La primera vez que te vi te asustaste de mí, y corriste a intentar meterte bajo un aparador. Así que lo primero, o casi, que vi de ti fue tu culillo intentando realizar esa hazaña. Sólo tenías dos meses. Entonces te traje a casa porque la mujer que te tenía ya había matado a todos tus hermanos y tú ibas a ser el siguiente, y conociste a quien sería tu amor para siempre, tu hermano, tu amigo, tu todo. Crecerías junto a él, acurrucados y envueltos de todo el cariño del mundo. Los años pasarían e iría descubriendo en ti a un ser estupendo, especial, que le llamaba la atención a todo el mundo por su carácter. Siempre querías estar metido en todos los cotarros, ser la aceituna de todas las ensaladas y la guinda de todas las tartas. Salías en todas las fotos y siempre que venía alguien a casa tú bajabas corriendo a recibirle. Porque querías estar siempre enterado de todo, y te divertía que vinieran visitas para subirte sobre ellas, sobre todo si era gente a quien no le gustaban los gatos.
Luego nacieron las niñas y te convertiste en un hermano para ellas, tratándolas con una delicadeza supina, sabiendo que eran pequeñas. Jugando con ellas, durmiendo junto a ellas, estando siempre a su lado.
¡Y lo gamberro que eras! Te escapaste varias veces, me metías chinchetas dentro de los zapatos, arrancabas las fotos y los posters, tan bromista, tan salao... Te encantaba beber agua según salía del grifo y ponerte encima de las mantas si debajo había alguien. Y acostarte en la cama con nosotros, al calorcito, corazón con corazón.
Hoy te has ido y la casa está tan vacía que no me lo creo. Los otros están tristes. Las niñas aún no lo saben. Estamos destrozados. No nos lo podemos creer.
Gracias por estos diez años maravillosos. Ojalá hubieran sido muchos más. Has tenido una vida muy buena, y nos has hecho muy felices. Dejas un hueco inmenso.
Te quiero mucho, Fry. Muchísimo.