Resulta bastante probable que sin importar dónde nos encontremos, o con quién hablemos, nos topemos o tengamos noticia de gente que atraviesa las más infortunadas desgracias, o las más graves tesituras. Esto parece y alcanza incluso la categoría de una perogrullada. Parece ser evidentemente cierto, sin importar qué tan desgraciados seamos, que siempre nos encontraremos con alguien que se encuentra en una situación mucho peor. No obstante, hay que considerar que los problemas no forman parte de una competencia, un jocoso concurso por quién sufre más, más bien son situaciones que ameritan una solución. Puesto que todo problema amerita una solución, algunos más urgentes que otros, resulta que compararlos por ver quién atraviesa el más terrible percance nos parece ridículo. No hay que comparar problemas esperando encontrar al más afligido entre nosotros, hay que atacar y solucionar. Pareciera que esta frasecilla se añadiera entre los sermones que dicta el saber popular con el motivo de hallar una esperanza, pero esto sólo nos muestra el horror de sentirse uno más satisfecho con los problemas ajenos: si hay gente que tiene más problemas que uno, ¡vamos a sentirnos más alegres por eso! Pero esto no es otra cosa que encontrar placer en el sufrimiento ajeno. Yo personalmente no me divierto sabiendo que hay gente en peores condiciones que yo, pero ésta es una opción que me autoimpongo y no espero que nadie más la comparta. Por otro lado, el dolor es algo personal que difícilmente puede ser cuantificado, ¿qué sentido tiene, pues, esperar decir quién sufre más, quién tiene más problemas si el único sufrimiento que conocemos verdaderamente es el nuestro? En un blog que me es muy apreciado he podido leer que el dolor es algo muy subjetivo, casi solipsista, y es ésta una afirmación que comparto plenamente.
Es todo lo que quería decir.