Asegurar que preocuparse por los animales es dejar de hacerlo por el hombre es ruin y denota la falta de calidad moral y ética de aquel que lo utiliza como argumento. En esta Sociedad es necesario hacer frente a cualquier tipo de atropello, sea cual sea su gravedad y el sujeto al que afecte. Al igual que acudimos a un especialista cuando se nos detecta un tumor, también vamos al dentista simplemente para blanquearnos los dientes. Aparte de que no estamos limitados a desempeñar un único cometido o función, el dedicar tiempo a detalles aparentemente nimios no implica permanecer indiferente a otros cuya importancia es notable y en este caso, desde luego que la situación en la que se encuentran los animales en nuestro País en tantos ámbitos no es una cuestión menor, sino que representa un problema muy grave y extendido, de consecuencias nefastas sobre todo para estas criaturas pero también para el hombre, tanto por lo degradante de su consentimiento o participación directa como por lo habitual del paso de la violencia ejercida contra animales a la mostrada hacia seres humanos. Lamentablemente es necesario que existan asociaciones y movimientos contra el maltrato animal, como lo es que las haya orientadas a la atención a los que no tienen recursos, a la asistencia de inmigrantes, a los amenazados por sus parejas, a luchar contra los vertidos, a intentar frenar el cambio climático, a proteger el entorno frente a la especulación urbanística o a la recuperación de lenguas a punto de perderse por falta de hablantes y cada uno de estos intentos por mejorar cualquier aspecto de la realidad es indispensable y valioso, independientemente de su importancia. Lo que no podemos pretender es que todos los que están decididos a luchar por una causa lo hagan por la misma, porque estaríamos cometiendo la injusticia de ignorar la situación de precariedad, angustia o deterioro del resto de afectados por otros motivos.
Los que afirman que es indigno defender a los animales habiendo tantos males que aquejan al hombre en realidad sienten desdén por unos y otros. Su único afán es destruir cualquier intento de lucha social, poner obstáculos para que nada cambie, conservar su bienestar a costa de lo que sea y de quien sea y por supuesto, no perder un minuto de su tiempo en nada que no revierta en su beneficio propio e inmediato. Son tan estrechos de mente y paupérrimos de corazón, que ni siquiera piensan que todo esfuerzo encaminado a terminar con el sufrimiento como forma de negocio o de entretenimiento es algo que también a ellos les va a reportar una inmensa riqueza: la certeza de que están dejando a sus hijos un mundo mejor y más justo. Sin embargo su egoísmo es la causa de su ceguera y el origen de su permisividad y complicidad ante la brutalidad que cada día nos llega en forma de millones de animales torturados y muertos a manos del hombre. A quien le revuelve las entrañas que en Coria se le claven dardos a un toro, también le produce nauseas que una mujer sea lapidada por adulterio y esa reacción, la de la empatía con el dolor de otros independientemente de su racionalidad, es un hecho tan presente en la naturaleza de los que dedican su tiempo y esfuerzo a la defensa de los animales, como ausente en los valores de aquellos que critican su labor y tratan de satanizarlos ante la Sociedad. Lo más triste y desalentador de todo esto es que los que exigen que nadie sea maltratado y piden el respeto para todas las formas de vida, hayan de justificar continuamente su actitud, cuando lo normal sería que los causantes o cómplices en el sufrimiento de seres vivos no tuviesen el menor apoyo ni cobertura legal u oficial, pero parece ser que estamos muy lejos todavía de alcanzar tal grado de evolución moral.
Julio Ortega Fraile