Aparentemente, un acto sin la mayor trascendencia: elijo un paquete de lonchas de jamón y lo coloco en mi carrito de la compra. Mi consciencia está intacta, mi moral no queda afectada, no me considero cómplice de ninguna barbarie. Sólo compro un poco de jamón para el bocata de mis hijos.
No pienso. No me pregunto. No quiero saber.
Para qué molestarme en ver qué hay detrás de ese paquetito bien envuelto.
Qué necesidad tengo de averiguar como vivió el animal que tuvo que morir para que yo lo comiera.
Mis manos no están manchadas de sangre, mis oídos no quedan afectados por los chillidos de dolor y de miedo, ni mis retinas se ensombrecen con imágenes de crueldad, de brutalidad.
Prefiero quedarme con la foto del cerdito sonriente y feliz que hay en el envoltorio de mis ricas lonchas de jamón, seguir creyendo que hay que comer carne para vivir, y que en realidad los animales están para eso en el mundo: para ser nuestro alimento.
Ni siquiera un segundo estoy dispuesto a dedicar a plantearme si todo eso que creo, que siempre he creído, que me enseñaron desde que nací, que veo a mi alrededor cada día, es una realidad o es un engaño.
Pero mientras yo sigo inconscientemente ensuciando mi alma con la sangre de otros seres, probablemente iré encontrando en mi camino, cada vez más, a los que ya han abierto sus ojos y convierten los muros de cada matadero de animales en paredes de cristal.
Y ahí, igual, mi ceguera pueda empezar a remitir, y mi visión vaya siendo nítida y clara, y mis actos, acaben siguiendo las directrices de mi corazón.
raquelbcn
http://www.youtube.com/watch?v=H-S2x7GDmIw