¡Aaaaaaarrrrrrrrrgggggggggggg!
Voy en el metro leyendo tan felizmente, como de costumbre. Entra un señor mayor ajado, muy delgado, con barba poco cuidada. Se sitúa a mi lado, de pie, y anuncia al vagón que va a recitar un poema de Rosalía De Castro. Recuerdo que una vez, hará como cuatro o cinco años, estuve hablando con este señor en una terraza de un bar de Lavapiés. Como entonces, me apresuro a sacar unas monedas de mi cartera. Cuando termina de recitar, se las entrego. El hombre repara en mi camiseta republicana (no suelo llevar símbolos, pero hoy ha dado la casualidad). Me pregunta si soy rojo, y le digo que mucho. Me estrecha la mano, me llama camarada y me dice que cuando era joven militó en la Liga Comunista Revolucionaria. Recoge un par de monedas más de otros pasajeros y se despide de mí con el puño cerrado en alto, llamándome compañero y gritando un apagado... ¡Salud!
Y yo, con perdón, me cago en este puto mundo que trata tan mal a gente así.
¡Salud!