo humano -y mucho menos una persona- hasta que el sistema nervioso central esté suficientemente formado, esto es, aproximadamente hasta la 6ª-8ª semana de gestación. Según J .M. Goldening, «la vida humana puede ser vista como un espectro continuo, entre el inicio de la vida cerebral (8ª semana de gestación) y la muerte cerebral. En todo momento [de la vida] pueden darse tejidos y órganos, pero sin la presencia de un cerebro humano funcional éstos no pueden constituir un ser humano, al menos en sentido médico» [59] . y J .F. Donceel, teólogo, considera que «no puede haber alma humana, y por consiguiente persona, en las primeras semanas de gestación», porque «lo mínimo que se puede exigir antes de admitir la presencia de un alma humana es la disponibilidad de un sistema nervioso, del cerebro y especialmente de la corteza» [60] .
Sin ninguna duda un cerebro que funciona tiene un rol esencial como «centro crítico de unidad» cuando el sujeto humano está formado. Pero la situación es totalmente diferente en el embrión. En efecto, durante el estadio embrionario hay una intensa relación entre las células, tejidos y órganos -sostenida también por un continuo, ordenado y coordinado aumento del número de células nerviosas-, que testimonia la unidad morfo-funcional. Durante el estadio embrionario nos encontramos frente a un proceso altamente dinámico, donde la ley ontogenética exige una gradual organización de todo el cuerpo y, por eso, también de las propias estructuras nerviosas y del cerebro, y donde la unidad y la individualidad están garantizadas por la ley intrínseca del desarrollo inscrita en el genoma.
Conclusión
En el capítulo 11 del Informe final, donde se consideraba el problema de la experimentación sobre el embrión humano, se lee: «Mientras que, como se ha visto, la temporización de los diferentes períodos del desarrollo es crítica, apenas ha comenzado el proceso,
no hay ninguna particularidad del proceso de desarrollo que sea ya más importante que otra; todo forma parte de un proceso continuo, y si cada período no sucede normalmente, en el tiempo justo y en la secuencia correcta, el desarrollo ulterior cesa» [63] . Sigue, entonces, una segunda aserción: «Por eso, biológicamente no se puede identificar en el desarrollo del embrión un estadio singular al margen del cual el embrión in vitro no debería ser considerado con vida» [64] . Evidentemente la lógica científica habría llevado a los miembros del Comité a nuestra misma conclusión:
el ciclo vital de cada ser humano se inicia cuando los dos gametos se funden. Parecería entonces que el derecho a la vida del embrión hubiese sido reconocido desde el estadio de cigoto. y desde este estadio, en el que se inicia la vida de un nuevo ser humano, ésta no debería ser interrumpida.
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La ciencia y la medicina han abierto ciertamente nuevas y maravillosas oportunidades para una mejor comprensión del ser humano, desde el primer momento de su existencia, y para nuevas empresas de frontera para el tratamiento y/o prevención de las enfermedades. Sin embargo, quizá, ciencia y medicina, en su entusiasmo por el conocimiento y la acción dentro de una perspectiva empírica, han reducido el valor del ser humano a un puro valor biológico. Desde la observación del desarrollo humano se podría haber atribuido un valor diferente al cigoto, al embrión antes o después de la implantación, al feto en diferentes semanas de gestación, y hasta el neonato.
Éstos, sin embargo, son valores cuantitativos, basados tan sólo sobre la valoración de la complejidad estructural del ser humano. Tales juicios de valor representarían, con respecto al hombre, un reduccionismo biológico, con todas sus graves consecuencias.